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¿Qué ha pasado hoy, 18 de marzo, en Extremadura?
Terraza del bar Dioni, en Cáceres. :: Armando Méndez
Veranear en Moctezuma

Veranear en Moctezuma

Las terrazas de los barrios nos salvan de los agobios del verano

J. R. Alonso de la Torre

Lunes, 6 de julio 2015, 08:02

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Yo tranquilo, veraneo en Cáceres. La frase es copia ilegal de un eslogan publicitario de la ciudad de Zamora que hizo furor en los 70. 'Yo tranquilo, veraneo en Zamora', se podía leer en el parabrisas trasero de los utilitarios junto a: 'To er mundo é güeno' y 'No me toques el pito que me irrito'. No sé si la Ley Mordaza permite copiar eslóganes de los 70. Lo único seguro es que veranear en Cáceres no está penado. Por ahora.

Así que me levanto a una hora prudente, me asomo a la ventana a ver si Dioni ha puesto la terraza y me dispongo a pasar un buen día de veraneo. Dioni es mi barman de confianza. Hostelero de toda la vida, lo he convertido en un personaje de película americana, uno de esos camareros de Nueva York que escuchan las confidencias y mantienen unos principios inmutables: la camisa bien planchada, la máxima de que el cliente siempre tiene razón y un estilo muy propio que impone respeto y destila ternura.

A veces, la terraza del Dioni se llena de clientes y por eso tengo cada mañana la tentación de bajar con una toalla y dejarla en un velador cogiendo sitio, como si la terraza fuera la piscina del Meliá Atlanterra y no estuviéramos en el barrio de Moctezuma sino en Zahara de los Atunes.

Mi bar de verano es tan castizo que anuncia sus raciones en una cartulina escrita con rotulador, donde te tientan con una receta demoledora: riñones acojonantes. Y las conversaciones de las mesas son una inmersión sin anestesia en la realidad: si Vara viniera al Dioni, sacaba anécdotas para cien discursos.

Hablando de riñones, la otra mañana escuché a un muchacho decirle a otro: «Eres más tonto que mis cojones». La expresión me hizo reflexionar: al principio parece un insulto bobo, pero en el fondo es muy duro porque tiene una parte de objetividad que lo hace más incisivo. El insultador no descalifica graciosamente al insultado, sino que reconoce que sus propios cojones están tontos y eso lo habilita para dictaminar sobre las tonterías de los demás.

Yo creo que me puse a darle vueltas al tema porque el día anterior me habían dicho en Facebook que también yo estaba más tonto que mis cojones por haberme metido con la fiesta de los toros. No sé para qué escribo sobre toros ni sobre vírgenes. Hace años, un señor, que regentaba una gasolinera que hay entre Cáceres y Malpartida, me dio un consejo: «No ironice usted sobre la Virgen de la Montaña, escriba sobre lo que quiera, pero no toque a la Virgen y no tendrá problemas».

Ni vírgenes ni toros, he ahí los dos mandamientos del buen columnista extremeño que no quiera pasar por «estar más tonto que mis cojones». Sin embargo, hay concejales valientes, como los de Guareña. El pasado 23 de abril declararon en pleno que Guareña será una ciudad libre de circos y atracciones de feria con animales y festejos con vaquillas. Me lo cuenta a través de Facebook Pedro José Pascual Salguero, un vecino de Guareña, que especifica que los 20.000 euros que costaban las vaquillas se entregan a las familias del pueblo con niños en edad escolar para que les compren los libros de texto.

Acabo el rico café con hielo que me preparan en el Dioni, me doy una vuelta por el barrio y me encuentro en la acera a un gitano discutiendo con un cliente. Vende cerezas del estrío, es decir, las que los cereceros del Jerte llevan a la cooperativa para hacer kirsch con ellas. Está prohibido vendérselas a los ambulantes, pero lo hacen: 50 céntimos dos kilos. El gitano empezó su trabajo en la calle a las nueve de la mañana, vendiéndolas a 1,50 el kilo y ahora, cerca ya de las dos de la tarde, las ha bajado a un euro. El comprador lo avisa de que con el nuevo Código Penal lo pueden condenar a entre seis meses y dos años de cárcel. El gitano no se lo cree, pero es verdad. Nos esperan unos veranos muy tristes: con mordaza y sin 'manifas', sin fruteros, sin top manta. Menos mal que nos queda el Dioni, el bar del barrio, con su gracia, su terraza y su café.

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