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Juan Roig (izq.) entrando en su supermercado cacereño.
Juan Roig, en La Mejostilla

Juan Roig, en La Mejostilla

El empresario valenciano visitó sus supermercados extremeños

J. R. Alonso de la Torre

Martes, 1 de diciembre 2015, 07:23

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Mi mujer no cata vinos, cata suavizantes. Es mucho mejor ser experta en productos de limpieza que ser sabia en tintos. El retrogusto de un Ribera del Guadiana dura un rato, pero el olor del suavizante Bosque Verde es para todo el día. Mi mujer es muy normal. Tanto que compra en las tiendas del señor Roig. En Extremadura, hay supermercados pijos a los que no puedes ir a comprar en chándal. En otros, se te pone cara de consumidor biológico, sostenible y colaborativo. Pero en las tiendas del señor Roig puedes ser cualquier cosa. Son tan normales que ni te miran.

Y es entre sus estanterías donde yo me maravillo viendo a mi mujer dilucidar los conceptos creativos de cada bayeta (de microfibra, clásica, del polvo...), discernir entre lejías: ¿la perfumada, la de frescor verde, la de frescor aloe vera, la de aroma flor de cerezo? O catar suavizantes: los abre, los huele, los agita, los vuelve a oler y decide si nuestra ropa revelará notas de rosa mosqueta, de azul clásico, de flores o de talco.

En los supermercados del señor Roig, tan mesocráticos y populares, nos podemos dedicar a labores tan extrañas como buscar ganchetes de hilo dental, comparar toallitas para gafas o hacer acopio de geles de afeitar de viaje. Las tiendas del señor Roig son así y por eso, en 1981, eran solo ocho y en 2014, sumaban 1.521 con 74.000 empleados, facturando 20.161 millones de euros.

Hasta 1977, los Roig vendían carne. Ese año decidieron vender de todo y montaron sus primeras ocho tiendas. Después, la gran expansión y hoy, ya ven, es la segunda empresa familiar de España y está en todas las capitales salvo en Melilla. Pero a pesar de que el año pasado sus tiendas dejaron 543 millones de euros de beneficio neto, el señor Roig sigue actuando como los tenderos de toda la vida: siempre al pie del mostrador y de la estantería, visitando sus tiendas y buscando la manera de llegar a sus clientes.

La semana pasada, el señor Roig, de nombre Juan (Valencia, 1949), estuvo en Cáceres, visitando su tienda de La Mejostilla, una de las que más facturan en la región. Se le puede ver en la foto a punto de entrar en su comercio, del que es asiduo: ya ha venido varias veces.

Muchos deberían tomar ejemplo del señor Roig: todo el día de tienda en tienda para saber qué necesitan sus clientes y ofrecérselo. Hay dos operaciones cotidianas que me desesperan: una es limpiar mis resquicios interdentales y la otra, limpiar mis gafas. Pues bien, es el señor Roig quien ha facilitado esas tareas que me llevaban casi media hora diaria: él lanzó al mercado los primeros ganchetes baratos con hilo interdental y él vende las cajas de toallitas para gafas más económicas y eficaces.

Pero la cosa no se queda ahí. Su merluza congelada es la más jugosa, aunque la marca (Mascato) no sea famosa, sus porciones de pez espada y de atún rojo sorprenden, fue el primero en vender panecillos variadísimos, es el único, ¡el único!, capaz de surtirme de gel de afeitar en botes pequeños y baratos para viaje y cada vez que quiero yogures desnatados, cremosos, naturales, y edulcorados, me obliga a acercarme a sus tiendas porque solo él ha conseguido darles el punto.

Nunca olvidaré la primera vez que escuché hablar de las tiendas del señor Roig. Tuvo que ver con el morbo, como casi todo lo que llama la atención en esta vida, y sucedió al asistir a una conversación de mis compañeras profesoras de instituto, que comentaban la eficacia probada de una crema para «levantar las tetas» (sic), que vendían muy barata en las tiendas del señor Roig. Un tipo capaz de conseguir turgencias por un par de euros solo puede ser un genio.

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