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El doctor Vela, fotografiado en la biblioteca de la Económica con un tratado de urología. :: `pakopí
«Ahora se practica una medicina industrial en la que no hay enfermos sino clientes»

«Ahora se practica una medicina industrial en la que no hay enfermos sino clientes»

Remigio Vela Navarrete Urólogo, pionero del trasplante renal

ANTONIO TINOCO

Domingo, 27 de noviembre 2016, 00:33

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Es uno de los urólogos más eminentes de nuestro país y goza de un indiscutible reconocimiento internacional. Es, además, uno de los padres -si no el padre- de los trasplantes renales en España. Por sus manos han pasado desde el primer trasplante de riñón del año 1964, «practicado en la Fundación Jiménez Díaz con nocturnidad y casi clandestinamente», hasta las últimas técnicas, incluido un riñón artificial de su invención. Es también el primero que planteó una idea revolucionaria: el trasplante renal de donante vivo que, después de años de titubeos, es ya uno de los mayores empeños de la Organización Nacional de Trasplantes (ONT). Descree de lo que él denomina «la medicina industrial en la que el enfermo es un cliente y la enfermedad un algoritmo». Nacido en Salvaleón en 1937, es un extremeño que lleva su tierra por bandera, a la que empezó a querer desde su infancia «casi salvaje en fincas de Usagre y Zafra». Miembro del Club Sénior de Extremadura, Remigio Vela Navarrete dictó el pasado viernes una conferencia en La Económica de Badajoz sobre la salud del varón, «de cuyo estudio y preocupación se han ocupado todas las civilizaciones, mientras la salud de la mujer estaba preterida hasta la década de los 60, momento en que, con la píldora anticonceptiva, la mujer pasa a ser dueña de su capacidad reproductora».

En una entrevista en HOY de hace más de un lustro, decía usted que la medicina no se aprende en los libros, sino al pie del enfermo. Imagino que verá con temor la infinita tecnificación de la medicina.

No la veo con temor. La veo con pánico. Estamos en un momento en que la medicina es una actividad industrial. Si uno compara lo que era la medicina de Carlos Jiménez Díaz, el creador de la Fundación que lleva su nombre, con lo que es hoy... Voy a darle un dato revelador: del doctor Jiménez Díaz habrá cientos de fotografías, pero no encontrará usted ninguna en que no aparezca junto a un enfermo, explorándolo, buscando su contacto físico. Ese es el tipo de medicina que aprendí: una medicina que cuando no puede curar al menos consuela.

¿Hoy no consuela?

Puede consolar, claro, pero no está orientada a eso. Lo que yo veo hoy día, incluso en mi propio hospital -en la Jiménez Díaz, que ha sido la mejor escuela de Medicina Interna que ha habido en Europa, y sé lo que digo-, lo que estoy viendo es justamente lo contrario a lo que aprendí. Ha cambiado de una manera dramática la relación médico-enfermo. Ahora el médico se siente obligado por motivos administrativos a mirar más una pantalla que a un enfermo. También han cambiado las decisiones del médico radicalmente. Hoy día se busca más una decisión en atención a la estadística que, por ejemplo, la carga laboral. Me explico: si usted le dedica diez minutos a explorar a un enfermo, eso que todo el mundo entiende que es tan decisivo para curar, no aparece en ningún sitio como carga laboral. Sin embargo, si usted opera sí aparece como carga laboral. Son cosas que hacen que la medicina sea completamente distinta. Es la medicina americana. Es otro mundo, que ha llegado a España.

¿Se está cosificando al enfermo?

En este momento el enfermo ya no es enfermo, es cliente; el médico ya no es médico, es trabajador de la Sanidad... Uno empieza por prostituir la terminología y acaba modificando los sistemas. Mi visión es muy negativa. Piense, además, que la mayoría de los enfermos que van a los hospitales son de mi generación y esperan del médico un tipo de trato que es distinto al que se encuentran. El médico joven hace una serie de cosas que no las haría si no lo obligaran. Resumo la situación: si a usted le dan 15 minutos para hacer una entrevista, tiene que hacer las cosas de manera muy sintética y no va a poder entender a quien está entrevistando. Eso ocurre con la medicina actual. Es el hospital industrial, la medicina industrial, una cadena de trabajo. Es el modelo de China, donde los enfermos entran por una puerta y salen por otra operados de cataratas. Esto abarata el acto médico pero mi generación no está preparada para esa forma de hacer medicina.

¿Esta medicina industrial de la que habla hará que cada enfermedad sea vista como un algoritmo?

Eso ya existe. Se llama protocolo. Y los protocolos están bien como orientación, como manera de actuar ante un problema, pero cada enfermo tiene su tratamiento. He presentado en la edición de Videomed de esta misma semana en Badajoz el caso de un enfermo que me llegó hace 40 años, cuando era niño, con una enfermedad renal crónica. El protocolo de entonces indicaba que tenía que entrar en diálisis y, con el tiempo, someterse a un trasplante. Pues bien, aquel niño lleva tratándose desde entonces farmacológicamente con una fantástica calidad de vida y nunca ha entrado en diálisis. Fue una decisión que tomé en contra del protocolo porque cada paciente es un caso distinto. El protocolo es la mejor manera de evitar que le dediques un tiempo de reflexión al problema que te plantea el enfermo, precisamente el tiempo que permite al médico hacer un diagnóstico ajustado a ese enfermo.

Ha mencionado una de sus facetas más conocidas: el trasplante renal. A usted se le considera uno de los padres si no el padre del trasplante renal en España.

