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Antonio J. Armero
Domingo, 24 de julio 2016, 00:28
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Un año después, Eva (26 años) y Carlos (tres más) están casados, el restaurante de las piscinas del río Jevero -a doce euros la parrillada argentina, especialidad de la casa- se sigue llenando los domingos, y la casa de aperos de Hoyos que se quemó continúa en obras. En el cruce de La Fatela, estación término de las carreteras de la sierra de Gata (19 pueblos en la mancomunidad, unos 22.000 habitantes), el techo derretido de un viejo restaurante que llevaba años cerrado está tal y como quedó el 7 de agosto del año pasado, día dos de los seis que se mantuvo vivo y con fuerzas el incendio forestal que le quitó a la comarca del norte extremeño 7.833 hectáreas verdes.
«Si estás aquí sentado y miras hacia allá -dice señalando a lo alto de una montaña leve que está al lado-, casi no se nota nada lo del incendio», apunta Antonio mientras pasa el trapo húmedo por una de las mesas de la terraza del Buenos Aires, el bar-restaurante-casa rural de las piscinas del Jevero, en Acebo. O sea, al lado del epicentro del suceso que el verano pasado abrió los telediarios de España durante varios días seguidos.
La chispa inicial saltó cerca de aquí, una tarde de agosto tan calurosa como este viernes de julio. Y lo que cuenta el camarero no es un desatino. Desde la terraza, desde la mesa en la que María y Vidal toman un café y una tostada ella y un botellín de cerveza él; desde ahí, la huella de lo que sucedió hace un año está matizada. «Se sigue viendo bastante actividad, en los bares y en las piscinas, en el pueblo; yo no noto mucha diferencia en comparación con el año pasado antes del incendio», resume él. «Me acuerdo bien de lo que pasó, lo seguimos todo con muchísima atención, muy preocupados», apunta ella.
El matrimonio vive en Cáceres, y viaja hasta la sierra de Gata, donde él tiene una casa, cada fin de semana del año. A estas alturas del calendario, las piscinas naturales de la zona son un reclamo turístico de primer orden. En las del Jevero, en el aparcamiento situado junto al restaurante, hay una docena de turismos a la una de la tarde. Dos de ellos tienen matrícula de Andorra, uno luce en la luna trasera la pegatina de un concesionario de Barcelona, hay dos de Madrid, otro de Pontevedra...
El sol atiza, el agua está tirando a fría, y aún hay sitio libre a la sombra. Un hombre llega y extiende su toalla sobre el césped, otro se mete en el río con un niño al que se le ha desinflado uno de los manguitos, y un abuelo coloca los hombros bajo el chorro de agua de una compuerta, como si estuviera en un spa. En un spa a cielo abierto, rural y gratuito. En definitiva, escenas propias de un verano al uso. La pura normalidad.
«Las piscinas naturales de esta comarca son una maravilla, y la zona ha reverdecido como nadie pensábamos que podía hacerlo», condensa con orgullo Anastasio Lázaro, marido de la dueña de la casa rural Las Martas, a diez pasos -en sentido literal, paso arriba paso abajo- de la plaza de Acebo, que tiene una iglesia imponente, con trazas de catedral, aunque hoy no se puede visitar porque con lo del tratamiento que aplicaron hace unos días al suelo del templo, hay un poco de jaleo en torno a quién tiene la llave del lugar y dónde se le puede encontrar. Anastasio, que es un torrente de locuacidad, recuerda que el fuego del año pasado le sorprendió a la hora del primer cubata en el café-bar Trébedes, en una cena con jubilados del pueblo. Y dice sin quejarse que el año pasado por estas fechas, la casa rural de su esposa tenía más reservas.
¿Cuántas cosas eran de otro modo el año pasado por estas fechas? Hace doce meses, Eva Vidal y Carlos Lorenzo ultimaban los detalles de la boda que no pudieron celebrar el 8 de agosto porque su pueblo, Hoyos, había sido desalojado el día antes. No se podía entrar ni salir de él, ni siquiera para casarse, a no ser que lo hicieran a solas, sin invitados y escoltados por la Guardia Civil, opción que la pareja rechazó. El 6 de septiembre, por fin Eva se puso su vestido y dijo que sí.
