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J. R. Alonso de la Torre
Martes, 31 de marzo 2015, 07:55
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Ángel empezó siendo francotirador en Bosnia y ha acabado exponiendo cuadros en Nueva York. Ángel Cortés tiene 40 años y es un cacereño tan castizo que nació en San Blas, creció en el Perú y vive en La Conce. Dejó pronto los estudios y se metió en el ejército. Fue ganando sucesivas pruebas de tiro hasta convertirse en el francotirador de las tropas de la OTAN en Bosnia.
«Si había una misión delicada, me colocaban a 800 metros con un rifle y controlaba la situación, pero no tuve que matar a nadie, gracias a Dios, no soy un flipao», detalla, extrovertido y simpático, mientras bebe un café con leche y lo carcomen las ganas de fumar.
Deja el ejército y se mete en una montaña rusa laboral que lo lleva desde la nada hasta la más absoluta miseria. Será tendero, comercial, visitador médico y empresario: monta una clínica dental en Almendralejo, se arruina y la cierra debiendo dinero por todos lados. «Con 38 años tenía que pedirle 20 euros a mi madre», recuerda los tiempos duros.
Euro que sacaba, euro que destinaba a pagar deudas. Un buen día, le ofrecen irse de guarda a una finca de caza situada entre Castellón, Teruel y Tarragona. Y se va. «Era un lugar perdido. Una casa de 17 habitaciones sin luz eléctrica ni casi cobertura telefónica. Vivía en un sótano. Fue durísimo. Lloraba de impotencia, pero tenía que pagar las deudas», confiesa.
Su jefe, un potentado de Bilbao, traía a la finca a multimillonarios rusos, mejicanos y americanos y tenía colgados por las paredes cuadros de caza dedicados por pintores famosos. Los mostraba orgulloso a sus clientes y Ángel le comentaba de vez en cuando que él, de niño, también pintaba.
«Cuatro días antes de dejar la finca, mi jefe me vaciló ante unos clientes diciéndoles que el guarda presumía de pintar, pero no tenía narices para hacerlo"» relata Ángel. El caso es que su amor propio estalló, bajó al pueblo, compró lápices, gomas y pliegos de papel y cuando regresó su jefe a darle el finiquito, se encontró un cuadro pintado a lápiz con él, su hijo y una pieza cazada en Sudáfrica. «Mi jefe, detalla Ángel, se quedó estupefacto, le caían lagrimones por las mejillas y empezó a decir: Eres gilipollas, eres gilipollas». En ese punto, su vida cambió.
Con el finiquito, Ángel se compró unas gafas para ver mejor mientras pintaba. Su jefe envió su dibujo a sus 200 mejores clientes informándoles de que conocía a ese pintor, muy exclusivo, y que, si les interesaba, les facilitaba su correo.
«Regresé a Cáceres. Un amigo me invitó, pagando él, a una copa en Mastropiero y, estando allí, mi móvil se volvió loco: eran las respuestas de los millonarios pidiéndome cuadros», se emociona Ángel. Al primero que le escribió, le pidió 2.000 euros por obra, le encargó cuatro y el resto es vértigo.
Ángel Cortés acaba de regresar de Las Vegas, donde se ha presentado una coedición americana-sudafricana de un libro de cazadores legendarios con portada suya. También ha dibujado la portada de un libro sobre Hemingway. Tiene encargos de medio mundo y en junio se va dos meses a Nueva York a decidir en cuál de las cinco galerías que le ofrecen sus paredes expone. Le han propuesto que el precio de los cuadros oscile entre los 10.000 euros y los 50.000 de uno sobre Paco de Lucía. También le han ofrecido dar varias clases magistrales. «Yo creo que, después de Nueva York, podré liquidar las deudas de la clínica dental», toca madera.
En América, los pintores dudaban de la veracidad de su arte hasta que se grabó un vídeo pintando y lo subió a Youtube. Le preguntan por el material y la técnica y él los anonada: «No he estudiado Bellas Artes, dibujo sin cuadrículas, empiezo por una esquina, acabo por la otra y compro los lápices en Figueroa, mi papelería de siempre de la calle Moret». En Estados Unidos, lo llaman 'El fotógrafo del lápiz'. Para entender su arte, deben fijarse en el autorretrato a lápiz que acompaña este artículo o en los cuadros que colgamos en HOY.es. Es asombroso.
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