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«Tengo altibajos, pero en este año y medio he tenido una gran mejoría», resume Juan Luis. :: hoy
«Soy fóbico social y quiero contarlo»

«Soy fóbico social y quiero contarlo»

Dos extremeños relatan cómo es su pulso diario contra un trastorno que les lleva a aislarse de los demás

Antonio J. Armero

Domingo, 7 de febrero 2016, 00:48

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A Juan Luis aún le cuesta mirar a los ojos de quien acaba de conocer. Se encuentra más cómodo con la vista hacia otro sitio, y los nervios se le escapan por las manos. Pero está aquí, sentado frente a alguien a quien no ha visto antes en su vida. Más aún: le está contando a un desconocido cómo es la lucha diaria contra su enfermedad. Es un logro mayúsculo para un fóbico social. «El orgullo propio -afirma-, eso es lo que me lleva a contarlo, hay que aprender a que no te importe demasiado lo que la gente piensa de ti».

El miedo a los demás, elevado hasta el punto de que quien lo siente termina aislándose de la sociedad porque solo está verdaderamente tranquilo en su casa y con los suyos. Es una posible definición sin tecnicismos de la fobia social, el trastorno que a Juan Luis le diagnosticaron hace un año y medio. «De toda la vida he sido muy tímido, callado -cuenta-. Lo que pensaba me lo quedaba dentro de mí, no lo expresaba. No me gustaba ir con la gente, y en la adolescencia sentí algunas veces que me estaban dando de lado. Pero cuando me sentí raro de verdad fue al entrar en la universidad. Allí he hecho algún buen amigo, pero al poco de entrar empecé a sentir ansiedad y a tener problemas de concentración. Pasaba mucho tiempo en casa, no era feliz, me estaba consumiendo. Me daba miedo todo lo que implicaba estar con gente. Tenía temporadas en las que no iba a clase. Llegó un momento en el que empecé a sentir bastante tristeza y soledad. Comprendí que necesitaba ayuda. Fui a tratamiento y me dijeron que tenía fobia social. Me valió para darme cuenta de que lo que me pasaba no era solo que fuera muy tímido, sino algo más».

Matriculado en dos carreras

El relato de Juan Luis es transparente. En el fondo y en la forma. De una racionalidad inusual en alguien de veinte años. Quizás el motivo es que ha dedicado más tiempo de lo normal entre la gente de su edad a pensar sobre sí mismo y todo lo que le rodea. Vive en Cáceres y está matriculado en tercero de Historia en la Universidad de Extremadura y en algunas asignaturas de Filosofía en la UNED, estudios que saca adelante pese a que algún que otro examen ha coincidido en el calendario con momentos «de bajón». «Todavía los tengo -explica-, y todavía no puedo decir que llevo una vida normal porque hay cosas normales para la gente de mi edad que no hago, como ir a una discoteca».

Esas etapas en las que la enfermedad vuelve a tomar más protagonismo del que él quisiera, puede ocurrir que pase varios días sin salir de casa o sin atender al teléfono móvil. «Tengo altibajos, pero en general, en este año y medio he tenido una gran mejoría». Si no fuera así, difícilmente se habría atrevido a viajar solo a Madrid para pasar un fin de semana, alojado en un hostal. «Quedé allí con varios amigos a los que había conocido por Internet, que también tienen fobia social, y fue una experiencia fantástica».

Este tipo de encuentros son más fáciles de organizar desde que existen las redes sociales, que facilitan el contacto entre personas con intereses, aficiones o problemas comunes. Otro empujón en este mismo sentido lo ha dado Amtaes (Asociación Española de Ayuda Mutua contra Trastornos de Ansiedad), que en menos de un año de funcionamiento ha logrado constituirse como un punto de encuentro que reúne -a través del ordenador, pero también cara a cara en ocasiones- de todo el país.

En la base de su filosofía está la idea de echarse una mano los unos a los otros. Por eso existen los GAM (Grupos de Ayuda Mutua), que reúnen a personas de una misma zona geográfica. Son foros de Internet que fomentan el intercambio de experiencias, pero que también sirven para organizar encuentros físicos, en la calle. Uno de los siete GAM que existen a día de hoy es el extremeño, aunque su actividad es prácticamente nula.

Además de Juan Luis, están en él otras cuatro personas, una de ellas Carlos, que hace unos meses viajó a Madrid para participar en la asamblea general de la asociación. «Fue una experiencia positiva pero difícil, pasé nervios, pero bueno, paso a paso los superé». Él tiene 41 años, vive en Badajoz y pasó por un camino largo hasta que un especialista puso nombre a lo que le ocurría. «Ya había ido a varios psicólogos, las terapias me funcionaban solo temporalmente, y gracias a unas lecturas, finalmente pude ir a otra consulta y decir 'Creo que tengo fobia social'».

