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El pueblo que perdió el tren

El pueblo que perdió el tren

La estación Almorchón pasó de ser un gran nudo de comunicación ferroviario a una estación con apenas un millar de viajeros anuales en un poblado de 40 vecinos

JOSÉ MANUEL MARTÍN

Domingo, 13 de noviembre 2016, 09:12

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Unos 1.100 viajeros utilizaron la estación de Almorchón durante todo el año 2015, una cifra similar a los vecinos que llegó a tener este poblado ferroviario en las décadas de los 50 y 60 del siglo pasado. Fue su época de mayor apogeo.

El declive comenzó con la modernización de los trenes y el final del uso del carbón como combustible, lo que supuso que las carboneras no fueran necesarias, al igual que los empleados que en ellas trabajaban. Este fue el primer golpe, pero produjo una herida profunda y una hemorragia imparable de habitantes que dejó a la localidad al borde de la despoblación.

Tras el cierre de las carboneras llegó el de los talleres y, poco a poco, Almorchón dejó de ser un gran nudo de comunicación y de tráfico de mercancías para convertirse en una estación por la que apenas pasan cinco trenes de viajeros diarios y hay entre 8 y 14 circulaciones de mercancías a la semana, de las que la mayoría -en una especie de broma del destino- transportan carbón con destino a Alhondiguilla (Córdoba). En la actualidad, en la estación solo queda un puesto de trabajo, el de factor, y ni siquiera existe venta de billetes.

Ninguno de los vecinos que conocieron el pueblo en sus mejores años hubiera imaginado la presente situación.

«Esto era un poblado ferroviario en el que todo giraba en torno al tren», asegura Chari Sánchez, presidenta de la Asociación de Almorchón. Ella, ya jubilada, recuerda perfectamente que los estudiantes que acababan la escuela se desplazaban al instituto en tren, y que el sacerdote llegaba a la localidad para dar misa en el que llamaban 'el tren del cura'. Además, la estación generaba mucho empleo, tanto desde el punto de vista ferroviario como para el resto de vecinos. «Mi madre tenía habitaciones en casa que alquilaba porque no había alojamientos en el pueblo para tanta gente», asegura Clemen Muñoz, que ha vuelto a vivir a su Almorchón natal con su marido, César Pesquera.

El poblado, que es una pedanía de Cabeza del Buey, tiene características muy particulares. La vía lo parte en dos. Una zona, la más amplia, es propiedad de Adif y allí estaba el economato, la iglesia, los talleres y hasta el campo de fútbol, así como la mayoría de las viviendas.

Fue Renfe quien construyó los pabellones y los bloques de pisos que solo podían ser habitados por personal ferroviario. Del otro lado de las vías, de propiedad municipal, se ubicaban algunas casas y negocios.

Pero, sin saber de zonas, las viviendas se vaciaron por igual y los negocios cerraron paulatinamente hasta no quedar ninguno. En la actualidad, el panadero pasa con su furgoneta todos los días, un par de veces a la semana llega el frutero, y con una frecuencia similar lo hace el pescadero, que también lleva productos congelados. D

e esta forma, los cerca de 40 vecinos de Almorchón pueden realizar algunas compras sin tener que desplazarse hasta localidades cercanas. «Un día a la semana vienen el médico, desde Cabeza del Buey, y el butanero», añade Muñoz, que pese a las pequeñas incomodidades está encantada de vivir en su pueblo.

Sánchez, Muñoz y Pesquera forman parte de la directiva de la Asociación de Almorchón y se han planteado el objetivo revitalizar la vida del poblado y, paso a paso, parece que lo están consiguiendo. El 5 de agosto de este año organizaron la celebración del 150 aniversario de la creación del pueblo. «Yo tengo 23 años y nunca había visto Almorchón así», reconoce Francisco José Calvo, uno de los vecinos más jóvenes, cuando se le pregunta por esa jornada.

