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Los blancos extremeños encantan a los jóvenes. :: firma
El vino del médico

El vino del médico

Mañana se fallan en Cáceres los premios Espiga de Caja Rural

J. R. Alonso de la Torre

Lunes, 27 de abril 2015, 07:35

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El día que vi a un amigo de mi padre preparando en una tienda un estuche con cinco vinos extremeños para regalárselos a su médico de cabecera, supe que nuestros vinos habían empezado, por fin, a convertirse en referencia popular de calidad.

El amigo de mi padre regalaba cada Navidad un estuche de cinco vinos a su médico. En provincias, ya se sabe, lo de regalar a los médicos es una costumbre que no cesa. Seguimos entendiendo que nos curan haciéndonos un favor y valoramos su trabajo por encima del de cualquier otro profesional. Tiene su lógica: entendemos que las decisiones del profesor, del agrónomo o del gestor tienen remedio, pero las del médico pueden ser definitivas. Y mientras el galeno va acertando, le regalamos vino para mostrarle nuestro agradecimiento por mantenernos vivos. El día que yerran, se acaba el vino y se acaba todo.

El caso es que el amigo de mi padre se acercaba cada Navidad a una tienda especializada y preparaba un estuche generoso con un Ramón Bilbao, un Remelluri, un Artadi, un Matarromera y un Carraovejas. 200 euros en vino para agasajar a su salvador de cabecera. Yo le sugería que regalara a su médico vinos extremeños, que los había de suficiente calidad como para que siguiera curándolo con interés, pero él seguía empeñado en sus marcas clásicas de Rioja y Ribera del Duero.

En esto del vino, el imaginario colectivo lo es todo. En Cáceres, hasta hace nada, decir vino extremeño era decir pitarra y a nadie se le ocurría regalarle a su médico de cabecera un estuche de vino tradicional extremeño por muy bueno y exótico que fuera.

Cuando hablabas de Ribera del Guadiana, solo Torre Julia sonaba como vino de cierta categoría y era muy comentada una boda muy sonada en la que, hace años, quisieron servir este vino trujillano y fue imposible porque no había existencias suficientes. El resto sonaba a quiero y no puedo, a vinos con los que se podía hacer el ridículo si los regalabas.

Pero en pocos años, se ha producido un cambio de mentalidad extraordinario. En Cáceres, ¡por fin!, se entiende ya que el vino extremeño puede ser un magnífico regalo. Y el imaginario, ¡ay el imaginario!, ha espabilado definitivamente y es común escuchar hablar a jóvenes y mayores de este o aquel vino de la tierra o de la D.O. Ribera del Guadiana: discuten sobre sus favoritos, se recomiendan un blanco de Los Santos o un tinto de Alía como antes lo hacían con los blancos de Rueda o los tintos de los pagos del Duero.

Entre los jóvenes, sobre todo entre esas parejas que salen a cenar y cambian por una noche la cerveza por el vino, ha hecho mucho bien el blanco Primavera. Ya sé que no es un regalo para médicos, pero ha demostrado a quienes se acercan por primera vez al vino que beber blancos extremeños puede ser muy divertido. Y tras el Primavera, han llegado unos blancos formidables que en tres años han revolucionado el mercado extremeño: vinos juveniles (perdonen los integristas, ya sé que blasfemo al hablar de vinos juveniles, vinos femeninos, vinos para médicos, etcétera) como el Golosina blanco y rosado, el Dulce Eva, el Entremares o blancos más serios como el Victorino Martín de eva beba están elevando nuestros vinos blancos a cotas impensables hace nada.

Mañana martes, se fallan los premios Espiga de Caja Rural de Extremadura, los más prestigiosos del mundo vitivinícola extremeño. Por primera vez, estos premios se entregan en Cáceres con motivo de su capitalidad gastronómica. Pero convertir por un día a Cáceres en centro del vino extremeño es un acto simbólico: refrenda la conversión de esta ciudad, hasta hace nada reticente al vino Ribera del Guadiana y hoy entregada a esta causa. Lo supe el día que el amigo de mi padre cambió lo mejor del Duero y la Rioja por un estuche con un Habla número 7, un Basangus, un Madre del Agua, un Alius y un Mirabel. Se gastó 86 euros y su médico quedó encantado.

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