Un diagnóstico al que él entiende más acertado no denominar como enfermedad. «Es más bien un trastorno, un trastorno limitante, pero no somos bichos raros, solo personas con dificultades para entablar relaciones sociales satisfactorias», plantea. «No somos gente que está metida en casa sin salir. Hay diferentes grados o niveles: a unos les cuesta mirar a los demás, a otros les cuesta hablar... Es importante que la gente tenga claro esto, que no somos gente extraña que está encerrada en casa». Esto último, permanecer durante semanas o meses en la vivienda y no pisar la calle es un caso extremo. Los hay, pero son minoritarios y no responden al perfil más extendido del fóbico social, un problema que afecta al dos por ciento de la población, aproximadamente. Quien lo sufre se expone a una vida diaria marcada por las limitaciones.

Hacer la compra

En el caso de Carlos, le obliga a ir al supermercado a horas a las que sabe que no habrá mucho público. «Y hay sitios a los que sé que no podré ir nunca, como a un concierto, por ejemplo, o a algo que se celebre en un recinto cerrado en el que haya mucha gente». La fobia explica también que no tenga pareja, asegura. Y que no pueda aceptar empleos como el de comercial. «Tendemos a buscar trabajos en los que nos tengamos que relacionar poco, normalmente preferimos el teletrabajo». Y la teleformación (estudiar por Internet), en la que él ha tenido alguna experiencia.

«La clave de todo -resume Carlos- es nuestro problema para relacionarnos con los demás, porque nos sentimos incómodos, tensos, nerviosos, nos entran sudores, temblores, evitamos mirar porque nos creemos observados, sentimos que nos están juzgando». ¿Y el origen, la causa, si es que hay alguna concreta? «Depende de cada uno -comenta Carlos-, pero yo he conocido a varias personas con fobia social que han vivido episodios negativos en su infancia o adolescencia, y en mi caso es así, sufrí acoso en el colegio y creo que eso fue el detonante».

En su experiencia, lo mismo que en la de Juan Luis, hay una palabra clave, que los dos repiten: familia. «Les falta información -expone Carlos-, detectan que la persona tiene limitaciones, que le cuesta relacionarse, y erróneamente lo achacan a la timidez, van dejando pasar el tiempo, luego piensan que es algo propio de la adolescencia, y vas a peor». «Yo no tengo más que palabras de agradecimiento para mi familia y mis amigos más cercanos», dice Juan Luis. «Su ayuda es muy importante, toda ayuda externa se agradece, pero lo fundamental es la voluntad propia», añade el joven cacereño, que hace un año se puso firme ante su fobia social. «Decidí -recuerda- que tenía que hacer cosas que me obligaran a estar en la calle y a relacionarme».

Lo primero fue salir a correr. Después, siguió a su naturaleza reivindicativa -«siempre he sentido la necesidad de aportar algo para intentar cambiar las cosas que no me gustan», afirma- y se apuntó a una oenegé y a una asociación. Se trata, amplía Juan Luis, de luchar contras «las evitaciones». O sea, vencer al impulso que le llama a dejar de hacer cosas, a no juntarse con gente que no conoce.

La soledad

«A veces -expone Juan Luis-, la gente se confunde y cree que somos asociales y nada más, cuando esto es algo muy distinto, porque el asocial es así porque lo ha elegido, se siente bien sin vida social, mientras que el fóbico social quiere relacionarse con los demás pero no es capaz». «Nosotros somos los primeros que lo sufrimos», dice Carlos, que hace tiempo que encontró una ayuda importante en las redes sociales. «Nos permiten saber que no estamos solos, que es un sentimiento que tienes con frecuencia, supone un gran alivio conocer a gente con el mismo problema, a la que cuentas cosas que no cuentas a nadie más».

Esto último, contarlo, pero en público, también es importante, opinan los dos. «Creo que salir públicamente explicando lo que te pasa puede ayudar a otras personas que puedan estar sintiendo algo parecido», defiende Carlos. «Creo -añade- que puede ayudar a algunos padres a comprender a sus hijos. Yo hace un año no me habría atrevido a hablar de todo esto con un desconocido y contarlo en público, pero creo que cuando era más joven, me habría ayudado encontrarme esto, alguien que saliera explicando lo que le ocurría».

«Para mí, salir contando lo que me ocurre es un paso más», argumenta Juan Luis, que ya se ha marcado una nueva meta. Le da un poco de miedo pensar en ella ahora, reconoce. Ese objetivo se llama Irlanda. «Quiero ir allí en Semana Santa -cuenta-, con un par de amigos, en plan mochilero». Será un paso más en ese pulso diario que comenzó hace años, y que quizás acabe pronto. «¿Crees, Juan Luis, que se puede llegar a ser un ex fóbico social?». «Yo creo que sí -responde-, y en mi caso pienso que ese momento está cerca».

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