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Cartel histórico del primer concierto de Extremoduro. :: E.R.
Extremoduro 1989
UN PAÍS QUE NUNCA SE ACABA

Extremoduro 1989

El grupo dio su primer concierto en el pub Por Ejemplo de Cáceres

J. R. Alonso de la Torre

Lunes, 26 de mayo 2014, 08:50

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En el año 1989, Extremoduro inventó el crowdfunding y dio el primer concierto. Vendieron 250 papeletas a mil pesetas para financiar colectivamente su primera maqueta y tocaron por primera vez en el pub Por Ejemplo de Cáceres. Aquel primer concierto en la historia de Extremoduro se celebró el jueves 23 de febrero y los empresarios los contrataron sin haberlos escuchado.

Los dueños del Por Ejemplo eran Isidro y Valentín Timón y Nemesio Vivas. «Nos habían hablado de que Robe y Fanta habían montado un grupo y los contratamos para un ciclo de conciertos de rock que habíamos montado durante el mes de febrero. El pub se llenó con 500 personas», recuerda Isidro Timón aquel momento histórico mientas muestra por primera vez el cartel que lo certifica y que Robe Iniesta ha pedido en alguna ocasión. «Se lo quise dar tras el concierto de Cáceres de 2012, pero no me dejaron entrar los de seguridad y me lo llevé», cuenta Timón.

25 años después de aquel bautismo rockero, Extremoduro volvió el sábado a Cáceres. Y los cambios eran sustanciales: el concierto no era en un sencillo pub de La Madrila, sino en un estadio. No escuchaban 500, sino 15.800, pero sí rondaba el medio millar el personal que rodeaba a la banda: 60 camareros en la barra de Tribuna, 40 en la de Preferencia y 20 entre el público, una decena de vendedores de merchandising, medio centenar de policías y otro medio centenar de vigilantes y porteros más el personal técnico y de montaje y diferentes coordinadores.

Lo primero que llamaba la atención era que, celebrándose el concierto en un estadio, el público no pudiera ocupar los 8.000 asientos de la grada. Para pasar al graderío de Tribuna, había que ser allegado al grupo o conmover a Bibi, la mujer de Robe. Así que cuatro horas antes de que empezara el concierto, dos chicas y un servidor alegamos, ante el manager y la esposa, ellas, padecer una enfermedad terminal y estar embarazada, servidor, tener una discapacidad. A ellas las creyeron inmediatamente, a pesar de no presentar pruebas, de mí dudaron a pesar de las evidencias, pero acabé conmoviendo y pude sentarme.

Desde lo alto de la grada asistías a la entrada triunfal en el estadio del ilustre Chinato, poeta y letrista de Extremoduro. Te sorprendías de que no hubieran protegido el césped, aunque aquello era más bien pasto seco. Y entendías por qué no dejaban ocupar las gradas. Se debía a la disposición de las barras, parte económica fundamental del evento, colocadas al pie de Tribuna y Preferencia.

A un concierto de rock no se va a mear ni a ver un partido de fútbol ni a sentarse. Debajo del marcador, había 50 letrinas de campaña, pero en ninguna había papel: las chicas lo pasaban mal y los mozos acabaron orinando al aire libre, en un meódromo improvisado junto a la valla del fondo norte. Lo de la Champions fue un poco accidentado. Las pantallas gigantes eran más bien medianas, no funcionaron hasta el minuto cinco y no se escuchó el sonido hasta el 44, pero cumplieron. Y lo de sentarse, ya digo: o eras pariente o conmovías o te quedabas siete horas de pie.

A un concierto de rock se va a escuchar música en compañía, y eso se pudo hacer bien, y a beber con los colegas, y bebida no faltaba. Desde la grada, asistías a cuatro espectáculos: el gentío, el fútbol, el rock y el movimiento en las barras. En Tribuna, los camareros despachaban sin parar mientras cuatro chicas y un muchacho de confianza controlaban las cajas (de cartón) donde se guardaba el dinero. Resultaba curioso comprobar cómo miraban al trasluz cada billete para detectar falsedades. A las 22.15 horas, en lo más álgido del partido, había 270 personas pidiendo en la barra de Tribuna. A las 00.15, en lo más álgido del concierto, 160.

Y a las 23.45, se apagó la luz, sonó música solemne, descendió majestuoso un contenedor, aterrizó con estrépito y dejó sobre el escenario a los músicos. Extremoduro regresaba, 25 años después, al lugar donde todo comenzó.

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