Borrar

Extrasústoles

JESÚS GALAVÍS REYES

Domingo, 23 de noviembre 2014, 01:43

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

Escribía hace unas semanas el subdirector de HOY, Juan Domingo Fernández, acerca de una posible catarsis en el país y no precisamente por lo contento que esté el personal. Yo no sé si habrá una catarsis generalizada, o una revuelta interautonómica o un encabronamiento colectivo que nos lleve a una rebelión ciudadana. O, Zeus tonante, se nos llueva un nuevo tormentón universal que, en vez de agua, arroje desde las nubes miles de tarjetas plásticas que envuelvan a tantos aprovechados que están en ciertos cargos, para que los podamos arrojar en los contenedores del reciclaje moral. En este moderno diluvio habría que buscar un nuevo Noé: unos, esperanzados, le tienen asignado el papel de salvador de la especie ciudadana al líder de Podemos. Otros se envalentonan y se salvan a sí mismos, como ha hecho Monago en una reciente y gloriosa comparecencia en la que, si le creemos (en acto de fe y caridad unidos), resulta que es el más honrado de los políticos de España y parte del universo. Sería un aspirante a futuro Noé autonómico, nuestro salvador si las aguas de la corrupción regional caen en tromba diluvial y nos anegan definitivamente.

Tampoco sé si el sentir de todo un país es como una olla de presión a la que se le ha estropeado la válvula de escape y, calentada más y más por la desazón y el mosqueo, alcanzará irremediablemente un punto en el que estallará y esparcirá el contenido, como si fuera de un cocido, en forma de grasa untuosa que impregnará a todos. Pero algo tiene que suceder: yo, de momento, me doy paseos por el monte, grito mi cabreo a los buitres (a los de verdad, los de la sierra) y espero el milagro.

Y con mi amigo Agapito, mi médico de cabecera e ilustre columnista de este diario hablaba el otro día de extrasístoles, edades y achaques. Me dijo que mis arritmias y extrasístoles son, con casi toda seguridad, causadas por las preocupaciones. O sea, que si mi hijo no encuentra trabajo, pues ahí va mi corazón y se sacude una extrasístole de esas; o si me inquieta lo mal que suena el coche y el poco dinero que tengo para arreglarlo, pues dos extrasístoles desde mi miocardio que me alarman lo suficiente como para que se genere una tercera. En fin, que con el permiso de Agapito y con el de ustedes, me he inventado este neologismo: extrasústole. Es decir, un latido anómalo producido no más se asusta y se acongoja alguien. Y me imagino que el corazón de España, si es que lo tiene, sufre cada vez más extrasústoles, latidos angustiantes que indican el deseo intimísimo de la nación de empezar cada nuevo día sin tener que aguantar otra entrega de este folletín de las corruptelas. Por la mañana, se lee la primera página de los diarios, y los titulares son de extrasústole nacional asegurada; al mediodía, se inician los telediarios, y más extrasústoles añadidas, y así hasta el día siguiente, en que el país de desayuna nuevamente con los latidos heterodoxos.

Es evidente que existe preocupación (además de por el paro y en general por la crisis económica) por la crisis política, por la sensación de que se ha rebasado el listón de lo soportable en la corrupción. Y me gustaría plantear algunas cuestiones acerca de este asunto que todo el mundo comenta. Una primera es hasta qué punto la intranquilidad se ve exacerbada por algunos medios de comunicación, interesados en vender morbo y escándalo a quien está deseando conocerlo. Otra es si la generalización es injusta o se acerca a la objetividad: a fin de cuentas no es más que decidir si el grueso y chusco «todos son unos chorizos» (que un servidor no acepta en absoluto), es un desahogo visceral, o resulta una percepción popular con suficiente base como para inquietarnos. ¿Cuál es el número, la proporción de políticos, cargos públicos, empresarios, gestores de bancos, etcétera, que ahora mismo están relacionados con procesos y juicios por corrupción o prácticas ilegales? ¿El cinco por ciento, el diez, tal vez más? ¿Y qué cantidad es la que deberíamos establecer como índice cierto e inadmisible de esa generalización? Además, debemos recordar que la corrupción es tan antigua como la misma política: en Campanario, por ejemplo, en 1840, la Diputación provincial investigó un caso de corrupción en el abastecimiento de carne y se concluyó que había habido abusos en el Ayuntamiento, que debió ser el primero, se sentenció, «en defender con el celo propio de una autoridad tutelar los derechos de sus representados». Por eso se acordó «condenar á los individuos de expresado Ayuntamiento que tomaron parte en el acuerdo de alzamiento de precios. al pago del aumento de precio en la carne, que servirá para menos repartir en contribuciones, y el de las costas de la Comisión, imponiendo además la multa de cincuenta duros, y la de veinte y cinco a cada uno de los Síndicos por no haber cumplido con sus peculiares obligaciones». De eso, casi dos siglos.

Y por último, asegurarles que todo este fenómeno ha tenido una utilidad, pues no todo iba a ser negativo. Ha servido para que en cualquier bar de España descubras que sus parroquianos son expertos en procesos judiciales sin haber pasado por la Facultad de Derecho: cualquier cliente de los menos leídos, acodado en la barra mientras debate con los amigos, sabe a la perfección quién es el ministerio fiscal y quién la defensa; distingue las gradaciones que afectan a un procesado, un encausado, un imputado, un acusado y, finalmente, a un culpable y condenado; no ignora qué es la libertad con cargos y qué supone una fianza; sopesa si los aforados españoles son multitud o solo demasía, y palabras como incoar, recurrir, apelar, prisión preventiva, fase de instrucción, Audiencia Nacional u otras similares, que hasta ahora nunca había oído en su vida, comienzan a serle familiares. Algo es algo.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios