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¿Qué ha pasado hoy, 17 de abril, en Extremadura?
Plaza Mayor de Cáceres, el pasado viernes 5, primer día del Festival Womad
El botellón gana terreno

El botellón gana terreno

La proliferación de jóvenes bebiendo alcohol junto al escenario plantea si citas como el Womad o Los Palomos pierden su esencia

Antonio J. Armero

Domingo, 15 de mayo 2016, 00:36

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Hay quien mantiene que al escenario principal del Womad podría subirse quien quisiera y ponerse a tocar la batería, y que solo se enterarían al momento quienes ocupan un sitio en las primeras filas. Al resto, más preocupados por asegurar la garrafa de cinco litros de calimocho o por rellenarse el cubata, la música les importa tan poco que si se hiciera una encuesta, la mayoría no sabría ni el nombre del grupo que actúa en ese momento ni el de ninguna otra banda del cartel del día.

La exageración la tomaría como argumento más de uno de los muchos que entienden que este festival de músicas y artes del mundo que acaba de cumplir 25 ediciones se parece poco al de sus inicios. Que durante el Womad (World of Music, Art & Dance) se hace botellón a discreción es una obviedad fácil de comprobar y sobre la que hay coincidencia general. Donde no existe el mismo grado de consenso es a la hora de establecer si esta práctica con el alcohol de por medio forma parte de la fiesta sin más e incluso la enriquece o si, por el contrario, ha crecido hasta el punto de desvirtuar su esencia. Y en similares términos se plantea el asunto para otras propuestas culturales que se organizan en Extremadura.

«En el caso del escenario de la plaza Mayor, yo diría que el Womad se ha convertido en un botellón con música de fondo», resume sin cortapisas Chloé Bird, veinteañera extremeña que sabe lo que es formar parte del cartel de este festival creado por Peter Gabriel. Es un sello de fama mundial capaz de cambiarle la cara al centro de Cáceres y de llenar hasta la bandera su plaza Mayor. O sea, de juntar a entre diez y quince mil personas. Una edición tras otra lo consigue, y un año sí y al siguiente también se repite el debate en torno al macrobotellón.

El alcohol

El escritor canadiense especializado en turismo, músico y profesor de inglés Troy Nahumko dedicaba su artículo en HOY del pasado día 9 a esta cita musical. «Año tras año, estoy sorprendido por la cantidad de personas que llenan la Plaza Mayor y año tras año también estoy sorprendido por lo bien que todos se comportan y que no hay incidentes mayores, especialmente teniendo en cuenta la cantidad de alcohol que se llega a consumir».

Lo saben bien los trabajadores de Conyser, la empresa concesionaria del servicio de limpieza en la ciudad. Este año han utilizado 12.000 sacos no bolsas- para recoger 35.300 kilogramos de basura, que son 5.200 menos que el año pasado, un descenso explicable principalmente porque la lluvia chafó los planes a miles de jóvenes en la noche del sábado. «Nos vamos a casa a hacer botellón», informaba por su teléfono móvil un joven en la plaza Mayor ese día, ilustraba Cristina Núñezen la crónica publicada el día siguiente en este diario. «Nos preocupa que el festival evolucione hacia un macrobotellón en la Plaza Mayor», afirmó a modo de balance Luis Salaya, portavoz del grupo municipal socialista en el ayuntamiento cacereño.

Desde el gobierno municipal cacereño, su portavoz y concejal de Seguridad Ciudadana se muestra preocupado «por el interés que tienen algunos en propagar la idea de que el Womad es un macrobotellón, cuando la realidad es que es muchísimo más: es música, es mímica, talleres, pasacalles, artesanía...». «Es un festival que va a más, y en el que como en otros muchos eventos de nuestra sociedad, está presente el alcohol», añade Rafael Mateos.

Con esta reflexión como base para cualquier planteamiento posterior, el edil cree que el botellón durante el festival «es algo puntual, que se localiza en uno de los escenarios y no en todos». Y precisa que la actuación policial se ciñe a lo que la ley permite y el sentido común aconseja. «En el ferial (a las afueras de la ciudad), que es un recinto cerrado, es fácil impedir que la gente entre con envases, sean del tipo que sean, pero en la plaza Mayor, que es un espacio abierto, plantea más problemas», reflexiona el concejal, que resalta el dato de que este año, la Policía se incautó de numerosas latasfundamentalmente de cerveza. «Hay que preguntarse -plantea- hasta qué punto tiene sentido que a alguien que va a acceder a la zona de conciertos le quitemos los vasos de plástico cuando los va a conseguir cien metros más adelante, en cualquier bar». «Además -concluye-, no hay un método que permita comprobar si lo que llevan dentro de sus botellas de plástico es o no alcohol, y aunque lo hubiera, no valdría para mucho porque unos pasos más allá pueden conseguirlo sin ningún problema».

