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Miguel Ángel García, con sus hijos Cristian y Raúl Miguel, ayer en el cuartel de Plasencia
«Tuve miedo, la barca podía explotar, pero había que ayudar a esas personas»

«Tuve miedo, la barca podía explotar, pero había que ayudar a esas personas»

El guardia civil Miguel Ángel García y sus dos hijos rescatan con su piragua a los pasajeros de una embarcación en llamas en el pantano de Gabriel y Galán

Ana B. Hernández

Miércoles, 24 de agosto 2016, 00:44

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Cuatro adultos y un niño siguen hoy ingresados en el Hospital Virgen de la Montaña de Cáceres a consecuencia de las quemaduras que sufrieron el pasado jueves. Son cinco de los ocho pasajeros cinco adultos, dos niños y un bebé de la embarcación que ardió ese día, en torno a las ocho de la tarde, en el pantano de Gabriel y Galán. Y a pesar de su situación, que requerirá que alguno sea intervenido de quemaduras profundas, según confirmó ayer el SES, lo cierto es que se trata de un final feliz. Porque la peligrosa aventura que les tocó vivir el pasado 18 pudo terminar en una tragedia.

Lo evitaron un guardia civil destinado a la Compañía de Plasencia y sus dos hijos. Miguel Ángel García, de 48 años, tenía el día libre y como en tantas otras ocasiones decidió pasar con su familia la tarde en el embalse de Gabriel y Galán, en las inmediaciones de El Anillo, en el término municipal de Guijo de Granadilla (Cáceres). Los cuatro, padres e hijos, son aficionados al piragüismo desde hace años y el pasado jueves, cerca de las ocho de la tarde, aún seguían en el agua Miguel Ángel y su hijo menor, Raúl Miguel, de 16 años, en una piragua de dos plazas.

«Otras veces llevamos piraguas de una plaza, pero ese día cogimos la de dos, por suerte», dice el guardia civil. Porque lo que vivieron después hubiera sido mucho más complicado en una de una sola plaza.

«De repente escuchamos y vimos la explosión de una barca motora, una llamarada que causó daños a la mayoría de los ocupantes, y que provocó que la embarcación comenzara a arder poco a poco, por la parte trasera».

El y su hijo estaban a unos 150 metros de distancia en el pantano. «Todos comenzaron a gritar y decidimos acudir. En la barca solo quedaban el dueño, que trataba de sofocar el fuego, y un hombre con un bebé en brazos; los demás se habían tirado al agua».

Miguel Ángel y Raúl remaron con fuerza para llegar lo antes posible a la embarcación siniestrada. «Aquí tuve miedo, pensé que la barca iba a explotar y yo iba con mi hijo pequeño, pero teníamos que ayudar a esas personas». Por eso el guardia civil reconoce que no lo pensó más, y que siguió remando con su hijo hasta situarse a 30 metros de la motora. «Yo cogí al bebé y mi hijo remó solo hasta la orilla más cercana, a unos 200 metros, y lo entregamos a las personas que también estaban allí, pasando la tarde en el embalse, y que se concentraron en la orilla».

Entonces Raúl bajó de la piragua y su lugar fue ocupado por su hermano mayor, Cristian, de 21 años. Y padre e hijo volvieron a la motora. «Cogimos en este segundo viaje a la niña de dos años y al niño, de cuatro, y los llevamos también a la orilla».

El resto de los ocupantes, los cinco adultos, seguían en el agua. «Muy nerviosos y con mucho dolor por las quemaduras», recuerda Miguel Ángel. Así que de nuevo con Cristian recorrió por tercera vez los 200 metros que separaban la orilla de la motora y esta vez recogieron a la madre de los dos niños. En el cuarto viaje que hicieron rescataron al padre del bebé.

