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Pancarta en el Ayuntamiento, en la avenida principal de este pueblo de 4.300 vecinos :: Casimiro Moreno
Monesterio no tiene un plan B

Monesterio no tiene un plan B

En el pueblo ven pocas alternativas tras el posible despido de 160 vecinos de esta localidad que trabajan en la mina de níquel de Aguablanca

J. López-Lago

Domingo, 7 de febrero 2016, 08:18

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En Monesterio, pueblo de 4.300 habitantes al sur de Badajoz, saben a cuánto está el salchichón ibérico -a 10 euros el kilo- y el chorizo -a 5,50-, unos precios aceptables porque hay más cerdos y se abarata el precio, explica Antonio Quintero, veterano carnicero de esta población conocida por su jamón. Desde esta semana Quintero también sabe que hay un mineral que ha bajado. «El níquel ahora cotiza menos», dice con aplomo detrás del mostrador enfundado en su mandil blanco.

El níquel sirve para conseguir acero inoxidable, fabricar imanes y acuñar monedas, entre otros muchos usos. En el año 2004 una multinacional canadiense -Lunding Mining- se fijó en los cerros de las afueras de Monesterio para abrir una mina y empezó a extraer toneladas y toneladas de este metal. Ahora quiere cerrar porque no ve rentable la actividad. Y claro, a Quintero y al resto del pueblo le ha llegado que el motivo es porque el níquel ahora vale menos y a la empresa no le interesa. Sindicatos y afectados opinan que se están maquillando datos y desconfían de las cifras que se están divulgando. La incertidumbre se ha extendido por la población.

De repente podría dispararse el paro, decaer el consumo y hasta bajar la población por abandono de jóvenes en busca de otras oportunidades. Por las conversaciones que tratan el tema en los bares, alternativas laborales hay pocas para muchos de los adultos que podrían quedarse sin empleo.

O en Monesterio negocian con éxito una prórroga de la actividad de la mina de níquel, o 2016 y los años siguientes se van a hacer muy duros, vaticinan los lugareños, que intuyen lo que se avecina porque prácticamente todos tienen algún conocido o familiar trabajando allí.

160 de un total de 400

Había rumores, pero el bombazo llegó por carta la semana pasada, un breve documento donde se usaba el precio del níquel como argumento para justificar el cierre y ejecución de un expediente de regulación de empleo extintivo. De consumarse esta decisión, la multinacional canadiense enviaría al paro, solo de Monesterio, a 160 personas. En total despediría a casi 400, la mayoría pertenecientes a los pueblos andaluces de Cala (1.200 habitantes), Santa Olalla del Cala (2.000) y El Real de la Jara (1.600).

María José Delgado, 50 años, es una de ellas. Hija de emigrantes extremeños, ahora separada y con dos hijos de 12 y 27 años, vino desde Bilbao a su población de origen atraída por un puesto de trabajo en la mina, donde lleva nueve años. Es operadora de preparación de muestras y ahora su futuro está en el aire. Vive de alquiler en Monesterio.

«No quisiera tener que abandonar de nuevo Extremadura, pero dependo de mi sueldo. Solo me quedarían nueve meses de paro porque el resto muchos lo hemos agotado con el ERTE, ya que estamos sin trabajar desde abril. Las navidades no han sido malas porque no nos esperábamos esto. Pero ahora... Aún no le he explicado a mi hijo pequeño lo que pasa para no preocuparlo. La verdad es que todavía estoy en shock y no sé hacia dónde tiraré», decía esta madre el martes pasado mientras esperaba el resultado de una reunión entre los sindicatos y la empresa.

Como ella, había 35 trabajadores más. La cita fue en un área de servicio de la autovía A-66 cercana a Monesterio. Allí se decía que solo en sueldos , Río Narcea, la empresa que explota la mina de Aguablanca, abona 17 millones de euros al año. Y se teme que buena parte de ese dinero deje de entrar en negocios de la zona.