Un precedente posible es el festival Play! Cáceres, impulsado por la Junta de Extremadura en el año 2008. En aquella ocasión, los organizadores prohibieron el acceso a la plaza Mayor con cualquier tipo de envase. Ni siquiera se podía entrar con vasos de plástico. ¿Evitó esa decisión el consumo de alcohol? Las noticas de aquellos días dejan claro que no, ya que al público le bastó con entrar a un bar, pedir una consumición en vaso de plástico y salir fuera a bebérsela. El resultado fue multas para casi todos los locales del lugar, porque eso de consumir alcohol en la calle no está permitido. ¿Y evitó esa medida que se organizara un botellón? Tampoco. Pero sí lo minimizó mucho, según subrayaban aquellos días varios hosteleros cacereños.

«Es verdad que en los escenarios de San Jorge y de Santa María (dos plazas de la Ciudad Monumental cacereña), la mayoría de la gente sí que está pendiente de la música», matiza Chloé Bird, que también ha actuado en el Womad británico. «No tiene absolutamente nada que ver», resume. «Para empezar, el público tiene que pagar, y no es precisamente barato -abunda-, y van muchas familias con hijos, es un ambiente totalmente distinto, en el que también hay gente tomándose una cerveza o un cubata, pero no un botellón ni mucho menos».

Para Alejandro Dávila, guitarrista del grupo placentino Noxfilia, que actuó en el último Womad, «que parte del público esté a otra cosa es para nosotros menos importante que el hecho de actuar, porque lo que demandamos -afirma- son oportunidades de que la gente nos vea en directo». «El sábado por la noche -amplía- llovía, y la gente que se quedó en los soportales de la plaza Mayor estaba allí escuchando la música».

La cuestión a debate también apareció en la encuesta que el Observatorio Turístico de Extremadura realizó durante el Womad del año 2014. En el capítulo de introducción, los autores del informe ofrecen sus conclusiones. «Aunque el despliegue policial -se puede leer- habilitó trece puntos de control de acceso al recinto para evitar la entrada de botellas de cristal, metal y latas, no se consiguió (ni se intentó) evitar la celebración de macrobotellones, con un bagaje final de 41,2 toneladas de basura recogida, lo que cuestiona el Womad cultural cacereño». Este análisis sociológico plantea que entre las mejoras sugeridas aparece «incrementar las actividades de ocio para que el Festival no sea un botellón en la plaza Mayor». E incluye también un dato a tener en cuenta: el 97 por ciento de los encuestados recomendaría asistir a esta propuesta cultural cacereña.

Aunque el Womad sea probablemente el caso paradigmático en la comunidad autónoma, otras ciudades no están a salvo de la asociación entre cita cultural y consumo de alcohol en la calle. El botellón en Badajoz, entendido como masa de jóvenes reunidos en grupos en torno a una o varias botellas de alcohol -casi siempre ron, vodka y whisky de marcas baratas-, refresco, vasos de plástico y bolsa de hielo, tiñe inevitablemente cualquier evento lúdico que tenga lugar de noche, desde Al-Mossassa a Contempopránea, desde Los Palomos a las fiestas universitarias, y por descontado los Carnavales y la Feria de San Juan, informa J. López-Lago.

Es sabido que el botellón empezó a practicarse en la ciudad a finales de los ochenta, inicialmente en el descampado donde hoy se encuentra El Corte Inglés. En los años posteriores se trasladó al parque de Los Cañones y, durante la obra de remodelación de este lugar, a la plaza de San Atón cuando el Hospital Provincial aún tenía uso sanitario. Todas estas ubicaciones generaban molestias de los vecinos, que llegaron a pleitear con el Ayuntamiento por permitir estas reuniones que impidían el descanso. La Junta de Extremadura se propuso regular esta práctica ante las dificultades que supondría prohibirla y pidió a las grandes ciudades que designaran los lugares donde estaría permitido beber en la calle. Así, en el año 2003 se aprobó la Ley de Convivencia y Ocio, que abordaba esta cuestión.

