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la tribuna

La culpa es siempre de los poderes ocultos

Las teorías conspiranoides, como la que formuló Pedro Sánchez el domingo sobre su gestión en el PSOE, abonan escenarios de dialéctica social peligrosísimos

Ángel Ortiz

Lunes, 31 de octubre 2016, 23:20

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Mariano Rajoy ha sido investido presidente del Gobierno de manera democrática y legítima. Igual que antes lo fueron Suárez, Calvo Sotelo, González, Aznar, Zapatero o él mismo, en 2011. Sin embargo, las teorías conspiranoides que unos rumorean, de manera más o menos consciente, y otros sostienen y defienden a las claras, como hizo Pedro Sánchez el pasado domingo en La Sexta aludiendo a las supuestas presiones que recibió del diario El País' o César Alierta, expresidente de Telefónica, accionista de PRISA, abonan un fenómeno muy peligroso que, cuando no se detiene a tiempo, suele causar males sociales graves y de difícil remedio.

Decía Rafael Mayoral, diputado de Podemos, esa misma noche: «Pedro Sánchez nos cuenta cómo las élites que no se presentan a las elecciones controlan el poder político y cómo mandan en el PSOE». Íñigo Errejón, el seductor, se expresaba en estos términos: «Pedro Sánchez, reconociendo que no se atrevió a desafiar los vetos oligárquicos que le impedían pactar con Podemos». Pablo Iglesias ya había exclamado desde la tribuna del Congreso, refiriéndose a la manifestación que rodeaba la institución y acosó el sábado a diputados de Ciudadanos: «¡Hay más delincuentes potenciales dentro de esta cámara que allá fuera, señorías!» La deducción inmediata, falaz y torpe pero tremendamente contagiosa, es que Rajoy no ha sido nombrado presidente limpiamente, por libre mandato de las urnas en democracia. Rajoy es una marioneta impuesta por el veto a los partidos de la gente de los poderes económicos ocultos el Ibex por ejemplo y mediáticos digamos el Grupo Prisa merced a que dominan un sistema político corrupto, golpista, mafioso e ilegítimo en manos de delincuentes.

Excusas de ida y vuelta

Ha ocurrido parecido cuando, desde posiciones ideológicas opuestas a las de extrema izquierda o, simplemente, desde formaciones damnificadas electoralmente por el rechazo de los ciudadanos, como el propio PSOE en las últimas citas con las urnas, se ha acusado a algunos medios televisivos de sobreponderar a los partidos emergentes y darles un abrigo y cobertura exagerados. E inmerecidos, por supuesto. En esta acumulación de excusas de ida y vuelta, ¿quién no ha escuchado en los últimos tiempos a algún líder del PSOE responsabilizar de la irrupción de Podemos en el panorama político nacional a los programas de La Sexta, incluso a un oscuro asesor del Partido Popular que creó el partido de Iglesias y Monedero para dividir a la izquierda? Los mismos no deberían extrañarse ahora de que Sánchez use idéntica línea argumental, aunque del revés. Al final se trata de lo mismo: echar balones fuera, renunciar a un análisis honesto de los hechos y eludir la asunción de errores.

El fenómeno es muy peligroso porque no señala delitos como la extorsión, el tráfico de influencias, el cohecho, el chantaje o la coacción. Apenas fundamenta sus alarmas en meras presiones por fuertes que sean, en un ejercicio de libertad en definitiva, propio de toda democracia: que un medio de comunicación El País en este caso decida no apoyar o censurar una alianza política concreta para lo que nos ocupa, de PSOE y Podemos tal y como lamentaba el domingo el exsecretario general socialista a preguntas de Jordi Évole. Entre eso, cosa que hacen todos los periódicos, radios y televisiones cuyos responsables pueden tomar decisiones autónomas sobre la línea editorial en España, que es un país libre, yo diría por tanto que todos, y una extorsión, un chantaje o una coacción hay un universo. Si en un despacho sucede lo que se ha sabido que supuestamente sucedía con el sindicato Manos Limpias, digamos, habría que ir al juzgado. Si no, cabe resistir o ceder, pero no culpar a terceros de la decisión, menos aún a toro pasado. La demagogia es la que convierte esos universos de distancia en espacios mínimos. Por eso el exdiputado extremeño de IU Víctor Casco publicaba en una red social el mismo domingo de madrugada lo siguiente: «Lo que acaba de denunciar un ex secretario general del PSOE es que un grupo mediático utiliza sus editoriales para coaccionar». Es fácil rodear el Congreso convencido de que se protesta contra la malvada coacción de un holding multimedia. Pero no es cierto. Quienes defienden que fuerzas ocultas y sin control democrático deciden por los ciudadanos deberían asumir que todo el mundo comience a razonar de manera semejante sobre cualquier cosa sobre la que no se tengan certezas vividas en primera persona.

El perverso Felipe González

Por todo lo cual, las alcaldías de Madrid, Barcelona, Zaragoza, Valencia o Cádiz también podrían estar en manos de Colau, Carmena y el resto de munícipes por obra y gracia del Ibex 35 o de cualquier otro poderoso lobby. ¿Qué fuerza oculta puso a Pedro Sánchez al frente del PSOE y por qué él mismo no denunció lo que denunció este domingo, pero hace seis meses, hace un año, hace dos? ¿Cuál otra condicionó las victorias de Vara, de Susana Díaz, de Fernández; o antes las de Monago, o la de Fragoso en Badajoz, de Pizarro en Plasencia, de Rodríguez Osuna en Mérida? ¿A qué grandes corporaciones interesó que Ibarra ocupara la Presidencia de la Junta durante 24 años? ¿O que Podemos apoyara un presidente socialista en Aragón? ¿Cuándo y dónde operan esas fuerzas y en qué nos debemos fijar los ciudadanos para detectar el engaño? ¿O es que más bien sucede que las conjuras y los enigmas siempre benefician al adversario y no a uno mismo? Los diputados de Unidos Podemos y PSC, por ejemplo, son los de la gente libre e inteligente de España; y los escaños del PP, Ciudadanos y el PSOE andaluz, los de los endebles ciudadanos manipulados por tipos perversos como Felipe González. Acabáramos.

La democracia también es un juego de contrapesos de intereses, nunca de chantajes y coacciones. Resulta deprimente comprobar cómo el debate público se decolora en España lavado por disolventes dialécticos desnudos de rigor. El PSOE puede rebuscar cientos de razones y culpas en las decisiones de su historia reciente para entender por qué se ha hundido hasta donde se ha hundido. Lo mismo Podemos si procura reflexionar sobre su fracaso en junio. Así el PP con la pérdida de la mayoría absoluta. Y la sociedad española, cuyo futuro no lo marca el invisible capricho de los mercados, sino principalmente un conjunto de actos colectivos e individuales de sus ciudadanos libres. Insistir en la influencia determinista de poderes arcanos, sobre todo de tipo mediático y económico, generaliza la irresponsabilidad y la incredulidad. No sé si aquellos que juegan con estas cosas conocen los peligros que aviva semejante ejercicio de reduccionismo y pobreza intelectual.

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