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JOSÉ JUAN GONZÁLEZ GÓMEZ
Jueves, 8 de diciembre 2016, 18:43
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EXHAUSTO por el hambre y la enfermedad, derrotado tras más de trescientos días de asedio filipino que les había obligado a comer incluso ratas, gatos y a su propio perro, la mañana del dos de junio, el teniente Martín Cerezo comenzó a releer los periódicos que había dejado el teniente coronel Aguilar, enésimo militar enviado para su rendición, en la sitiada iglesia de Baler. Pensaba que eran falsificaciones filipinas con el fin de confundirlos para que se rindieran; esa mañana, de calor asfixiante y que nublaba la escasa razón del teniente tras largas penurias, sería la última intentona de que su destacamento depusiera las armas y se rindiera. Por su cabeza cruzaban negras imágenes, sangre y muertos, que se entremezclaban con las diminutas letras de esos diarios, no sabía si era verdad o mentira que el grandioso imperio español había perdido la guerra.
En 1898 sufría España su mayor desastre colonial. El hundimiento del Maine en Cuba en febrero de 1898 sirvió de 'casus belli' para el inicio de la Guerra hispano-estadounidense. Tras la derrota de la flota española en Cavite el uno de mayo, se intensificó la insurrección en Filipinas con la ayuda de Estados Unidos, hasta que en diciembre de 1898, con la firma del Tratado de París, se ponía fin formalmente a la guerra entre ambos países, cediendo la soberanía sobre Filipinas a Estados Unidos.
La mayor parte del ejército español de Filipinas se preparaba ya para el ominoso regreso. Pero un destacamento español, formado por cuatro oficiales y cincuenta soldados, desconociendo el fin de la guerra, previamente atacado por parte de los insurrectos filipinos en la iglesia del pueblo de Baler, en la isla filipina de Luzón, se había atrincherado en la misma desde el treinta de junio de 1898. Casi un año de asedio soportarían, 337 días de aislamiento y sufrimiento por las enfermedades tropicales y el hambre, hostigados por el enemigo, y con una dieta a base de arroz, tocino y habichuelas, que provocaría la muerte de doce sitiados por «beri-beri» y de otros tres por disentería. Fueron los últimos españoles de Filipinas, los últimos «kastilas» elevados a la categoría de héroes, como llamaban los filipinos a los hispanos.
El dieciocho de octubre de 1898, tras la muerte del capitán De las Morenas y del teniente Alonso, el miajadeño Saturnino Martín Cerezo había quedado al mando del destacamento. Hombre enérgico y lleno de inventiva, desde ese día fue el líder de esa resistencia. Las autoridades españolas mandaron repetidamente misivas y enviados para lograr su rendición, sin conseguirlo. Los sitiadores también enviaron en agosto a dos franciscanos españoles que tenían prisioneros para que convencieran a los sitiados, sin éxito.
La casualidad quiso que en uno los diarios encontrase una pequeña reseña que le hizo ver que eran ciertas las noticias de que la guerra había terminado, y que no tenía sentido seguir combatiendo. Era el anuncio del nuevo destino en Málaga del teniente de infantería Díaz Navarro, amigo suyo, que le había comentado que al finalizar la campaña de Cuba pensaba pedir traslado allí.
El teniente Martín Cerezo capituló, mandando izar bandera blanca tras serias discusiones con sus soldados, concluyendo la epopeya. Las autoridades filipinas aceptaron unas condiciones honrosas de capitulación y permitieron su paso hasta Manila, y el mismísimo presidente filipino Aguinaldo emitió un decreto, el 30 de junio, en el que exaltaba su valor en su preámbulo: «Habiéndose hecho acreedoras a la admiración del mundo las fuerzas españolas que guarnecían el destacamento de Baler, por el valor, constancia y heroísmo con que aquel puñado de hombres aislados y sin esperanzas de auxilio alguno, ha defendido su bandera por espacio de un año, realizando una epopeya tan gloriosa y tan propia del legendario valor de los hijos del Cid y de Pelayo.».
La mayor parte de los jóvenes no habrá oído hablar del «Sitio de Baler». Algunos reconocerán a un lejano país que fue colonia española; no en vano, así fue llamada en honor al infante Felipe II. Otros dirán que es un grupo de música. En la España del siglo XXI no queremos héroes, solo villanos para llenar a diario las tertulias televisivas de insultos; no queremos a nadie que sobresalga, sino equidad, homogeneidad y mediocridad, robo e insulto, nos resulta incómodo acordarnos de viejas batallitas y de nadie que haya dado la cara por el país. Pero es buen momento para recordar, cuando se acaba de estrenar el film español '1898. Los últimos de Filipinas', dirigida por Salvador Calvo, que el teniente Saturnino Martín Cerezo, comandante de los cincuenta valientes de aquel sitio en 1898, era extremeño; más exactamente de Miajadas, y de origen campesino y humilde. Y es un auténtico milagro que se mantenga aún en nuestro callejero su nombre, en nuestra memoria colectiva.
A su regreso a España fueron premiados por la reina regente, María Cristina. El teniente Martín Cerezo sería ascendido a capitán y finalmente a general, y escribiría su famosa obra 'El Sitio de Baler', con tres ediciones y traducida al inglés en 1909, todo un best-seller de la época.
En la actualidad Baler utiliza esta epopeya como un atractivo turístico. El «Día de la Amistad Hispano-Filipina» se celebra el treinta de junio, mediante la representación del asedio, siendo el personaje principal el extremeño Saturnino Martín Cerezo. No me disgusta que sean los propios filipinos los que recuerden esta hazaña, pero me entristece que ni en Extremadura ni en España se les reconozca como es debido. Una leyenda digna de los hijos del Cid y Don Pelayo, que se torna en teatro turístico. Ver para creer.
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