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El semáforo con la señal en la avenida de Portugal. :: loren
El caso de la señora bajita

El caso de la señora bajita

Escribir en provincias te acerca a los problemas de la gente

J. R. Alonso de la Torre

Jueves, 23 de junio 2016, 07:28

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A veces me siento una especie de defensor del pueblo. Para ser más preciso, un defensor de pequeñas preocupaciones de la gente, que yo no acabo de entender, pero que a quienes me paran por la acera les traen por la calle de la amargura. Se trata, en fin, de viandantes desconocidos, que me abordan con mucha alegría y me piden que denuncie una injusticia lacerante o un dislate mayúsculo. El lunes, por ejemplo, una señora me paró por la calle Antonio Hurtado de Cáceres, a la altura de la sede del PP, y me conminó a denunciar algo que la traía a mal traer.

«Mira, en el semáforo de la avenida de Portugal, en la Cruz, hay una señal de tráfico que impide ver si está rojo o verde. ¿Cómo es posible que pongan una señal delante del semáforo? En cuanto me di cuenta de la barbaridad, me dije, se lo tengo que contar a Alonso. Ahora, utilízalo como mejor te parezca, pero denúncialo. Si no, ya te lo recordaré cuando te vea», me soltó y se despidió.

No conozco a la amable señora de nada, pero antes de que me recordara su denuncia y, seguro, me regañara por ser un mal defensor del pueblo, me acerqué al mentado semáforo y no acababa yo de descubrir el escándalo salvo, eso sí, que hay una señal de prohibido aparcar justo delante. Pero se ve perfectamente cuándo puedes cruzar y cuándo está prohibido.

Como no sabía de qué manera denunciar algo con tan poca enjundia, le expliqué a la señora mis dudas en cuanto la volví a encontrar y ella me demostró que, como defensor de causas perdidas, soy un verdadero inútil. «Claro, es que tú eres más alto que yo y ves el 'hombrino' en verde o la 'mujerina' en rojo, pero si fueras de mi estatura y estuvieras a mitad del paso de cebra, ya verías cómo te ponías nervioso al no saber si podías seguir cruzando tranquilito o si tenías que aligerar», me aclaró.

Y volví al susodicho semáforo, y crucé en verde, y a mitad del paso de cebra, me agaché hasta ponerme a la altura de la señora, y efectivamente, no se veía si estaba rojo o verde, y lo denuncio, y me siento un eficaz defensor de las cosas pequeñas que preocupan al pueblo llano.

No me digan que no es bonito escribir en provincias. Me imagino a los grandes colaboradores de periódicos nacionales interpretando las últimas propuestas electorales de Pablo, Pedro, Mariano y Albert, mientras un servidor se dedica a cruzar semáforos agachado, casi en cuclillas, para contar la realidad lacerante de los pasos de cebra cacereños.

No crean que este oficio sobrevenido de defensor de las cosas pequeñas que preocupan al pueblo es sencillo. Como ven, requiere un trabajo de confirmación y contraste bastante peliagudo. Resolver y denunciar el caso de la señora bajita, que no veía el semáforo, ha sido fácil porque el conflictivo paso de cebra me pilla de camino a casa.

Pero en cierta ocasión, una señora estuvo denunciando durante varios días una multa que le habían puesto, según ella, injustamente. Empezó escribiéndome por Messenger, luego por WhatsApp y finalmente me llamaba a casa. Fui a ver el lugar donde la habían multado y resultó ser un vado con una prohibición así de grande. Tanto trabajo para nada. Pero aun así, la señora me acusó de actuar en connivencia con la policía municipal.

Recuerdo otro episodio singular sucedido en la calle Obispo Segura Sáez de Cáceres. Un municipal estaba poniendo una multa a un vehículo en doble fila. Yo hacía tiempo esperando a mi mujer, el guardia creyó que lo observaba y me rogó que no contara nada, como si multar, con justicia y derecho, fuera un delito. Hay incluso quien me para por la calle y denuncia que no han enchufado a su hijo en una oposición, a pesar de habérselo prometido. «Cuéntelo usted», me exigen. Yo intento que el denunciante entre en razón, pero no hay manera. Mi mujer me dice que la gente no quiere soluciones ni denuncias, que solo pretenden desahogarse. Pero yo me resisto. No tengo vocación de confesor, sino de defensor.

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