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¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?
Un viajero silencia su móvil en el vagón silencioso de un AVE.
La buena cibereducación

La buena cibereducación

Se suele culpar a la tecnología de nuestra moderna grosería

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 11 de diciembre 2015, 07:46

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AVE a Cuenca. Vagón silencioso: al sacar el billete te aseguras de que nadie te va a dar la tabarra hablando una hora a voces por el teléfono móvil. Bueno, eso es en teoría. La realidad es que al poco de salir de Madrid, una muchacha llama a una amiga y empieza a contarle su fin de semana con efectos especiales: gritos, risas y exclamaciones. A su amiga y a todo el vagón silencioso. Como los extremeños sabemos mucho de regionales bamboleantes, en los que vale todo, pero muy poco de la urbanidad en el AVE, me callo y soporto la conversación de la chica. Pero el resto del vagón no está por la labor e inmediatamente le afean su conducta. ¡Es un vagón silencioso, oiga!

Las cosas están cambiando. Las normas de cibereducación empiezan a fijarse. Aún no hay tratados de urbanidad específicos, pero el imaginario colectivo entiende ya que hablar por el móvil más de un minuto en el tren es una falta de educación, no una dependencia tecnológica, al igual que un eructo en un tren no es cosa del estómago, sino de los malos modales.

Hace dos años, el 63% de los teléfonos móviles eran smartphones. Hoy, el 81% son teléfonos inteligentes. Y el uso del WhatsApp ha crecido un 206%. ¿Pero qué se puede hacer y qué no se debe hacer en un espacio público con el móvil? Pues las normas las está estableciendo el puro sentido común. El otro día, durante una conferencia, la primera hora, bien, todos muy bien cibereducados. Pero aquello se alargaba y lo que hace unos años se hubiera resuelto con un par de suspiros de desesperación y mucho revolverse en los asientos, se convertía ahora en un incesante tirar de móvil y empezar a enviar mensajes, consultar el correo, leer prensa digital y, en general, enredar. ¿Esos son buenos cibermodales? Pues no, claro que no.

Empieza a ser normal que en las pandillas se afee la mala costumbre de consultar el móvil en lugar de participar en la charla del café. Al menos los mayores de 18. Los adolescentes siempre van un poco a su aire y a la contra. A nadie bien cibereducado se le ocurre enviar ni leer mensajes sin parar en una reunión familiar y nada más bochornoso que tu móvil sonando en el cine o gritando que tienes una llamada en lo más intenso de un funeral. Hemos aprendido, o estamos a punto de aprender, que no todo se puede publicar en Facebook o se producirán malentendidos que acabarán con tu relación de pareja y con tu relación laboral. También nos ha entrado en la cabeza que cada vez que recibimos un correo personal debemos responder, cuando menos, con un 'ok'.

Lo único que no acabamos de entender es lo de la disponibilidad. Somos cabezones y no somos capaces de superar el síndrome de la continua disponibilidad. Si enviamos un mensaje o una llamada y no nos responden, nos enfadamos. Creemos que los demás deben estar siempre a nuestra disposición e interpretamos de la peor manera cualquier falta de respuesta, sin entender que, posiblemente, los demás estén ocupados.

Ante estas faltas de educación, se acostumbra a culpar a la tecnología de la zafiedad y de la ausencia de tacto. Pero no, no culpemos a la modernidad de nuestros cibermodales groseros. Se trata de algo tan antiguo como la mala educación.

No entro en el proceloso mundo de las relaciones sentimentales porque ya se sabe que en el amor y en la guerra vale todo y las normas de cibereducación se conculcan en cuanto a un wasap enviado le salen las dos vírgulas azules y no nos responden. Y no digamos qué manera de hervir de celos y sospechas cuando la amada deja rastro de la hora de su última aparición en red y, sin embargo, pasan los minutos y no nos envía mensajes, sonrisas ni corazones.

Todo un mundo este de las ciberrelaciones. Hay que estar atentos porque el menor fallo puede acabar con la amistad, el trabajo, la familia y la pareja. Antes, con las cartas, también pasaba, pero había más margen de error.

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