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Una señora cruza la calle con su carrito de la compra. :: HOY
El 4x4 de mi suegra

El 4x4 de mi suegra

Las señoras prefieren un carrito de tracción delantera a un andador

J. R. Alonso de la Torre

Lunes, 30 de mayo 2016, 07:59

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El otro día, mi suegra se fue de compras con su carrito, quiso visitar una tienda de sillones, fundas y tapicería y le dijeron que con el carrito no podía entrar allí. Ella se plantó y le dejó las cosas claras al tendero. «Usted verá, pero yo sin mi carrito no voy a ningún lado, este carrito es parte de mí, donde yo entro, él entra y si no, me voy y no compro. Repito: usted verá», avisó y el comerciante entendió enseguida que o entraba el carrito o perdía una clienta.

Mi suegra y miles de suegras son mujeres pegadas a su carrito de la compra. Como llevar un andador les parece dar un paso más hacia la vejez y la incapacidad, se han agenciado un carrito de los de empujar, y así, apoyándose, van a todos los sitios y se sienten más jóvenes y seguras: es para comprar, no para sostenerse.

Apoyada en su carrito, mi suegra se prepara para estar guapa en la primera boda de una nieta. Es en julio y desde hace un mes recorre las boutiques de moda sénior femenina con su carrito como compañero. En ese punto, ha descubierto un problema grave que existe en Cáceres: las señoras mayores no tienen muchos sitios donde ponerse guapas. Echan de menos a una tendera lamada Carmen, que tenía una boutique de ropa con los colores, los cortes y las tallas que gustan a las señoras. Pero Carmen ha cerrado y las mayores cacereñas se sienten discriminadas, como si la moda pasara de ellas. Ahí existe un nicho de clientes, que dicen los modernos, así que menos abrir peluquerías y clínicas de dentistas y más atención a la ropa de señoras mayores.

Servidor también usa carrito de la compra. Hasta ahora, llevaba uno de los de tirar, pero me han dicho que es malo para la espalda, he acabado imitando a mi suegra y me he comprado un súper carro de tracción delantera con el que bajo a la frutería cada semana. El problema es que me cuesta abrirlo para que circule sobre cuatro ruedas y no disfruto de todas sus prestaciones. Subiendo la otra tarde con mi carga de naranjas de zumo, manzanas verde doncella y fresas del Ambroz, intenté ponerlo en modo cuatro por cuatro y aquello no se abría ni a la de tres. Viendo mi inutilidad, se acercaron dos chicas encantadoras, que me ayudaron en el intento. Espanté el complejo de señor mayor inútil y me aferré a la idea de que me ayudaban por mi gracia morena. Pero ni una cosa ni otra: eran 'testigas' (¿se podrá decir ya testigas?) de Jehová, que aprovecharon la coyuntura para entregarme unos folletos e invitarme a su convención en el Palacio de Congresos.

Cuando un 'testigo' o una 'testiga' me abordan por la calle, me los quito de encima con educada firmeza, pero esta vez no procedía. Además, las chicas eran muy agradables y habían convertido mi carro en un 4x4 así que les prometí acudir a su convención y al llegar el día señalado me acerqué al Palacio, que queda a un paso de casa. Me justifiqué pensando que podría escribir un reportaje.

Me llamó la atención que el lugar estuviera repleto de muchachas con unas minifaldas extremadamente cortas y de chicos con trajes muy ajustados y peinados con moñicles imposibles y crestinas rígidas e intuí que algo no cuadraba: los testigos de Jehová suelen vestirse y peinarse con tanta elegancia como recato convencional. Al rato, reparé en un cartel que anunciaba la graduación de la promoción 2012-2016 de Empresariales. Me había confundido de sábado y de fiesta y volví a casa compuesto y sin 'testigas'.

Por el camino, me encontré a mi suegra, apoyada en su carrito, que iba de tiendas en busca de una chaquetina. Le conté mis enredos y no tuvo piedad: «El carrito ayuda a caminar, pero no arregla la cabeza».

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