El Ayuntamiento pacense eligió el ferial de Caya a sabiendas de que en la feria de San Juan, a finales de junio, los jóvenes iban a congregarse allí y lo más práctico era tenerlo previsto en la ley; los alrededores del Nuevo Vivero, donde no hay vecinos cerca; y la margen izquierda del Paseo Fluvial. Como era de esperar, surgieron las primeras críticas, basadas sobre todo en que estos destinos obligaban a los jóvenes a coger el coche. La aparición de paredes pintadas y acerados rotos fueron las quejas principales. En el caso del Paseo Fluvial, los negocios de hostelería de la zona protestaron por la competencia de cientos de jóvenes bebiendo gratis, y también por la suciedad y los malos olores que generaba el botellón, algo que se podía contrastar cada domingo por la mañana.

Con el paso de los años, la situación se ha ido matizando. Hoy la práctica en estos tres lugares se ha normalizado, igual que el sábado y lunes de carnaval tanto en la plaza de San Atón como en la plaza de España. El Ayuntamiento considera que esta fiesta es excepcional, y además sería incontenible por las miles de personas que congrega, de modo que lo afronta vallando algunos jardines y con fuertes recursos de limpieza al día siguiente para minimizar su impacto.

Sin embargo, el botellón vuelve al centro de la polémica cada vez que se programa un evento lúdico-cultural en el Casco Antiguo, sobre todo en el entorno de La Alcazaba, recién restaurada (aún se llevan a cabo trabajos de rehabilitación). Esto ocurre con las fiestas de Al-Mossassa en septiembre, Los Palomos en mayo, y desde hace dos años con el Contempopránea, que este año se celebra a principios de junio.

En este último festival, el problema se ha atajado desde el principio gracias a un recinto vallado en el que hay controles de seguridad, y con un público de más edad que opta por beber pagando en las barras portátiles.

En el caso de Al-Mossassa, una de las principales críticas de hace unos años era el gran botellón en que se había convertido esta fiesta cultural dedicada a rememorar el pasado árabe de la ciudad. Ahora, la Policía Local ejerce una férrea vigilancia sobre cualquier indicio de botellón en los descampados cercanos. El problema parece estar resuelto.

En cuanto a Los Palomos, no se puede decir lo mismo. Se celebra hace seis años y estaba derivando hacia un botellón masivo que no está siendo fácil cortar. La propia organización pretende que este evento dedique más contenido a lo reivindicativo que a lo festivo, y ahora mismo hay dos escenarios. El de La Alcazaba está controlado porque está cerrado y hay controles en los accesos. Pero el del Paseo Fluvial aún es un gran botellón, entre otros factores porque en este tramo está autorizado beber en la calle.

Una pista de hasta qué punto hay o no botellón en el Womad o los palomos la ofrece Google. Al hacer una búsqueda con los términos Womad, Cáceres y botellón, el buscador ofrece 8.170 resultados. Al escribir palomos, Badajoz y botellón, son 16.300, o sea, casi el doble. Pero si la pesquisa se restringe a referencias publicadas en el último año, el vuelco es brutal: 1.350 menciones para el Womad y 94 para Los Palomos, lo que apunta a la distinta evolución que han seguido una y otra propuesta.

Los cambios

«Los primeros años, el botellón en la plaza Alta generó problemas de seguridad, pero conseguimos atajarlo», recuerda Germán López Iglesias, exdelegado del Gobierno y actual concejal de Seguridad Ciudadana en Badajoz. «En cualquiera de estas fiestas -reflexiona López Iglesias- aparece el botellón, pero si los agentes están desde primera hora, evitando que se formen grupos, todo es más fácil, porque luego, una vez que ya se ha organizado un botellón importante, la actuación policial es más complicada».

El edil pacense explica que esta ha sido la forma de actuar ante este tipo de situaciones, y que con ella se ha conseguido minimizar el impacto del botellón durante algunas de estas citas culturales. Rebajar su incidencia, pero no acabar al cien por cien con la imagen de los grupos de jóvenes en torno al alcohol, algo poco menos que imposible en Badajoz y en cualquier otro sitio.<

En Cáceres, el operativo del último Womad estableció trece puntos de control policial en los accesos a la zona de conciertos. En ellos, los agentes se cercioraban de que nadie entrara con envases de cristal, y de que si eran de plástico, no llevaran tapón. En definitiva, se permitía la entrada de jóvenes cargados con bolsas o con neveras portátiles (como muestra una de las fotos que acompañan esta información). El equipaje necesario para una noche de botellón, en ocasiones con menores de edad como protagonistas. «Lo que nosotros podemos perseguir -explica el concejal Rafael Mateos-no es el consumo, sino la venta y dispensación de alcohol a menores, y para eso, entre otras funciones, están los agentes de paisano entre el público». O sea, entre miles de personas que han acudido al mismo lugar con motivaciones diferentes, no todas igual de sanas.

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