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Niña cofrade, ayer en El Resucitado de Cáceres. :: Armando Méndez
La cofradía del Cacereño

La cofradía del Cacereño

Si el fútbol funcionara como la Semana Santa, Cáceres, de primera

J. R. Alonso de la Torre

Lunes, 28 de marzo 2016, 07:34

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Si el fútbol funcionara en Cáceres como la Semana Santa, el Cacereño estaría en Primera División. Pero no, no funciona igual. Y esta semana de pasión, la comparación ha dejado en evidencia el diferente apoyo ciudadano que tienen el club de fútbol y las cofradías. Porque no se trata solo de los 14.000 cofrades que mueven las procesiones frente a los 700 socios del Cacereño, sino de la organización, pasión, rigor y capacidad de movilización de las cofradías en Cáceres a lo largo de toda la 'temporada', frente al desapego y abandono que sufre el equipo de fútbol.

Ayer, justo cuando acababa la Semana Santa con el júbilo de la procesión del Resucitado, comenzaba en el estadio Príncipe Felipe el calvario de cada domingo con la visita del líder, el Rácing de Ferrol. Y el Vía crucis del Cacereño solo tenía dos posibles estaciones: entierro o resurrección, no había más. Una derrota o un empate nos hundía y se había hecho campaña durante la semana para que el público acudiera en masa a resucitar al club. Pero no, fuimos los de siempre, los mismos mil espectadores de siempre con la misma envidia de siempre hacia esas ciudades como Mérida o la propia Ferrol, que tienen menos habitantes que Cáceres y una Semana Santa también importante (la ferrolana es la única con peso en Galicia), pero donde el poder costalero y el poder futbolero tienen influencia parecida.

El viernes pasado estuve en Zamora, viendo dos procesiones que movilizaron a 7.500 cofrades (allí, el club de fútbol tampoco aguanta la comparación social con las cofradías), y el sábado, ya en Cáceres, me pegué una larga tarde de procesiones cacereñas televisadas y grabadas. Las procesiones zamoranas fueron espectaculares, larguísimas (12 pasos la de la tarde) y con la particularidad de la merienda: el cortejo para durante cerca de una hora para coger fuerzas y los aledaños de la Catedral son una fiesta de 'botellones' nazarenos con tortillas, empanadas y quesos.

Viendo las procesiones de Cáceres por la tele, quedaba claro su valor diferencial con las de Zamora y con las de cualquier otro lugar: el marco es único y, gracias a las retransmisiones, el paso bajo el Arco de la Estrella se ha incorporado a la antología de los momentos más espectaculares de la Semana Santa española. Me gustaron mucho las retransmisiones: el preámbulo con imágenes antológicas de la parte antigua, la coda del jueves con el reportaje sobre el Tajo Internacional y las procesiones en sí.

Las tomas de los pasos y los cortejos eran impresionantes por momentos. Los comentarios de los cacereños César García (ex de casi todo, pero in en casi todo) y Lorena Jorna, responsable de Comunicación del Obispado, eran acertados y contenidos salvo algún exceso en plan homilía. César fue pasión, amenidad y erudición sencilla, y Lorena, a la que no conocía, me sorprendió gratamente: muy profesional, muy televisiva, muy informativa. La imagen global comunicada fue positiva (lástima de esas tres horribles vallas azules, que aparecían a veces en el entorno del Arco de la Estrella) y pocas veces se habrá gastado tan bien el dinero como en esta triple colaboración de Ayuntamiento, Junta y Diputación con TVE.

Pero se acababa la Semana Santa, lo que mejor funciona en Cáceres, e inmediatamente volvíamos a la cruda realidad de lo que funciona a trancas y barrancas. Y la primera en la frente: el Cacereño. Llegaba el líder y en Tribuna se sentaban 20 ferrolanos muy animosos que animaban a su equipo con el grito histórico del Cacereño en la Ciudad Deportiva José Sanz Catalán. A la bim, a la bam, a la bim, bom, bam... Solo animaban ellos. La afición cacereña callaba o intentaba provocar a los visitantes gritando Coruña, Coruña, lo cual extrañaba a los ferrolanos (allí la rivalidad es Santiago-A Coruña). El caso es que competimos en la primera parte, nos marcaron dos goles en la segunda y el calvario continúa. Solo una medida nos salvaría: convertir el Cacereño en cofradía.

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