Borrar
¿Qué ha pasado hoy, 27 de marzo, en Extremadura?
La Ley de Hierro
el zurdo

La Ley de Hierro

Cuanto más grande se hace la organización, más se burocratiza, ya que debe tomar decisiones cada vez más complejas y rápidamente

Antonio Chacón

Domingo, 2 de octubre 2016, 08:41

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

La crisis que desmembra al PSOE evidencia la contradicción de que la democracia está controlada por organizaciones no democráticas: los partidos. Es lo que el sociólogo alemán Robert Michels llamó la Ley de hierro de la oligarquía a principios del siglo XX: La organización es la que da origen al dominio de los elegidos sobre los electores, de los mandatarios sobre los mandantes, de los delegados sobre los delegadores. Quien dice organización, dice oligarquía.

Dicha ley se fundamenta en tres argumentos. En primer lugar, cuanto más grande se hace la organización, más se burocratiza (crece el número de bocas que comen de ella), ya que debe tomar decisiones cada vez más complejas y rápidamente. Quienes saben cómo tratar los temas complejos se vuelven imprescindibles y conforman la élite. En segundo lugar, para que la organización sea eficiente necesita un liderazgo fuerte. En tercer lugar, las masas hacen deseable ese liderazgo, pues son apáticas, ineptas para resolver problemas y tienden al culto de la personalidad. Su única función sería la de escoger de vez en cuando a sus líderes, que no tardan en convertirse en profesionales.

Por tanto, como sostenía Michels, el moderno partido político es en realidad la organización metódica de masas electorales, una máquina creada con el fin de ganar elecciones, y para ganarlas necesita sacrificar su democracia interna. Por ende, la política interna de los partidos es absolutamente conservadora o está en vías de llegar a serlo (veáse Podemos). Por ello, concluía el sociólogo alemán, la lucha emprendida por los socialistas contra los partidos de las clases dominantes ya no es de principios, sino simplemente de competencia por el poder, que es siempre conservador. Y, a medida que la organización aumenta de tamaño, la lucha por los grandes principios se hace imposible. Para reclutar votos y militantes hay que rehuir una política basada sobre principios estrictos. Así, los partidos socialistas (y no socialistas) se rigen por un único principio marxista (de Groucho): Estos son mis principios. Si no le gustan tengo otros. Bien lo sabe el hoy engañado Felipe González, el amigo de Carlos Slim.

En consecuencia, advirtió Michels hace más de cien años, en los partidos democráticos de hoy los grandes conflictos de opinión son cada vez menos combatidos en el campo de las ideas y con las armas de la teoría pura, que por eso degeneran cada vez más hacia luchas e invectivas personales, para plantearse por último sobre consideraciones de carácter puramente superficial.

Eso es lo que pasa en el PSOE. Este, como toda organización, es presa de dos pulsiones: la cesarista y la oligárquica. Ambas son dos desviaciones de la democracia. Pedro Sánchez encarna el cesarismo. Como todo líder elegido en plebiscito, cree: El partido soy yo y quien está contra mí está contra los militantes. Los críticos, encabezados por Susana Díaz, representan la oligarquía, que, al final, es la que quita y pone rey, como hizo con Sánchez.

Cuando el partido gana, nadie cuestiona al general; cuando va de derrota en derrota, los coroneles dan un golpe de mano para cambiar de mando porque temen perder sus privilegios y posiciones conquistadas. Así, como dice Michels, en lugar de un medio, la organización se ha transformado en un fin y hoy tenemos un partido bonitamente conservador que sigue empleando una terminología revolucionaria.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios