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Un cortahuevos en acción. :: E.R.
El cortahuevos

El cortahuevos

Los hombres perdemos la cabeza con los zarrios del hipermercado

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 17 de abril 2015, 08:00

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El lunes me compré un cortahuevos. Al volver a casa, mi mujer cortó de cuajo mi ilusión. Yo me sentía un comprador creativo. Había ido al híper a por leche semi y patatas para cocer. Regresaba con utensilios para ser feliz. Con el cortahuevos y con un pelaajos. Mi mujer solo valoró las patatas y las cajas de leche. Ellas son así. Prácticas, sensatas, económicas... garbanceras.

«A mí, para cortar huevos, me basta con un cuchillo», me aclaró. Y en su frase creí entrever un abismo hacia lo subliminal. Cuchillo, huevos, cortar... Dramática asociación de palabras. Y qué manera de aferrarse a la tradición: me basta con un cuchillo. O sea, déjate de zarandajas, un huevo es un huevo y se corta sajando, como si fuera carne, ¡uf!.

¿Qué empuja a los hombres a aventurarse por los pasillos ignotos y esquinados de los hipermercados? En las grandes superficies, están los corredores de la sensatez femenina y los de la inutilidad masculina. Entre los primeros, el corredor de los lácteos, el de las conservas, el de los aceites, el de los zumos y los refrescos.

Entre los segundos, el pasillo de los vinos, el de las extrañezas electrónicas, el de las bicis y los deportes. A veces, se encuentran corredores mixtos. El de los congelados, por ejemplo, que ofrece perca, panga, coliflor y helado de vainilla en el primer tramo; y tienta con helado de crema de leche, saquitos de bogavante y rabas en tempura en el segundo tramo, el de los hombres. O el corredor de las cervezas, con los packs de latas y litros al principio y las bellas cervezas extranjeras o artesanas extremeñas al final.

El pasillo de menaje también es mixto. Primero, cuchillos, cristalerías, vajillas... para ellas. Después, al fondo, en la zona oscura, nosotros, entretenidos con nuestros juguetes. Allí nos encontramos los hombres, entregados al vicio nefando de perder el tiempo. ¡Oh, un carrito para sandías! ¡Anda, un cortamelones! ¡Ostras, qué cortapizzas más chachi!

Como los extremeños somos el pueblo más sensato, menos idealista y más apegado a la tierra y a la realidad (no lo digo yo, Unamuno y Reguera dixit), o sea, los más femeninos de la nación, tenemos incluso un vocablo exclusivo para estos enredos inútiles. Los gallegos tienen otro, caralladas, pero es demasiado polisémico. El nuestro es rotundo: zarrios. El día de autos, antes de comprarme el cortahuevos y el pelaajos, me detuve averiguando la utilidad de otros zarrios. Había, por ejemplo, un pelapatatas para ver la televisión. Se trata de una bandeja con cubo, cubino y tabla. Se coloca entre las piernas y, mientras ves El Príncipe o Viajando con Chéster, pelas el tubérculo en la tabla y arrojas las mondas en el cubino y la patata lironda en el cubo.

Otros zarrios que me subyugaron: los muñecos para las infusiones, cuya finalidad es sumergirse en la tila o la manzanilla para divertirte mientras se enfrían. Más: las ventosas para copas, que se pegan al cristal y tienen cada una un motivo, un color y un sentido: impedir que te equivoques y te bebas el gin tonic del otro.

¡Madre mía! He mentado la bicha, gin tonic, el último disparador de zarrios y caralladas, la más varonil de las bebidas por su capacidad para engendrar un mundo de inutilidades a su alrededor: tónicas de regaliz, de menta, de canela, de mandarina, de pimienta rosa, de cardamomo, de lavanda y azahar... Piel de pepino y pétalos de rosa para la ginebra Hendricks, piel de naranja para la Bombay, cáscara de limón para la Beefeater... Y nuez moscada, y bayas de enebro, y azafrán al júcar, y pimienta multicolor, y sale bru... Gin zarrios.

En el corredor de los hombres, encontré un muñeco separador de yemas. Partías el huevo crudo y arrojabas su contenido por la cabeza del muñeco, la yema se quedaba en la frente y la clara se iba por la nariz cayendo con efecto mocos. No me atreví. Opté por lo discreto: el cortahuevos en tiras y el tubo de silicona pelaajos. Me hubiera bastado con un cuchillo, pero soy un idealista.

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