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Salón de billar del área El Gallo, junto a la Autovía de la Plata en Casar de Cáceres. :: E.R.
Lujo en la autovía

Lujo en la autovía

El Gallo, área de servicio de la A-66, sorprende por su decorado

J. R. Alonso de la Torre

Sábado, 4 de julio 2015, 09:11

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Una autovía es esa carrera entre autos desconocidos donde nadie sabe nada de los otros, donde todo el mundo mira fijamente hacia adelante, exclusivamente hacia adelante. Lo anterior no es mío, sino de Cortázar, más concretamente es el final de su cuento 'La autopista del Sur'. Me he permitido cambiar el pasado original de los verbos por el presente porque las autovías son un espacio intemporal, son presente, pasado y futuro.

Entras en ellas y siempre es lo mismo, un ir hacia adelante sin escapatoria posible, inmerso en el anonimato, sin capacidad para imaginar la vida de los otros, que te adelantan con sus bacas cargadas camino del Magreb, con sus tablas de madera camino de Tarifa, con sus frigoríficos llenos de fresas camino de Holanda. En las autovías, no hay marcha atrás, todo es anonimato y solo te mezclas con los demás en las áreas de servicio, esos espacios fríos y funcionales donde nadie conoce a nadie y los precios se disparan.

Bueno, eso es en la autovía del Sur de Cortázar, una hilera implacable e interminable de coches entre París y Marsella. O en las autopistas europeas de cualquier país, de cualquier región. Pero todo cambia al llegar a Extremadura. Para empezar, aquí no hay áreas de servicio propiamente dichas con una única salida: adelante, siempre hacia adelante. En Extremadura, lo que hay son bares de carretera montados a lo grande, pero que no dejan de tener el encanto de las viejas ventas de los caminos.

La Portuguesa viniendo de Madrid, la de Mirabel, que realmente pertenece a Malpartida de Plasencia, la de Rufino, en Aldea del Cano, que los ladrones atracaban tras acechar durante unas horas en la parcelina de mi suegra, la del Cruce de las Herrerías, las tres de Mérida, la de Villafranca o la gigantesca de Monesterio, que empezó de la nada y se ha convertido en una de las más importantes del país, tanto que ya es un fijo de los reportajes veraniegos de televisión con su pintoresco guardacoches-curandero.

Pero hoy quiero hablarles de un bar de autovía que es único en el mundo. Al menos, yo no he encontrado nada igual en toda Europa. El área de que les hablo tiene un nombre muy castizo: El Gallo. Está en Casar de Cáceres y es la última abierta en la Vía de la Plata.

Para llegar a esta cafetería, restaurante y jamonería, que así se anuncia en los carteles, hay que tomar la última salida hacia Casar de Cáceres según se viaja hacia el norte, o la primera en sentido inverso, y girar a la derecha nada más pasar las rotondas. Algún pleito ha de haber entre Carreteras y la propiedad de El Gallo porque ningún cartel indicativo señala el camino. Pero allí está, con una explanada inmensa para los camiones, espacios de terraza y, sobre todo, un salón interior que parece más bien una quinta señorial que un bar de autovía.

En El Gallo, hay una barra muy grande, muchas mesas, duchas confortables para los viajeros que lo necesiten y un salón con mesa de billar, cuadros propios de un pabellón de caza bávaro o británico y detalles que convierten este lugar en un extemporáneo y sorprendente salón de lujo donde, paradójicamente, todo es barato.

La carta de raciones es apabullante: bacalao a la dorada (7 euros), secreto (8.50), solomillo ibérico (8.70), solomillo de retinto (16) y, entre 6.50 y 9 euros, sepia, calamares, langostinos, ensaladilla, morcilla, mollejas, morros, oreja, croquetas... Sirven vasos de gazpacho (2.50) y unos contundentes huevos fritos con morcilla del Casar y patatas fritas (7.50) que te dejan como nuevo. ¡Qué partido le hubiera sacado Cortázar a esta mezcla de decorado lujoso y comida popular!

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