Borrar
¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?

Huertos urbanos

TERESIANO RODRÍGUEZ NÚÑEZ

Sábado, 29 de agosto 2015, 00:20

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

HE pasado estos días de calores veraniegos en el pueblo, como tantos otros extremeños que salieron a buscarse la vida en otro sitio. Desde la terraza de la que fuera casa paterna me llega el murmullo del río, a pesar del caudal menguado de este verano anticipado y caluroso. A mi espalda, en la ladera de la sierra, queda el pueblo, viejo de siglos, con sus casas altas y apiñadas, como ancladas en la roca pizarrosa. Enfrente, al otro lado, en la margen derecha del río, un paisaje verde escalonado que asciende hasta lo alto de la montaña. En primera línea, asomados al río, los huertos de 'Los Caños'. Se trata de parcelas mínimas, 'un canterito' le dicen por aquí, dos a lo sumo: diez o doce metros cuadrados, cuarenta o cincuenta echando por lo alto los más grandes. Bastante, sin embargo, para que en ellos crezcan tomates, pimientos, judías verdes, cebollas, pepinos, calabacines. Toda la superficie cultivada está distribuida en tres 'tablas' según su posición geográfica, más arriba o más abajo, a cada una de las cuales les corresponde el agua de riego dos días a la semana, en turnos que se observan con respeto. Por la mañana, con la fresca, apenas ha rayado el sol en el pico más alto o desciende lentamente monte abajo, ya se ve gente acá y allá, mujeres mayormente de una cierta edad, que andan en sus tareas, regar o recoger verduras para el gasto de casa. Dentro de poco, entrado ya el otoño, las plantaciones actuales serán sustituidas por repollos o berzas y escarolas, productos más de invierno.

Estos huertos minúsculos y cercanos, tan próximos como en las ciudades la tienda de la esquina, juegan un doble e importante papel: por una parte, proporcionan a las familias verduras y hortalizas frescas y de calidad, que sólo cuestan el tiempo y el trabajo que exige plantarlas, cuidarlas y recoger los frutos, que no es poco; pero por otra, conllevan los paseos frecuentes y el ejercicio físico que supone la atención constante por no decir casi diaria del huerto, por pequeño que sea. Ese trabajo, que realizan en general personas de una cierta edad, representa con ventaja el ejercicio físico diario que los médicos recomiendan insistentemente a los mayores; eso. y beber mucha agua, dos recetas baratas para la maltrecha economía de la Seguridad Social.

Al comienzo del verano tuve oportunidad de asomarme a unas cuantas ciudades alemanas, desde Berlín a Düsseldorf, desde Múnich a Colonia. Más allá de los grandes parques, verdegueaban los campos de trigo, cebada y lúpulo. Pero en algunas ciudades, entre unos y otros, como un cinturón que anudara la ciudad y el campo, se extiende una larga serie de pequeños huertos familiares, toda una institución a salvo de los grandes complejos industriales. Allí crecen hermanadas las flores y las verduras. Y se rentabiliza el ocio de fin de semana. O se ameniza la reunión y la merienda familiar.

Pensaba en nuestras ciudades, las de la España floreciente y las de esta Extremadura semidesierta. Malamente se entiende nuestro crecimiento urbano, disparatado y alocado, sin orden ni concierto muchas veces, con barrios inconexos acá y allá. Ciudades descoyuntadas, con servicios malos y caros. La crisis de la construcción ha ido dejando grandes parcelas urbanas sin edificar. Islotes rurales en un mar de cemento. Y es ahí, en esas barriadas despersonalizadas de casas amontonadas, en las que viven hacinados muchos de los que en tiempos de abundancia cambiaron pueblo por ciudad y -tristemente también- trabajo campesino por paro, donde algunos políticos de nuevo cuño se proponen crear huertos familiares urbanos. Tal es el caso de Madrid, donde la alcaldesa señora Carmena se propone hacer de Vallecas un vergel, en el que crezcan lechugas en vez de cardos y se produzcan tomates donde ahora se amontona la basura. La idea no es mala. Ni fácil. Pero. ¿quién dijo miedo?

La idea también ha llegado a Extremadura. Quiero recordar que en las vísperas electorales de mayo pasado, algún aspirante a alcalde de Badajoz proponía que las parcelas urbanas que se han quedado sin construir en el entorno ciudadano se conviertan en huertos familiares. No sé si los terrenos serán arrendados o confiscados. Ni si se les entregarán a parados y familias necesitadas o a hortelanos experimentados. O tal vez a jubilados dispuestos a cambiar el paseo rutinario por ejercicio productivo. Gente hay en las ciudades que, a falta de huerto, han convertido la terraza o la azotea en una especie de invernadero.

Claro que también cabe pensar si, hartos de trabajar para disponer de más cosas prescindibles, para comprar el último modelo de coche o de televisión, para viajar más lejos aunque desconozcamos lo que tenemos cerca, la crisis nos esté llevando a recuperar la cordura, a volver a la naturaleza, a descubrir el placer de comer lo que producimos, a poder ser de forma natural, sin tanta química en abonos y productos fitosanitarios. O quizás se trate solamente de salir de la rutina, de huir del estrés de la vida ciudadana, de descargar tensiones, de recuperar la cordura y la vida sosegada. Esa forma de vida que ya hace siglos cantaba y añoraba Fray Luis de León y trató de encontrarla exactamente igual que los urbanitas de hoy: «Del monte en la ladera / por mi mano plantado tengo un huerto / que con la primavera / de bella flor cubierto / ya muestra en lontananza el fruto cierto», nos contó el poeta. Igual que estas buenas gentes de mi pueblo, que ya conocieron hace siglos los placeres de la vida retirada y de tener plantado un huerto, no importa cuán pequeño, al lado mismo de casa. Pero me extraña que los políticos que hoy abogan por los huertos urbanos tengan tan limpias y poéticas intenciones. A saber en qué estarán pensando.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios