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Adiós al botellón cacereño

Adiós al botellón cacereño

La costumbre de beber en grupo al aire libre ya solo se repite en Cáceres en momentos puntuales, como el Womad, y ha quedado reducida a pequeñas pandillas

A. PRADO/P. CALVO

Domingo, 24 de julio 2016, 08:45

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Dice la leyenda urbana que Cáceres inventó el botellón, esa costumbre de beber en grupo y al aire libre combinados o calimocho, cuyas botellas antes han sido adquiridas y transportadas por los propios participantes. Se convirtió primero en un fenómeno social y luego en un problema: facilitaba que los jóvenes consumieran mucho alcohol, al resultar más barato, y generaba suciedad y ruido allí donde aparcaban miles de personas. Hoy, mientras en algunas ciudades el botellón continúa generando inconvenientes por su práctica masiva, como en Badajoz, en Cáceres solo aparece en momentos muy concretos, como el festival Womad o durante la feria.

Semanalmente solo lo prácticamente grupos muy reducidos de jóvenes que aún no tienen edad para acceder a los bares y discotecas, o que prefieren quedarse en algún parque aprovechando las noches de verano. Casos muy puntuales, que se dan en la plaza de Andalucía, el Parque del Príncipe, Macondo o en la plazuela del Conde de Canilleros, y antes en el Paseo Alto y el Olivar Chico de los Frailes. La Policía Local se dedica a disolverlos sin que generen demasiado conflicto.

El caso es que lo que parecía imposible de erradicar y que dio muchos dolores de cabeza a los gobernantes, se ha ido apagando por sí solo. Aunque ha tenido sus momentos claves.

El más importante fue la prohibición de hacerlo en la Plaza Mayor, donde a comienzos de la pasada década se reunían 5.000 jóvenes todos los sábados, y la designación del recinto ferial como único lugar donde poder celebrarlo. Era el año 2003 cuando la Asamblea de Extremadura aprobó la La ley de Convivencia y el Ocio, conocida como Ley antibotellón. Aunque al principio la mudanza fue casi automática, poco a poco la cifra de participantes fue bajando hasta su casi erradicación.

Hay quien conecta el origen del botellón con los sucesos de la Madrila del año 1991. Los jóvenes se buscaron su propio medio de divertirse, sin necesidad de estar pendiente de la hora de cierre de los bares. El botellón venía a sustituir de este modo a la cultura de la litrona de los años 80.

Miles de personas, en una franja de edad cada más amplia, tomaban cada semana la Plaza Mayor hasta que el 29 de marzo de 2003 se puso fin al botellón en el casco urbano. Comenzaba el éxodo al ferial. El ayuntamiento intentó compensar los inconvenientes del nuevo emplazamiento con un servicio nocturno de autobuses hasta las 6 de la mañana. Este servicio se mantuvo incluso durante los meses de invierno. Desde hace unos tres años, sin embargo, la empresa de transporte ya no acude al ferial porque no hay clientes, aseguran.

Los jóvenes han adejado de ir al ferial por varios motivos. El más evidente, la lejanía. Aunque esta circunstancia no importó demasiado al principio, poco a poco fue sustituida por la costumbre de tomar las primeras copas de la noche en los pisos. «Era muy incómodo depender del taxi o del autobús», recuerda Carolina Puerto.

«No compensa»

Luego se han unido otros factores. Por un lado, las ofertas de los locales de ocio, que han llegado a entrar en una guerra de precios para tener clientes a primera hora de la noche. «Si la copa te vale un euro, para qué vas a ir hasta el ferial a pasar frío», asegura una veinteañera que ha trabajado como relaciones públicas en algunos de esos locales.

Por otro lado, también ha pesado la estricta aplicación de los horarios de cierre de los bares, que antes mantenían sus puertas abiertas hasta el amanecer en el caso de la Madrila. Ahora, los clientes pueden llegar a la Plaza de Albastro con los locales a punto de cerrar si se entretienen mucho. Ines Díaz, asidua también a los últimos botellones en el ferial, asegura que «la gente dejó de hacer botellón allí porque aparte de estar lejos, uno de los grandes incoveniente eran los horarios de las discotecas, cada vez cerraban más temprano, no te compensaba el ir y venir hasta el ferial para media hora en los bares, era preferible quedarse en el centro».

Por su parte, Manuel Sanchez Ocaña, que vivió los últimos años del botellón en el centro y el sucesivo paso al ferial, recuerda que «en la Plaza Mayor era un acto social y solía durar una tres horas, después ibamos a los bares primero de la Plaza y luego de la Madrila. Era impresionante, ver esa gran riada de gente. En cambio el ferial estaba muy apartado y abandonado».

Luego surgió una nueva generación que ya no conoció el fenómeno de la Plaza Mayor, y que tal vez por ello ha resultado menos inclinada al botellón, que ahora tiene su máxima expresión en el Womad y en la Fiesta de la Primavera.

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