Esa revitalización que tanto buscan parece que ha comenzado por la propia asociación de vecinos, que gracias a la visibilidad de acontecimientos como el aniversario ha pasado de tener menos de una veintena a más de noventa socios, aunque la cuota de diez euros anuales les sigue permitiendo pocas alegrías presupuestarias.

«Lo que más necesita el poblado es mejorar sus infraestructuras, las calles y las aceras están en muy mal estado», señala Ana Belén Valls, alcaldesa de Cabeza del Buey. En este sentido, el apoyo del Ayuntamiento es muy necesario, y a lo largo de este año se ha construido un parque infantil, se han instalado aparatos biosaludables de gimnasia al aire libre, y se ha recuperado la pista de baile que se utilizó para la celebración.

Iglesia

El objetivo más inmediato que persigue la asociación es arreglar el tejado de la iglesia, que tiene goteras. Con cargo a los fondos de los propios vecinos ya se actuó en el techo de la sacristía. «Bastante hacen los vecinos, que han pintado la iglesia por dentro y restaurado los reclinatorios y algunas imágenes», comenta Valls, que felicita a los almorchoneros por cómo cuidan su pueblo y tratan de mantenerlo en el mejor estado posible. En las aceras de la calle principal destacan flores y plantas situadas en los agujeros del cemento. Son los propios vecinos los que se encargan de regarlas y mantenerlas. Además, con motivo del aniversario se pintaron las fachadas de la panadería y del economato, que ahora lucen como si los negocios siguieran abiertos.

Sin embargo, el tejado de la iglesia queda bastante lejos de sus posibilidades. «Hemos mandado presupuestos de reparación a Renfe, que rondan los 10.000 euros, y hablado con el vicario de la diócesis», puntualiza Sánchez. La respuesta que se han encontrado es que la iglesia pertenece a Renfe y el Obispado se ha comprometido a ver la posibilidad de una cesión y, mientras tanto, tratar de que Renfe asuma esa obra.

La importancia de la iglesia radica en los actos que se organizan en torno a ella y que tienen lugar los dos días más importantes en la vida social de Almorchón. «Si se cae la iglesia, la Virgen dejaría de pasar por aquí en la romería de ida y de vuelta entre Belén y Cabeza del Buey. Son los dos únicos días que se oficia misa aquí y las dos jornadas del año en la que más gente recibimos», relata Sánchez.

Pero, además de las infraestructuras, Almorchón necesita recuperar población y parece que se están dando pasos en la buena dirección. Hace unos cinco meses se instaló una familia en la localidad. María López vivía en Mérida con sus dos hijos y su marido, pero al encontrar éste empleo en Cabeza del Buey se desplazaron a Almorchón. Ellos viven en una casa por la que pagan un alquiler a Adif, su propietario. Estas viviendas, que son de la parte más antigua del poblado, no se pueden comprar. Solo salieron a la venta los bloques de pisos de la parte más nueva. «Hay solo diez sin vender, aunque la gente no vive aquí», señala Muñoz.

En la parte más antigua, Adif ha puesto a la venta nueve inmuebles de 58 metros cuadrados útiles y con tres dormitorios. La venta se hará mediante subasta pública y el precio de salida es de 13.400 euros. Las ofertas se pueden presentar hasta el 13 de diciembre de este año. «Puede parecer barato, pero yo tuve que invertir una cantidad similar a la que me costó la vivienda en realizar la reforma y la escasez de servicios hace que sea caro», entiende la presidenta de la Asociación.

Muñoz y Pesquera, por su parte, no son propietarios. Viven de alquiler en una casa situada al lado de la Antonio Baena, factor de la estación de Almorchón y otro de los vecinos del pueblo durante todo el año. Ellos hubieran preferido comprarse una casa del lado opuesto de las vías, donde Muñoz vivía de joven. «No encontramos vendedor y nos vinimos a esta parte», explica.