Acabo de publicar en la revista 'European Urology' que en el años 2015 se hicieron en España 62.354 trasplantes de riñón. Podría decirse que es solo un dato. Sin embargo tras ese dato está un éxito no mío, sino de la urología española, porque son los urólogos los que hacen los trasplantes de riñon, que es único en el mundo y que viene de lejos. En 1959 ingresé en la Fundación Jiménez Díaz junto a un inmunólogo y excelente internista, también extremeño, que se llamaba José Parra Lázaro, conde de Tarancón. José Parra estaba investigando la tolerancia del trasplante renal y, por esa simpatía extremeña, me puse a ayudarle en el quirófano. Empezamos a hacer traplantes de riñón a perros. En los años 62 y 64 publicamos en una revista científica de Nueva York nuestros trabajos, que eran absolutamente originales. Ahí empezó todo. Porque luego ya nos atrevimos a hacer el primer trasplante humano. No se me olvida. Fue en febrero de 1964. Ahora tiene gracia porque empezamos a hacer trasplantes en clandestinidad, de noche, sin que nadie se enterara porque era muy crítico, sobre todo la obtención de un riñón de cadáver. A partir de ahí fue cuando empezó el programa de la Fundación Jiménez Díaz, que fue el primer programa oficial de España.

Tal como lo describe, aquello parecería como en la película 'El gabinete del doctor Caligari', una atmósfera tétrica.

Más o menos, más o menos (risas). Era todo muy difícil y muy precario. No solo por la dificultad para obtener el órganos, sino por las limitaciones. No había tratamiento inmunológico. Era una aventura hacer un trasplante de riñón. No por la técnica, sino por el rechazo, y eso que nosotros estábamos, para aquella época, muy bien preparados porque habíamos investigado el rechazo del órgano implantado.

Imagino que precisamente por el rechazo a usted se le ocurrió otra idea genial: el trasplante renal de vivo, en el que donante y receptor son familiares y, por tanto, más probablemente compatibles.

Por eso. Efectivamente. El trasplante de vivo ofrecía la enorme ventaja de que el rechazo era menor. El primer trasplante de donante vivo lo hicimos en el 68, cuatro años después de empezar el programa del trasplante renal en el que España es un líder absoluto.

Sin embargo, el trasplante renal de donante vivo no se desarrolló de acuerdo a sus ventajas. ¿Por qué?

Cuando se creó la Organización Nacional de Trasplantes(ONT) quiso poner orden, y lo consiguió, en la distribución de riñones en atención a la histocompatibilidad, es decir, la compatibilidad entre donante y receptor. Esta circunstancia hizo que se aumentara considerablemente el trasplante de cadáver frente al de vivo. Eran trasplantes que se programaban apoyados en la ONT. No así el de vivo, que no se programaban. El caso es que la ONT no empezó hasta hace unos diez años a apoyar con decisión el trasplante de vivo. Mientras tanto nosotros, en la Fundación Jiménez Díaz, seguíamos insistiendo en que era mejor y más eficiente. Y cuando los hacíamos hace 20 años, practicácabamos la misma cirugía que hoy día se hace con laparoscopia. Con el mismo tiempo de estancia en el hospital; con la misma tolerancia a la incisión porque nosotros practicábamos una cirugía que se llamaba mini incisional. Hay que reconocer que la cirugía laparoscópica ha tenido un efecto estupendo porque eso ha permitido que haya más donantes vivos, dada la mínima incisión. Siempre le he insistido sobre las ventajas del donante renal vivo al presidente de la ONT, Rafael Matesanz, que por cierto tiene raíces extremeñas y que además se formó con nosotros en la Jiménez Díaz. Incluso cuenta en su libro 'El milagro de los trasplantes' algo que me concierne personalmente, pues dice que se hizo nefrólogo al verme a mí hacer un trasplante de riñón. Le emocionó muchísimo.

Nadie negará que está usted en el núcleo de los trasplantes renales en España.

De hecho, el artículo que le he mencionado publicado por 'European Urology' es una especie de testamento para dejar clara la situación de liderazgo de España en el campo de los trasplantes renales. Yo tuve la suerte de estar ahí, en la Fundación Jiménez Díaz, donde se ha hecho toda la investigación médica que usted pueda imaginar.

Decía usted antes que hasta hace diez años la ONT no empezó a apoyar la donación renal de vivo. ¿Esa decisión tardía ha perjudicado a los trasplantes renales en España?

No hablaría en términos de perjuicio, pero es un hecho que siendo como somos los líderes mundiales en trasplantes, justo en el renal de donante vivo España tiene el porcentaje mas bajo de toda Europa: apenas el 12%.

Le noto una cierta amargura.

Es que yo creo que nos hemos conformado con el éxito conseguido. Aquí funciona muy bien el programa de cadáver. Es lo primero que ofreces al enfermo. Te ponen en lista de espera y cuando llevas esperando demasiado tiempo (un año o dos), se empieza a considerar la opción del trasplante de vivo. Esa ha sido la actitud tradicional en España. En Estados Unidos, por ejemplo, en el 2004 había ya más donaciones de vivo que de cadáver. Afortunadamente, esta mentalidad está cambiando en España.

¿Augura, entonces, que despegará en los próximos años?

Sí por ese cambio en la Adminsitración y porque manejar el programa de trasplante de vivo es más fácil que el de cadáver. Ya hay familias que se ofrecen a donar antes de que su allegado entre en diálisis. Y lo recomiendo, por supuesto. Uno de los últimos trasplantes que he hecho es por esa circunstancia. Hay muchos avances. Yo he desarrollado un riñón artificial implantable, del que se hizo un congreso mundial. Es decir, los avances son infinitos. Cuando echo la vista atrás y me acuerdo de los primeros experimentos con perros, me doy cuenta de que entonces no podíamos ni imaginar dónde hemos llegado: nada menos que a ser el espejo en que se mira el mundo en materia de trasplantes.

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