Ese día era más visible una huella que aún no se ha borrado del todo. Está en el aparcamiento hormigonado del cruce de La Fatela, y es la mancha negra en el suelo que dejó un remolque de camión cargado de pinos que ardieron sin prisas durante horas. Ese remolque con los neumáticos desintegrados y la mercancía humeante permaneció ahí parado varios días. Era como un cartel anunciador del incendio, y nadie le prestó demasiada atención porque había otros frentes más preocupantes que atender. En primer término, los vecinos de los tres pueblos que tuvieron que ser desalojados: Perales del Puerto (970 habitantes), Hoyos (934) y Acebo (569). Y en segundo lugar, el monte, que doce meses después de arder enseña sus cicatrices.
Recorrer hoy esos escenarios es, claro está, recordar lo que pasó. Pero también es constatar que el paisaje estaba claramente peor hace medio año. Y que en los pueblos, la vida se parece mucho a la de todos los veranos.
Que hubo un incendio forestal grande se nota desde lejos. A los pocos kilómetros de dejar atrás Moraleja aparece el color negro a los márgenes de la carretera, y sigue ahí hasta bien entrado el puerto de Perales, camino de la provincia de Salamanca por un trazado retorcido y precioso. Al principio de esta subida, a la izquierda sale la CC-32.1, la carretera de la Diputación de Cáceres que lleva hasta Acebo. Son 2.720 metros que resumen bien lo que ocurrió hace un año. En torno a ella, el fuego encontró un combustible estupendo en forma de pinos escuálidos, raquíticos, pegados unos a otros, a razón de varios cientos de ellos por hectárea. Una alfombra roja para el fuego. Hasta el asfalto quedó negro.
Hoy, ese paisaje no es verde. El año que viene tampoco lo será. Y dentro de cinco, quizás no del todo. Pero hoy es claramente menos oscuro que a mediados del último agosto. La mayor parte de los pinos que ardieron han sido talados, aunque algunos aún no han salido de allí. Están amontonados en pilas que salpican todo el paisaje. Es madera que no ha sido vendida, o que sí tiene un comprador pero aún no ha sido trasladada. Junto a esos lotes de árboles negros, también hay montañas de madera astillada, formando una imagen llamativa. Está así, troceada, porque lo ordenó la Junta, dentro del catálogo de medidas para intentar evitar la extensión de la plaga del nematodo del pino (bursaphelenchus xylophilus).
Una fotografía distinta
Una parte de esas astillas volverán al suelo y harán su función en el complejo proceso de regeneración del monte, una tarea a la que Fernando Pulido ha dedicado la mayor parte de su tiempo desde el verano pasado. Doctor en Ciencias y profesor en la Escuela de Ingeniería Forestal de la Universidad de Extremadura (UEx) en Plasencia, conoce al dedillo cada una de las tareas que se han hecho desde que el incendio quedó extinguido. «Tenemos la suerte de que en la sierra de Gata, la capacidad de regeneración natural del terreno es grande, y rápidamente empezaron a surgir madroños, olivillas, brezos...», desgrana el experto. «Hay un buen porcentaje de especies que han rebrotado de forma espontánea, y esa recuperación natural es más fácil si no están los pinos quemados, a lo que hay que sumar que hemos tenido un otoño y una primavera lluviosos», añade Pulido, que además de patearse el monte durante el último año, también se ha sentado a la mesa, a hablar con unos y otros sobre cómo el paisaje puede marcar el futuro de la comarca a corto, medio y largo plazo.
Él figura en la lista de quienes creen que el incendio forestal del pasado verano puede ser una oportunidad para refundar la economía de la zona. Un punto de inflexión hacia una comarca diferente. De entrada, ya se han dado los pasos para el desarrollo de una iniciativa pionera, que será también un banco de pruebas para el mosaico agroforestal que se plantea para el paisaje de la sierra de Gata. O sea, nada de grandes extensiones de terreno pobladas de una misma especie arbórea, ni densidades de centenares de troncos por hectárea, y sí más variedad y más cultivos. Tierras trabajadas y gestionadas, no olvidadas por dejadez o falta de rentabilidad o de ganas.
El proyecto que servirá para testar estas posibles novedades lo lidera la UEx, que ha conseguido fondos europeos, y se desarrollará en una finca propiedad del ayuntamiento de Villasbuenas de Gata, localidad a la que el incendio del pasado verano solo tocó de refilón, pero que sabe bien qué supone que el fuego manche el término municipal. Básicamente, lo que se hará en esa finca de la Dehesa de las Piedras será formar a agricultores locales y probar con especies productivas, o sea, de las que dan dinero en cantidad suficiente como para vivir de forma digna. El planteamiento, al menos en principio, es una garantía de seguridad contra el fuego, al tratarse de suelo que genera ingresos a familias.
