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Robin Hood, en una de sus 40 adaptaciones cinematográficas. :: hoy
Un economista llamado Robin Hood

Un economista llamado Robin Hood

Nuestros chapuceros impuestos a los ricos nos convierten en los Curro Jiménez de la nación

J. R. Alonso de la Torre

Viernes, 27 de febrero 2015, 07:34

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Por primera vez me he bajado un 'jueguino' al móvil. No me gustan esos enredos, pero lo de hoy ha sido diferente: era un juego de Robin Hood, mi héroe favorito. Quizás mi único héroe. Ni Astérix ni Flash Gordon ni los tres mosqueteros me han emocionado nunca, pero Robin Hood rodeó mi infancia de sueños hasta el punto de que me gusta cualquier película con bosque inglés, aunque sea un peñazo. Si, además, se desarrolla en la Edad Media, sus protagonistas son arqueros valientes y de buen corazón y le quitan el dinero a los ricos para dárselo a los pobres, entonces ya alcanzo el éxtasis por la vía directa.

A los niños extremeños de mi generación nos gustaba mucho Robin Hood. El bosque de Sherwood nos parecía bastante más estimulante que el jardín del bien y del mal y cada vez que nuestro héroe, ya fuera en las novelas y leyendas ya fuera en las 40 adaptaciones cinematográficas, robaba a los ricos para dárselo a los pobres, nos exaltábamos hasta el punto de que nuestras percepciones políticas radicales parecen más marcadas por esta devoción al héroe de Locksley que por las teorías de Karl Marx. En general, al filósofo alemán lo hemos leído superficialmente, sin profundizar en sus teorías, mientras que la filosofía simple y fácil de Robin Hood nos la sabemos a fondo y la comprendemos sin mucho esfuerzo.

El pasado lunes, escribía sobre la ecotasa y, tras describir la situación en Garrovillas antes y después del pantano de Alcántara, me preguntaba si no se debía reparar la catástrofe social y económica sufrida por este y otros pueblos extremeños, 'víctimas' de la energía hidroeléctrica. Esa reparación vendría en el saco de la ecotasa. Es decir, quitándole dinero a los ricos (Iberdrola, Fenosa, Endesa, etcétera) para dárselo a los pobres (Garrovillas, Acehúche, Serradilla, etcétera).

Para un 'robinhoodiano' militante, está claro que sí, que hay que poner ecotasas, impuestos bancarios y leyes expropiatorias de tierras con el fin de que quienes tienen la pasta sufraguen las necesidades de los pobres. Pero claro, Robin Hood era un héroe de leyenda, no un filósofo ni un economista amparados por el rigor analítico.

El caso es que, a lo largo del lunes, mantuve diferentes debates sobre el caso Garrovillas como paradigma de la Extremadura saqueada. Al final, la decencia intelectual, que parece ser que aún me queda alguna, me ha llevado a matizar mis teorías Robin Hood, algo que no suelen hacer algunos de nuestros políticos, que, cuando hay necesidades, en lugar de apostar por un cambio de modelo o por medidas de fondo, se meten en el bosque de Sherwood y prefieren arreglar las necesidades con un par de asaltos al sheriff de Nottingham o al séquito de Juan sin Tierra, encarnados en Vodafone, Movistar, Gas Natural o Pitarch. Da lo mismo, son los ricos y son los malos así que deben pagar, en general, aunque los culpables de la postración de Garrovillas hayan sido exclusivamente los gobiernos del franquismo o la compañía eléctrica concreta que explota ese embalse.

En el resto de España, estas tasas indiscriminadas a las empresas de energía y a los bancos o, en su momento, las expropiaciones a los terratenientes, que suelen basarse en leyes y reglamentos un poco chapuceros, nos presentan como los simpáticos, pero poco fiables, Curro Jiménez o Robin Hood de la nación. Para el consumo interno, quedan bien porque enlazan con nuestro imaginario colectivo de vengativos héroes de Sherwood. Pero también provocan que, como me escribía un amigo, «nos hagamos tremendamente erráticos, vagos, temibles... Y sigamos siendo cada día más lejanos, dispersos, pobres e irrelevantes».

Cuando me preguntan por los libros que más me han influido, suelo ponerme estupendo y decir que la poesía de Gil de Biedma. Sin embargo, lo que de verdad me ha marcado es haber leído cerca de 50 veces el 'Robin Hood' de Marcel d'Isard en la edición de Bruguera de 1965. Como sueño infantil está bien. Como teoría económica...

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