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El turista tontaina

El turista tontaina

Hay viajeros que vienen a Extremadura como si fueran al Amazonas

J. R. Alonso de la Torre

Miércoles, 18 de mayo 2016, 07:37

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Los turistas son una bendición en Extremadura y no hay mejor noticia que un 90% de ocupación en hoteles y casas rurales y colas para comer en los restaurantes. Pero eso no quita para que, a veces, nos agobie encontrarnos con algún Coronel Tapioca que viene a Extremadura como quien viaja a lo más profundo de la selva amazónica o a los territorios más salvajes de África.

He de reconocer que yo también me sentí explorador cuando me fui a vivir a una ciudad del norte rodeada de prados verdes y de naturaleza. Pensaba que, como era tierra de vacas y de granjas, seguirían despachando la leche recién ordeñada, los huevos recién cogidos de los ponederos y la mantequilla recién elaborada a mano, artesanalmente, en la cocina de las vendedoras.

El caso es que cometí la estupidez de comprarme una lechera, una huevera, un recipiente para la matequilla fresca, una cesta de mimbre y así, cual personaje de cuento naif, me fui a hacer el ridículo al mercado: no era el Coronel Tapioca, sino una moderna Caperucita Roja con una cestita inútil que provocó las risas de las señoras del mercado, que vendían la leche en tetrabrik, los huevos en cajas de Coren y la mantequilla en tarrinas de plástico con la marca impresa en la tapa.

No sé qué tenemos los viajeros tontainas que cuando salimos de excursión a tierras más naturales que urbanas pensamos que somos Indiana Jones, Daniel Boone o algo parecido. Y entre esos destinos que muchos llaman hippies, naturales, auténticos o paradisíacos, destaca Extremadura. Así que cogen el coche, recorren 300 kilómetros y se aventuran por Tentudía, Gata, Hurdes o La Siberia como si se estuvieran adentrando en una selva de Borneo y en cualquier momento fueran a comer un estofado de tigre con coleópteros.

El otro día, comiendo en un restaurante de un pueblo serrano, un turista desenfadado y sabelotodo se preparaba para impresionar a su pareja prometiéndole un banquete de autenticidad a base de vinos caseros, quesos cuajados en las despensas de las señoras del pueblo, embutidos curados en los doblados de los lugareños y piernas de los cabritos que se escuchaban balar en el corral de al lado. El tipo era un poco cruel, la verdad.

Cuando llegó el maître, un muchacho despierto y acostumbrado a lidiar con coroneles Tapioca de muy variada condición, el explorador de fin de semana preguntó por vinos auténticos, de cosechero local. El muchacho puso en principio una cara un tanto rara, pero cuando el cliente aventurero avisó de que habían venido a probar «productos de verdad, de los que se elaboran sin control ni conservantes», reaccionó con presteza y prometió al 'coronel' un banquete lleno de sabores auténticos, sin químicas ni mentiras.

Tras una charla en la que el pueblo serrano en cuestión era descrito por el imaginativo mozo-maître como una especie de aldea medieval, donde los vecinos conservaban las carnes gracias al pimentón y la manteca, mantenían los peces con ayuda del vinagre y el escabeche, guardaban los quesos en aceite y maduraban el vino en barricas de barro centenarias... Tras esa idílica descripción, el chico se fue a la cocina, escanció delicioso vino de Cañamero (etiquetado y de marca) en una jarra de barro, preparó unas bandejas de embutidos y quesos decorándolas con hilos de aceite y algún tropezón de mantequilla y trajo una fuente de lomo al pimentón frito en compañía de lechugas y tomates «recién cogidos del huerto de doña Paquita». Que lo de la lechuga, pase, pero lo de los tomates en abril sonaba a puro pitorreo. De postre, flan hecho con los huevos de la tía Manuela, que seguro que eran de esa señora, pero lo cierto es que el camarero dijo lo de tía de corrido, pero titubeó buscando el nombre.

Yo creo que el maître sirvió al cliente como este soñaba: no lo clavó en la cuenta, lo invitó a un chupito de licor de la cooperativa del Jerte anunciándolo como artesanal y el Coronel Tapioca se fue encantado: quería gozar de una quimera, la autenticidad, y gozó.

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