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El papá didáctico

El papá didáctico

Diferencias entre un perro pijo y un perro de barrio

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 29 de abril 2016, 08:14

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La diferencia entre un perro pijo y un perro castizo no la da el chucho, sino el dueño. Situémonos en el paseo cacereño de Cánovas, en la acera que antes se llamaba Cursilandia y ahora podría llamarse perropijolandia. Pasa unas señora tirando de su chuchín y se detiene con sus amigas. Inmediatamente, estalla un festín de piropos y admiraciones que se resumen en una frase pronunciada por la dueña o por sus amigas: «¡Es monísimo!».

Trasladémonos a la castiza avenida cacereña de Dulcinea. Una señora pasea a su perro y se encuentra con dos amigas. Se detienen, se saludan y la señora ensalza a su mejor amigo: «¡Ay, el 'joío' por culo lo 'salao' que es». Sus amigas no la contradicen, ¡cualquiera!, sino que la jalean encomiando la buena planta del animal: «Mira qué está hermoso y gordo, se nota que le das bien de comer». Se derrite la propietaria del can y habla de él cual si fuera un hijo: «Me come 'mu' bien el bicho y así se ha puesto».

Mientras las dueñas siguen su camino tirando del perrito por Dulcinea o por Cánovas, las amigas cuchichean. En un caso se preocuparán porque su amiga está cada vez más tonta con el perro, mientras su pobre marido no sale casi de casa. En el otro caso, se harán cruces sobre la situación de su amiga: «Pero si no tiene para comer ella, ¿cómo es posible que alimente tanto al perro? Desde luego, vamos para atrás».

Algo de eso hay. Y no lo digo porque los perros no sean «mu salaos los joíos». También estoy de acuerdo en que son monísimos todos. En eso, se pueden comparar con un nieto o con un hijo, a los que nadie calificará como feos o desagradables, sino de monísimos, siempre monísimos.

Digo que vamos para atrás cuando veo a perros peludos, a los que la naturaleza ha dotado de armas contra el frío, asfixiados por un trajecito de manta térmica o encalmados por un impermeable. Y sean 'mu joíos' perros de barrio o monísimos perros de urbanización, no les falta su champú de citronella ni su crema dentífrica de triple acción.

El otro día, había en un restaurante un papá didáctico, que es ese progenitor encantador que está continuamente mostrando a su hijo los secretos de la vida. Lo cual sería estupendo si no fuera porque acostumbran a impartir las lecciones en los lugares públicos y a voces, por lo que no sé si pretenden aleccionar a sus hijos o al entorno.

El papá explicaba al muchacho que si tenían un perrito, era para mejorar su educación. «Así tienes obligaciones y responsabilidades. Por eso, antes de nacer tú ya trajimos a casa a Sócrates y lo fuimos acostumbrando», educaba el papá y el resto del restaurante nos moríamos de las ganas de conocer a Sócrates y de asistir al cumplimiento infantil de sus obligaciones y responsabilidades con perro tan 'filosófico'.

Aplaudo cualquier intención educativa, pero detesto las lecciones impartidas en público y a voces porque, en esos casos, no sé si el padre didáctico pretende educar de verdad o presumir de su condición de progenitor comprometido.

El papá del restaurante, tras aleccionar a su vástago sobre lo educativo que resultaba cuidar a Sócrates, sacarlo a hacer pipí, recoger su popó y colaborar en su cepillado e higiene dental, pasó a la segunda lección, que versaba sobre el queso mozzarella, un tema lógico si se tiene en cuenta que el restaurante-aula era italiano.

«Este quesito de la pizza se hace con leche de búfalo, es muy rica y nutritiva y tiene muchas vitaminas», explicaba el padre-profe de viva voz. Pero al niño, que parecía más perspicaz que el padre, algo no le cuadraba, así que interrumpió al padre y lo puso en un brete. «¿Papá, pero tú estás seguro de que los búfalos dan leche?». El papi didáctico se azoró al escuchar las risas en las mesas de al lado y servidor, harto de tanta lección, se levantó y se marchó, no sin antes ponerle deberes al niño: «Lo de la leche del búfalo, se lo preguntas a Sócrates, guapino, que seguro que lo sabe».

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