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Los trabajadores de la empresa colocando los yugos a las campanas de la torre de Montehermoso
Campanas extremeñas que suenan en Australia

Campanas extremeñas que suenan en Australia

La empresa montehermoseña funde 42 toneladas de bronce al año

José M. Martín

Jueves, 20 de marzo 2014, 11:48

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Como si de un restaurante puntero se tratase, que gracias a una receta especial es capaz de elaborar el mejor plato, así guarda Campanas Rivera la fórmula para crear su producto estrella. «La campana es un elemento de comunicación y un instrumento musical», dice Gabriel Rivera, gerente, junto a su hermano Eleuterio, de esta empresa ubicada en Montehermoso.

Durante varios siglos, las campanas sirvieron, y sirven, para informar a los ciudadanos sobre aspectos de la vida en sus pueblos o ciudades. «Ahora menos, pero antes, gracias a las campanas se conocía si había fallecido alguien, si había un incendio o las horas», comenta Gabriel.

Sin embargo, en la actualidad, las campanas tienen una vertiente musical. «Siempre han sido un instrumento, pero hasta el siglo XXI no hemos empezado a afinarlas», puntualiza uno de los gerentes de la empresa. Precisamente por este motivo, las campanas de las torres de las iglesias no suelen estar afinadas.

La nota musical que va a tener el producto final ya se sabe a la hora de hacer su diseño. «Esto depende del tamaño, de la forma y del material utilizado. Las de quinta octava son las más pequeñas y las de primera octava, las más grandes», indica Gabriel.

Las fórmulas utilizadas en Campanas Rivera son un secreto y las mismas que se usaban allá por mediados del siglo XIX, cuando se sitúan los orígenes de esta empresa.

Para hacer una campana se utiliza bronce, que es una aleación de cobre y estaño. «La relación es 80/20 y no puede tener más de un 1,5 por ciento de impurezas», apunta el gerente, que añade que en la actualidad compran el bronce en Alemania. Otra materia prima que llega de fuera es la madera que se usa para instalar las campanas en las torres. En este caso procede de Brasil. «Es la santanxa, una madera tropical muy densa y muy buena para resistir el paso del tiempo», manifiesta Gabriel.

Lo primero que se hace a la hora de fabricar las campanas es su diseño. Se pinta la sección, que es su forma tanto por dentro como por fuera. «Para ello utilizamos cinco medidas fundamentales que son: planta, punto, sustancia, grueso mayor y grueso menor. Con esto y un par de fórmulas se dibuja la sección», comenta el gerente sin desvelar nada más. Estas medidas sirven para fabricar la tarraja, que se compone de tres patrones superpuestos: el macho, la falsa campana y la hembra.

Moldes

El macho se hace de ladrillo refractario y arcilla, sobre él se asienta la falsa campana, que es de arcilla y cera y que tendrá la forma exacta del producto final. Por último, todo se tapa con la hembra, fabricada únicamente con arcilla.

Si la campana va a llevar alguna inscripción o adorno, estos deben situarse sobre la falsa campana con cerote, una mezcla de cera de abeja y pez que tiene un tacto similar al de la plastilina. «Con unos moldes hacemos las letras y los dibujos. Al poner la hembra encima, todo que grabado en negativo sobre ésta», puntualiza el gerente.

Una vez que la tarraja está seca, se destruye la falsa campana y se vuelve a cerrar. De esta forma, entre el macho y la hembra queda un hueco con la forma exacta de la campana, incluso las inscripciones o adornos. «Todas las campanas son de una misma pieza, las decoraciones forman parte de la misma fundición, porque al tratarse de un instrumento musical, si se le pegan cosas externas, se transformaría la nota», según uno de los responsables de la empresa.

El siguiente paso es enterrar los patrones en un foso de arena, dejando dos agujeros en la parte de arriba. Por uno entrará el bronce fundido y por otro saldrá el aire.

Para fundir el bronce se utiliza un horno de crisol, que es capaz de fundir tres toneladas de bronce en tres horas y media. Con la aleación fundida y a una temperatura de 1.100 grados centígrados, ésta se vierte en los moldes, que están enterrados por dos motivos. Por un lado, para evitar que la presión del bronce sobre ellos los rompa y, por otro, para conseguir que la curva de enfriamiento sea lo más lenta posible. «Eso va a hacer que la campana tenga más calidad y que el tiempo de reverberación de la misma sea mayor», puntualiza Gabriel, que señala que una campana de unos 200 kilos está 48 horas enterrada.

Posteriormente hay que limpiar la campana y comprobar su nota musical. En caso que tenga algún herzio de más o de menos de la nota que se pretendía obtener, debe afinarse. Esto se hace torneándola en la parte interna.

Una vez que la campana tiene la nota adecuada solo falta su instalación, algo que también hacen los trabajadores de la empresa. Todas las instalaciones llevan aparejado un sistema de automatización, por el cual se programan los diferentes toques que realizan las campanas.

La firma

«Hízose este libro en el año de 1850, el día que empecé a ejercer el oficio de campanero con el tal maestro, Antonio de la Riva. Montehermoso, 3 de diciembre de 1850». Esta es la primera referencia escrita que existe sobre Campanas Rivera y el firmante es Gabriel Rivera, tatarabuelo de los actuales gerentes. El testigo lo tomó su hijo Julián, su nieto Cesáreo, su bisnieto Gabriel y, en la actualidad, Eleuterio y Gabriel.

En los escritos del fundador de la empresa se recogen muchas de las fórmulas que siguen utilizando para hacer sus productos, tales como las cinco medidas para hacer la sección o el porcentaje de cobre y estaño de la aleación.

En la actualidad, la firma montehermoseña tiene 12 trabajadores y ha llevado sus productos a los cinco continentes. «Tenemos campanas en Corea del Sur, Australia, Guinea Ecuatorial, Estados Unidos e Italia, por citar algunos países», asegura Gabriel, que indica que en Australia han vendido campanas a una empresa que instala videomarcadores deportivos. Pese a esta peculiaridad, el gerente reconoce que su principal mercado es el más cercano, el español. Así, uno de sus últimos trabajos ha sido cambiar los yugos que sujetan las campanas de la torre de Montehermoso, que da la casualidad de que fueron fabricadas por su abuelo. «Es importante mantener el patrimonio y si además es local y forma parte de tu familia, se convierte en un verdadero placer», apunta Gabriel.

Sin embargo, ésta no es la única línea de negocio de la empresa, también fabrican carillones y relojes monumentales e instalan y automatizan de todos sus productos.

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