Servicios

Los habitantes del poblado pagan el IBI al Ayuntamiento de Cabeza del Buey y desde el Consistorio se hace la recogida de basuras, la limpieza y el mantenimiento de jardines. Hace unos años también se arregló el consultorio médico. «Todo es de Adif y tuvimos que pedirles permiso para hacer el parque. No ponen problemas, pero tampoco aportan nada. Están dispuestos a ceder el poblado al Ayuntamiento, pero no podemos asumirlo en el estado en el que está», remarca la alcaldesa, que ha instado a Adif a que pida un presupuesto para reformar el poblado. Una vez efectuados los trabajos de mejora, se estudiaría la posibilidad de la cesión. «A lo largo de los años, desde el Ayuntamiento se han asfaltado las calles y mejorado saneamientos sin tener que hacerlo. Hemos empleado, tiempo dinero y esfuerzo», insiste Valls.

La mayoría de los propietarios utilizan las viviendas, sobre todo, en verano, Navidad y Semana Santa. En esos momentos la población llega a los 150 habitantes. Eso ha supuesto que Adif también haya tenido que invertir en mejorar las infraestructuras. «Nos están poniendo la luz nueva y estamos cambiando las instalaciones de dentro de casa. La potencia del transformador que había antes hacía que se fuera la luz cuando había más familias en el pueblo», según Pesquera.

La llegada de nuevas familias y de niños pequeños le dan más vida a la localidad. «Es una gran alegría salir a pasear y ver a los niños jugando en la calle», dice contenta Chari. Y es que ella se acuerda cuando en el poblado había tres escuelas: «la de don Rafael, la de doña Manola y la de doña Carmen». Esto era, la de chicos, la de chicas y la de párvulos, respectivamente. «Estábamos más de 30 niños en cada una», asegura el marido de Sánchez, Antonio Romero, que durante algunos años fue el barbero de Almorchón, antes de irse al servicio militar y de instalarse en Madrid.

La tranquilidad y el contacto con la naturaleza son los aspectos más valorados por los vecinos de esta pedanía. «Es como estar de vacaciones todo el año. Me gusta el trato con los vecinos y la cercanía que solo te dan los sitios pequeños. Me encanta salir de casa y estar en el campo», apunta María López acerca de su decisión de trasladarse a Almorchón.

Como opiniones las hay para todos los gustos, también hay quien piensa que la vida en el poblado es aburrida. «Ya no tenemos ni cantina ni un sitio donde pasar la tarde», comenta Salvador Toledo, el vecino de más edad, con 97 años, y que vive desde hace ocho décadas en Almorchón. Llegó en el año 1935 porque su padre era ferroviario y luego él pasó a formar parte de Renfe. «Empecé trabajando de albañil, poniendo los tejados de estas casas», observa Toledo mientras señala los pabellones situados frente a la casa que comparte con Josefa, su mujer.

Mientras cuenta cómo pasó por diferentes puestos de trabajo y ascendió en Renfe, Toledo no para de reír y se atreve a bromear con su participación en la Guerra Civil como guardia de asalto. Está claro que, a pesar de su edad, es un hombre activo y que echa de menos los años en los que Almorchón era un núcleo de población grande en la comarca. «Antes aquí había mucha gente. Tanto que no había casas para todos. Los primeros seis meses que pasé aquí viví en un vagón, hasta que me asignaron esta vivienda», rememora. Ahora, vive de su pensión, o de sus pensiones. «Tengo dos pagas, una de militar y otra de Renfe, y con las dos no llegó a 800 euros», confirma haciendo una mueca de desagrado.

En lo que a los vecinos más jóvenes se refiere, los hijos de López van al colegio a Cabeza del Buey, hasta donde hay que llevarlos todas las mañanas porque no hay transporte escolar. «En unos días tienen una excursión, y el autobús sí los traerá hasta el poblado», certifica su madre en lo que se puede considerar otro pequeño paso hacía la recuperación de Almorchón.

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