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israel j. espino
Martes, 24 de noviembre 2015, 11:36
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Todo empezó hace cuatro años. O quizás miles. Pero lo cierto es que fue en el 2010 cuando un joven diseñador extremeño reconvertido en hortelano decide abrir un pozo en su huerta ecológica. Y al excavar, descubre algo que no estaba previsto y que, al parecer, desencadena una serie de extraños acontecimientos.
En el subsuelo, a unos dos metros de profundidad, aparece un manantial de agua pura y cristalina, y sobre él, en la roca madre, una piedra calcolítica con una serie de extrañas cazoletas grabadas en su superficie. Sobre ella, en los estratos superiores, restos de tejas romanas y de un suelo de pizarra, posibles restos de antiguos cultos anteriores y que hoy se han perdido en las aguas del tiempo.
Javier Piris no es un hortelano cualquiera. Es un diseñador informático extremeño afincado en Escocia al que un buen día el destino (en forma de enfermedad de su padre) empujó a desertar de los ordenadores y volver a dar vida a la huerta del Abrilongo, una parcela de tierra que sus ancestros poseían en la localidad rayana de La Codosera. Lee el post completo en el blog Extremadura Secreta
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