No hizo falta más. Porque uno de los congregados en la orilla logró poner en marcha una zodiac aparcada en el embarcadero y, junto con otro vecino, llegaron hasta la embarcación en llamas y cogieron a los tres adultos que quedaban en el agua: el dueño, el padre de los dos niños y la madre del bebé. Todos familiares y amigos que estaban pasando un día en el pantano de Gabriel y Galán.

Los sanitarios que llegaron en dos ambulancias realizaron las primeras curas y trasladaron a todos los ocupantes hasta el hospital placentino. Después cinco de los pasajeros, cuatro adultos y el niño de cuatro años según informó ayer la Guardia Civil, fueron ingresados en el Virgen de la Montaña de Cáceres, donde aún permanecen.

El rescate de los bomberos

Eran algo más de las nueve de la noche cuando parecía que la calma regresaba al pantano. Los ocupantes de la embarcación ya no estaban y los bomberos que se habían desplazado hasta el lugar buscaron la fórmula para apagar las llamas de la motora. Miguel Ángel y su familia, con su piragua ya en el coche, siguieron allí.

«También por suerte», recuerda ahora el guardia civil. La corriente arrastraba la motora en dirección a los pinares de Granadilla, zona de alto valor ecológico. Por eso, ante la posibilidad de que tocara tierra y provocara un incendio, los bomberos optaron por cargar en la zodiac que antes había sido utilizada también para el rescate, dos extintores y material para remolcarla si se diera el caso. «Así sucedió, no pudieron apagar las llamas y decidieron arrastrar la embarcación hasta la orilla donde nos encontrábamos», cuenta el agente.

Pero de repente la motora se comenzó a hundir y, con ella, la zodiac a la que estaba atada. La persona que conducía y los dos bomberos se tiraron al agua. De nuevo no había otra embarcación más que la piragua de Miguel Ángel.

«La bajamos del coche, la metimos en el agua y mi hijo Cristian, ya solo, remó más de 300 metros para recoger al conductor de la zodiac y a los dos bomberos». Llegó en cinco minutos a ellos y tardó más de 20 en regresar a la orilla. «Porque era mucho peso; la verdad es que llegó exhausto, no podía más», afirma Miguel Ángel. Ese día habían remado más de un kilómetro y medio.

Cuando a las once regresaron a su casa en Plasencia, el matrimonio subió hasta el hospital para conocer el estado de los ocho ocupantes de la embarcación. «Nosotros pasamos nervios, ellos sintieron pánico». Y ahora, cinco días después de lo que para este guardia civil es algo normal, y para los demás una heroicidad, dice con claridad que se alegra de haber estado ese día en el pantano de Gabriel y Galán. «Nos arriesgamos sí, no sé si todo el mundo hubiera actuado como nosotros o no, pero creo que cuando ves lo que vimos tienes que ayudar».

Su preparación física y la de sus hijos, «sin ellos no hubiera podido dar esa ayuda»; su experiencia en el agua, que ese día llevaran una piragua de dos plazas, que la motora estuviera a una distancia moderada de la orilla y, sobre todo, que se olvidaran de ellos y se centraran en los que necesitaban su ayuda ha permitido que las ocho personas que ocupaban la motora estén sanas y salvas hoy. «Creo que si no les hubiera resultado difícil, es la verdad; los adultos quizás lo hubieran logrado, pero los niños y el padre con las piernas quemadas y el bebé en brazos... así no se puede nadar».

Por eso este guardia civil no tiene duda: «Ha sido una experiencia triste pro también alegre al final, porque todo salió bien, porque todos estamos a salvo».

«Nunca había vivido nada igual y la verdad es que pasé nervios y sentí temor.. espero no volver a repetir», afirma el hijo mejor Raúl.

«Desde luego, mejor que no volvamos a vivir una situación igual, pero me alegro de haber ayudado, de haber estado en ese momento allí con la piragua», concluye Cristian, el hijo mayor. Ninguno de ellos duda, como tampoco lo hace Miguel Ángel, que la próxima tarde que la familia tenga libre volverá con su piragua a las aguas del embalse de Gabriel y Galán.

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