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Aquel político extraño

ANTONIO MEDINA DÍAZ

Domingo, 26 de abril 2015, 00:16

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NUNCA tuvo la certeza de que algún día podría dedicarse a la política. La profesión de político representaba para él una gran responsabilidad que llevar sobre los hombros, como una especie de porción significativa transferida por los ciudadanos. Por esta razón nunca se sintió tentado para ejercer de hombre público, y además porque apenas le quedaba tiempo después de su trabajo y pensaba que había que dedicar mucho más del que él disponía. Pero como todo llega a él le llegó el momento, más que nada porque un grupo de amigos vieron que podía representar al hombre íntegro y capacitado que podía aportar su experiencia de la vida, aunque no política, porque nunca había pertenecido a partido alguno y, aunque votaba, lo hacía pensando más que en las siglas, en los hombres que las representaban, aunque siempre no estuviera muy de acuerdo con los resultados.

Dado que, para desgracia de muchos pueblos los hombres de provecho que se entregaban a una carrera política, lo dejaban en cuanto podían, o transformaban sus conceptos para formar parte de lleno, tras su acomodo, del aparato del partido y lograban convertirse en políticos perpetuos, dentro de la subespecie de acomodaticios, que terminaban valiendo lo mismo para una concejalía que para algún que otro cargo con que se premiaba la entrega.

Había pensado siempre que para hacer carrera política, como para otros trabajos de la vida, había que comenzar con menos años, con objeto de ir tomando contacto con la realidad, no para hacer méritos, cosa en la que ya no pensaba, sino para acomodarse a la nueva situación y conocer las estrategias de la política.

Algunos le animaban pensando en la gloria que alcanzan los grandes políticos, quién podía saber hasta donde podía llegar, aunque tenía muy claro que a su edad a poco podía aspirar. Otros le interrogaban por el paso que estaba a punto de dar, del que quizás saliera escaldado y perdiera todo su prestigio.

A pesar de todos los comentarios, el asunto estaba decidido y había aceptado, en un principio para ir asumiendo responsabilidades, prestar su nombre a las próximas elecciones municipales puesto que sus pretensiones, por el momento, limitadas no le daban para mayores aventuras.

Eligió un partido que dentro de sus siglas daba a entender la gran preocupación que sentía por las cuestiones sociales, por la cultura, la sanidad, la educación, cuyo proyecto pensó que si era posible, ayudaría a llevarlo a cabo dentro de las limitaciones que el pueblo tenía, pero que se podrían generar recursos a través de las instituciones europeas, que no regatearían esfuerzos en levantar estos pueblos que tanto continuaban perdiendo tras las emigraciones de sus jóvenes en busca del trabajo que por aquí escaseaba.

Su discreción, al contrario que a otros compañeros, le ayudó durante la campaña electoral, prometiendo poco, solamente su trabajo y dedicación por el pueblo. Atenerse a la realidad constituida por los discursos de los gobernantes, sus estadísticas y sus apariciones en los medios de comunicación, no entraba en sus cálculos. Eran pocas promesas, le decían sus compañeros de listas, ya que ellos aireaban una larga lista de proyectos que ya sonaron en otras campañas anteriores.

Tras la toma de posesión de los nuevos cargos electos, copados por los nombres de mayor calado dentro del partido, al que todavía no pertenecía, se conformó con la concejalía de cultura, que llevaba aparejada las funciones de educación. Su trabajo y dedicación se vieron recompensados con la llegada de unos fondos específicos que después de bastante trabajo habían logrado conseguir a través de las instituciones europeas, mediante un plan que intentaría dotar al pueblo de una buena biblioteca de la que carecía en esos momentos.

Fue en aquella sesión de grupo donde se discutió la conformidad de dedicar una parte importante de los recursos económicos recibidos en dotar al ayuntamiento de un vehículo en cuyas puertas figurase el nombre del pueblo y que serviría al alcalde en los viajes a la capital, que tanto efectuaba para arreglar asuntos, decían unos o para justificar dietas, decían otros. El tema se debatió en profundidad, porque la mayoría de componentes del grupo municipal que gobernaba y con los que el alcalde tenía cierta consideración, se encontraban siempre dispuestos a ofrecerles algún viaje que otro. En contra, desde el principio, ayudado por otro concejal amante de justicia y de la cultura, que después cedería porque había logrado colocar a uno de sus hijos como auxiliar. Expuso todos sus puntos de vista, habló de las necesidades culturales del pueblo y de lo bien que sería recibida la biblioteca por todos los vecinos, que a partir de entonces tendrían un lugar adonde poder ir, dejando de lado las tabernas y los juegos de cartas, y hasta planteó una proposición de instalar su propio ordenador para impartir clases de informática a todos aquellos que las precisaran. Pero los fundamentos del alcalde siguieron adelante y la propuesta se llevó al pleno y allí con su voto en contra, junto a los de la oposición, salió adelante. Al día siguiente presentó su dimisión con carácter irrevocable.

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