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NO ESTAMOS EN 1934

Manuela Martín

Badajoz

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Domingo, 8 de octubre 2017, 08:43

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En las largas semanas que llevamos de desafío independentista he leído artículos que comparaban la situación en Cataluña con la de los años 30, cuando los nacionalistas proclamaron el Estado catalán y Lluis Companys acabó en la cárcel por orden del Gobierno español. Historiadores a los que respeto han mostrado el peligroso paralelismo entre la dialéctica de entonces, hace más de 80 años, y la de ahora. El nacionalismo y sus trampas no son nuevos. Estas coincidencias no han hecho más que abonar el pesimismo de quienes piensan que estamos abocados a una contienda civil, y ya dan por hecho que estamos en las vísperas del 36. «Los españoles no tenemos remedio», es la conclusión desalentadora que extraen. Y hasta se cita a Antonio Machado y su archifamoso: «Españolito que vienes al mundo, te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón».

Pues bien, después de unos días en que me aboné a ese pesimismo, y aunque sigo siendo consciente de que tenemos un grave problema, no creo que 2017 sea 1934. Ha habido un hecho pequeño que me ha convencido de ello. El pasado martes, El País, y después todos los medios, se hacía eco de lo ocurrido en el instituto El Palau de Sant Andreu de la Barca: dos profesores habían increpado a alumnos que son hijos de guardias civiles (hay un cuartel en el pueblo) diciéndoles si no les daba vergüenza lo que habían hecho sus padres el día del referéndum, con las famosas cargas policiales. Los muchachos habían vuelto a casa confundidos y humillados. Los padres estaban indignados.

Dos días después los medios dábamos otra noticia que barrió el pesimismo de mi cabeza: 200 alumnos se habían concentrado delante del instituto para rechazar el acoso a sus compañeros. Chavales de 15 años daban una lección de respeto y humanidad a los profesores que, en teoría, les tienen que formar.

Pensé que si en Cataluña quedan adolescentes que no se dejan arrastrar al delirio nacionalista que nos quiere desbarrancar a todos hay esperanza. Quizá no son la mayoría, pero ahí están, defendiendo la dignidad en un clima hostil.

Mercancía tóxica

Por fortuna, no estamos en 1934. Es cierto que hay sectores que parecen regodearse con esa ensoñación. Aprovechan la crisis económica y la política para desacreditar la democracia nacida de la Constitución de 1978 y engañar a incautos con la idea de que el convulso periodo republicano fue una Arcadia política. Y hay muchos ciudadanos que les compran esa mercancía sin advertir que es altamente tóxica.

Aún así, creo que la mayoría de los españoles, los que nacimos antes de que se muriera Franco y conocimos de primera mano cómo se las gastaba, y los que han nacido después, como los chavales de Sant Andreu que protegen a sus compañeros, somos sinceramente demócratas y valoramos el estado de derecho.

Quizá nos distraemos un poco cuando pensamos que es gratis, que no hay que defenderlo día a día, pero a la hora de la verdad, valoramos lo que tenemos: que uno pueda criticar al Gobierno y no ir a la cárcel; que pueda manifestarse en la calle y hacer huelga; y divorciarse y casarse con quien quiera; y ser de derechas o de izquierdas; y defender la República o la abolición del estado... Todo lo que no se podía hacer hasta 1978. Y esto no son batallitas de abueletes sino hechos. La democracia está en peligro no solo en España, sino en Europa, con el ascenso de partidos xenófobos que lo primero que harían si llegaran al poder sería limitar nuestros derechos.

Tenemos mucho que perder si se salen con la suya los nacionalistas. Tampoco en lo económico estamos en 1934. Menos mal. Y no solo tienen que perder las empresas a las que la incertidumbre política las hunde en la Bolsa, sino los ciudadanos de a pie que podemos ver nuestros empleos y nuestro futuro en peligro.

Por más que el nacionalismo se empeñe en envenenar la mente de tanta gente; por más que activistas famosos como Julian Assange apuesten por un Tiannamen español y algún editorialista internacional desinformado fabule con el 36 y la acreditada tendencia española a matarnos entre nosotros, no estamos en 1934. No estamos en vísperas de una contienda civil. Por una vez no le vamos a dar la razón ni a los catastrofistas ni a Antonio Machado. Desde su tumba de Colliure, el poeta al que estos supremacistas le querían quitar una calle en Sabadell (hasta ahí llega su miseria moral) se alegrará de equivocarse. La Constitución de 1978, vieja, achacosa, reformable si queremos todos, nos protegerá si nosotros tenemos el coraje de defenderla.

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