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¿Qué ha pasado hoy, 18 de abril, en Extremadura?
Doña Letizia saluda a vecinos de El Carneril, la pasada semana.
Mendigos que fuman en pipa

Mendigos que fuman en pipa

En mi barrio, no se compra por kilos, sino por lotes y esculpen el pelo

J. R. Alonso de la Torre

Miércoles, 7 de octubre 2015, 08:01

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Cada mañana, cuando voy a trabajar, me encuentro con una señora que acude a mendigar en taxi. Lo coge en el barrio de El Carneril y se baja frente a la iglesia de San Juan, exigiendo al taxista que la deje en zona peatonal, justo donde empieza su menesterosa tarea. Luego, a lo largo de la mañana, cuando San Juan sea un hervidero de gente y ya nadie repare en mendigas, se trasladará al Arco de la Estrella, donde los turistas sí se apiadan de su letanía quejumbrosa.

Tras dejar atrás a la señora mendiga, entro en la parte antigua y saludo a un educado mendigo que fuma en pipa. No se trata de una metáfora, sino de literalidad: el hombre fuma tabaco Virginia en una preciosa pipa Bullcap de madera de brezo y saluda con afecto sincero a los conocidos, a quienes no osa pedir nada. El ejercicio pedigüeño lo deja para los turistas, que durante su paseo medieval y renacentista son requeridos por la mendiga del taxi, el mendigo de la pipa, varios 'cantaores' y guitarristas flamencos y una señora gitana que echa la buenaventura con crudeza, sin paños calientes.

En mi ciudad, yo encuentro más elegancia natural en los barrios y en los mendigos que en el centro. Cuando salgo a dar un paseo con mi suegra, ella me pregunta si vamos a ir a Cánovas o por el barrio. Si vamos a Cánovas, se viste elegante y pierde su gracia. Si no salimos del barrio, se pone la ropa que le gusta y enseguida la veo adornada de una elegancia natural que provoca que en la playa la apoden la francesa. Yo creo que los barrios de mi ciudad son más cosmopolitas que el centro, tan provinciano y previsible. En ellos late Europa con sus problemas de periferia, los mismos que en Atenas o en Madrid.

Ayer, bajé a dar una vuelta por el barrio. Me encontré a la mendiga del taxi y nos saludamos convenientemente: Buenas tardes tenga usted, señora... Vaya usted con Dios, señor... Y otras fórmulas igual de antiguas y confortables. Después, seguí mi paseo fijádome en las tiendas. Lo primero que me llamó la atención fue una peluquería cuyo profesional se anuncia como escultor de pelo. Me detuve y curioseé mientras el peluquero me lanzaba esa mirada tan particular que los peluqueros guardan para los calvos. La peluquería era bonita y distinta, de una sofisticación inesperada, pero dedicada a una clientela de señoras de siempre, de las de pocas complicaciones, que, sin embargo, se dejaban esculpir su pelo como si fueran modelos de Miguel Ángel.

Otras señoras, muy dignas y modernas, con auriculares en sus orejas, iban a la compra. En el centro, las señoras de cierta edad no llevan auriculares ni en broma. En el barrio, sí: auriculares, sudaderas fosforito, zapatillas restallantes y lo llevan todo con tanto desenfado que encuentro más elegancia viva en una sesentona de pelo esculpido, cascos verde manzana, camiseta fucsia y zapatillas rosa palo que en la elegancia muerta de la moda consabida, repetida y aburrida del centro de la ciudad.

Se nota que mi barrio es barrio en que no se compra por kilos, sino por lotes. En una pastelería, ofrecen un lote de seis suizos por tres euros. En la frutería, el lote de dos kilos de melocotones, dos de mandarinas y dos de tomates salía por 7 euros y en las carnicerías, había, tirados de precio, lotes familiares para comer (albóndigas, mollejas de pollo, flamenquines, salchichas, alitas) y para merendar: mortadela, queso sandwich, chorizo de Pamplona y mi fiambre favorito: el chopped de langosta, que me parece el maridaje de tierra y mar más rotundo: lo más humilde del cerdo y lo más lujoso del mar sintetizados en una loncha de color butano.

Antes de volver a casa, me compré la merienda en la misma tienda donde se la compran los alumnos a quienes doña Letizia les inauguró el curso la semana pasada: 'bocatatortilla' y zumo por 1.20. Y a casa, a escribir, a cenar, a dormir y a prepararme para iniciar otra jornada con elegancia, entre mendigas ancianas que van al trabajo en taxi y mendigos bien educados que fuman en pipa.

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