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Encierros taurinos de Coria, la pasada semana. :: david palma
Extremadura is different

Extremadura is different

Tras la tragedia de Coria, buscamos culpables para vernos inocentes

J. R. Alonso de la Torre

Martes, 30 de junio 2015, 07:36

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En 2001, me vine de Galicia a Extremadura y pasé de escribir artículos en una región donde los toros se veían como una fiesta tremenda y salvaje a otra donde lo taurino se entendía como un tesoro cultural, una tradición acrisolada y un puntal de la economía. Entendí ese cambio el día que se me ocurrió ir a los toros de Coria y contar lo que vi. Al poco, las cartas se amontonaban sobre la mesa del director de mi periódico recomendándome que no apareciera nunca más por Coria. Eran exageraciones, evidentemente. Después he ido decenas de veces por Coria y me han recibido con un cariño que en ningún otro lugar he encontrado. Pero también es cierto que no he vuelto a contar nada de los Sanjuanes.

También me percaté de que con los toros había topado el día que se me ocurrió describir lo que sucedía en la plaza de Cáceres durante sus corridas de rejones, cuando, tras la muerte de cada toro, se sacaba el animal a la calle, se colgaba de un gancho en la misma puerta de mulillas, se abría en canal ante el público, que curioseaba fuera del coso, se preparaba allí mismo para ser despiezado por el carnicero, la sangre corría por la calle y descendía por la avenida de Hernán Cortés, los caballos de los rejoneadores relinchaban aterrorizados al tener que entrar al ruedo por aquella puerta, esquivando como podían el cuerpo colgante del toro, y el animal, finalmente, era introducido en la furgoneta de una carnicería, que arrancaba dejando por el asfalto durante kilómetros un reguero de sangre. Aquella crónica, también basada en hechos sin opiniones, volvió a llenar la mesa del director de cartas llamándome de todo menos bonito y yo aprendí definitivamente que, en cuestión de toros, lo mejor era mantenerse calladito y decir amén, o mejor, olé.

Al poco, descubrí la faceta política de lo taurino. Resultó que el alcalde de Aliseda, a la sazón militante del PP, había eliminado los encierros del programa de fiestas por considerarlos muy caros y el pueblo se había levantado contra la medida. Fui a entrevistar a aquel alcalde, conocí de cerca la indignación aliseña por quedarse sin vaquillas y, al poco, aquel regidor era barrido por la socialista Claudia Moreno, que desde entonces gana las elecciones en Aliseda estrepitosamente: 8 a 1. Caso contrario se ha dado en el municipio de Cilleros, donde Victoria Eugenia, la alcaldesa socialista, acaba de perder frente al PP y dicen los analistas que la clave electoral ha sido su negativa a gastarse dinero en toros. Supongo que en estos resultados electorales influyen más aspectos además del taurino, pero que los toros fueron el detonante político está fuera de duda.

En este contexto de sagrada fiesta nacional, se produjo la semana pasada la muerte de un ciudadano por asta de toro en las fiestas de San Juan de Coria. A raíz de esta desgracia, he asistido estupefacto a un indignante proceso popular de búsqueda de culpables cuya única intención parecía ser eliminar cualquier sospecha de que los culpables fuéramos todos por sacralizar una fiesta tremenda. En los comentarios populares, nunca desde instancias oficiales, se justificaba la cogida del ciudadano aduciendo que no sabía correr los toros o empleando como argumento, sin rigor y sin vergüenza, sus circunstancias personales. También se ha culpabilizado al toro y se ha denunciado su ejecución pública, casi ejemplar, como si fuera un criminal.

A nadie se le ha ocurrido, aunque solo fuera por mera decencia intelectual, barajar la posibilidad de que los culpables seamos todos. Pero eso es impensable en una región donde los niños de Badajoz acudirán este verano al I Campamento Taurino y los escolares de Cáceres van a la plaza de toros en masa, llevados por sus profesores, para recibir lecciones colectivas de tauromaquia. Cuando suceden estas tragedias, lo mejor es que no busquemos culpables para sentirnos inocentes o, en todo caso, que culpemos al destino y a que somos así, tan tradicionales, tan 'different'. Quizás lo mejor sea permanecer calladitos y decir olé, o mejor, amén.

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