Otro de los empleados afectados es Jaime González Ramallo, en cuya cuenta entraban catorce pagas de entre 1.500 y 1.600 euros al año. Tiene dos hijos y uno de ellos está en el paro, situación a la que teme llegar él también. Procedente de la construcción, aún recuerda el día en que entró a trabajar en la mina de níquel, un 15 de diciembre de 2004. Previamente le tocó facilitar a la empresa su implantación en la población, pues necesitaba naves, oficinas y otras instalaciones que él desde su puesto del Ayuntamiento hubo de buscar. Su mujer, Dolores, también trabaja para Río Narcea, en su caso como limpiadora de las oficinas. Ahora no se cree que se hable de desmantelarlo todo.

«Sabíamos que la mina tenía una vida de diez o doce años, pero ha ido saliendo más mineral. Quedan por extraer tres toneladas de níquel. Lo que pasa es que entre unos permisos y otros nos han ido haciendo dos ERTE, y ahora a mí, después de doce años trabajando solo me quedan ocho meses de paro», dice este operario de planta que cumple 55 años este mes y por tanto pesimista sobre sus posibilidades laborales a partir de ahora.

Desconsuelo, desasosiego y crispación eran tres estados de ánimo pronunciados durante la concentración de trabajadores del pasado martes en el área de servicio. Sabían que acudiría una representación de la empresa. Algunos reconocían que esperaban una cifra mayor de empleados, familiares y paisanos solidarizándose con ellos aquella mañana, cuando esperaban meter presión a los representantes de los patrones. Pero no fue así.

Poco apoyo vecinal

En el pueblo se habla del tema y poco más. Además de las instalaciones en la mina, Río Narcea tiene una pequeña oficina en la planta baja de una calle secundaria. Ni siquiera luce un rótulo. Muchos habitantes ni saben que esos despachos existen.

A la espera de ver cómo evoluciona el proceso, la máxima expresión de protesta, el mínimo atisbo de indignación cuelga desde hace unos días una gran pancarta donde se lee 'No al cierre de la mina'.

La intención que se confirmó la semana pasada ya era un runrún en bares y negocios de la localidad, donde admiten dos cosas: que el hecho de que 160 personas vayan al paro reducirá el consumo local y por lo tanto otros negocios se verán afectados, y que no existe un plan B, una alternativa económica que sea capaz de generar empleo en estos momentos.

Todos coinciden en que, además de la ganadería y los productos del cerdo, la ubicación del pueblo, a cien kilómetros de Sevilla y cien de Mérida, es su principal atractivo. El valor de ser un lugar de paso se vio amenazado por la construcción de la autovía A-66 cuando se finalizó este tramo del sur de Extremadura. Aquello fue en 2004, pero como dio mucho trabajo a todos nadie se quejó. Lo siguiente fue que acabó la autovía y empezó a funcionar la mina de níquel. Entonces no había pisos libres en el pueblo y se alquilaban hasta por 500 euros al mes.

Pasaron los años y la vitalidad de la travesía -se denomina avenida de Extremadura-, lejos de apagarse lentamente, siguió conservando todos sus negocios. «No ha cerrado ni uno, yo diría que incluso hay más», señala el carnicero Antonio Quintero, que tiene el suyo en el número 171.

Allí dice que ha notado que la preocupación se ha apoderado de muchos vecinos. «Tengo un amigo con tres hijos, la mujer no trabaja ahora y a él lo van a despedir. Se va a notar en todo el pueblo, en cuanto se acabe el dinero del paro dentro de un año. La gente está muy preocupada y una posibilidad espero que sea que venga otra empresa, pero no sé».

Lo cierto es que este vial sigue siendo el centro del pueblo. No solo está allí el ayuntamiento, de los pocos que no tiene una plaza delante, sino que tiene supermercados, bancos, dos estancos, varios bares y tiendas de todo tipo. Dicen que la gente sigue parando en Monesterio, que como lugar de parada de viajeros incluso resiste a la competencia del macrocomplejo Leo que abrió como área de servicio, una idea que en el pueblo vieron como una amenaza con más desventajas que ventajas, pues apenas hay empleados del pueblo allí trabajando.

La situación, explican en el bar La Ponderosa, es grave, pero hay otros pueblos de Andalucía más afectados. Sobre todo se refieren al Real de la Jara, donde prácticamente todos trabajan en la mina. «Ese pueblo se muere si cierra», dice un cliente. «Aquí con la crisis de la construcción se perdieron más empleos», zanja otro para dar perspectiva a la situación.

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