«Estamos muy ilusionados con el proyecto de mosaico que plantea la Universidad, y con el hecho de que sea participativo, de que se nos dé voz», valora Luis Mariano Martín, alcalde de Villasbuena de Gata, presidente de Adisgata y representante de la Fempex (Federación Extremeña de Municipios y Provincias) en materia medioambiental. «Un año después del incendio, el balance es que la sierra se está recuperando muy bien, entre otras cosas gracias a que los árboles quemados se retiraron rápidamente», añade el regidor. «Es un paisaje que está empezando a vestirse, y en el que ya empieza a dominar el verde», resume Martín, que en el capítulo del debe anota «que hay gente que sufrió pérdidas materiales y no ha recibido indemnización ninguna». Además, en su radiografía cita también el esfuerzo que están asumiendo los municipios «para actualizar los planes periurbanos (deben recoger medidas de seguridad en caso de incendio) y crear grupos de protección civil».
Por si se repite
El primero en conseguir esto último ha sido Hoyos. «Ya está constituido el grupo municipal de protección civil, y en septiembre empezarán a recibir la formación que necesitan para actuar ante un incendio», adelanta Óscar Antúnez, alcalde por el PSOE, que echa la vista atrás y hace balance. «Las abundantes lluvias y la labor de las administraciones han facilitado que el paisaje esté mucho mejor, y de hecho a los turistas les sorprende encontrar tanto verde». «En este aspecto, el del turismo, hubo un parón grande con el incendio, pero ahora la situación se ha normalizado», añade el alcalde de Hoyos, municipio que hace unas semanas publicó un informe en el que resumía qué acciones había desarrollado a raíz del incendio forestal.
En ese documento tienen un espacio destacado las asociaciones. Son varias -algunas con años de experiencia y otras surgidas tras el siniestro- las que a lo largo del último año han organizado o participado en actividades encaminadas a paliar los efectos del incendio o a llamar la atención sobre el daño que el fuego causa al monte. Es, probablemente, la cara más feliz del último año en la sierra de Gata, que en cierto modo ha vivido un despertar social, según coinciden en señalar tanto el alcalde de Villasbuenas de Gata como el de Hoyos, pero también el de Acebo, Francisco Javier Alviz, del Partido Popular.
Este último cree que un año después «aún falta mucho por hacer», y echa de menos «un poco más de agilidad para ir adelantando en los trabajos de reforestación». «El incendio fue tan grande que un año es poco tiempo para borrar su huella», condensa el regidor, que el pasado día 13 se sobresaltó igual que el resto de vecinos. Hubo un incendio por la tarde y otro por la noche, este último con cuatro focos. Eso ha quedado también: el miedo a que el episodio se repita, a que la Guardia Civil te ordene salir de casa y a tener que montarse en un autobús para ir a dormir a un pabellón. «¡Imagínese lo que sentimos el otro día! Es dantesco. A los cinco minutos de empezar el fuego en el monte, ya estábamos allí», recuerda el alcalde de un pueblo, Acebo, que a las dos de la tarde es un remanso de paz y aire fresco.
A cinco kilómetros de allí, en Hoyos, en una esquina del municipio, hay una foto que es una metáfora de lo que ha pasado en la sierra de Gata en el último año. A un lado, una de las dos casas que ardió, con un trozo de plástico colgando de la reja de una ventana sin cristal. Es rojo y blanco, igual que el precinto que la Guardia Civil usó en agosto del año pasado para impedir que la gente se acercara al lugar. Quizás está ahí desde entonces. A cincuenta metros se encuentra el depósito de aguas del pueblo, con su muro principal decorado por una de las pinturas de la iniciativa 'Agua dulce', que el pasado otoño coloreó paredes en varios pueblos de la comarca. El dibujo de Hoyos lo hizo David Aguilar 'Sonbaty', y en él aparece un rostro expresivo que amaga una sonrisa. Está rodeado de agua. De agua. No de fuego.
«La comarca ha reverdecido como nadie pensábamos que podía hacerlo»
«Estamos muy ilusionados con el proyecto de paisaje en mosaico de la UEx»
«Me acuerdo bien de todo lo que pasó, lo seguimos desde Cáceres muy preocupados»
«No noto mucha diferencia en comparación con el año pasado antes del incendio»
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