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¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?

24-M, estación previa al final del trayecto

JOSÉ MIGUEL DE ELÍAS

Domingo, 24 de mayo 2015, 08:02

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Hoy, con las elecciones para renovar todos los ayuntamientos y trece Comunidades Autónomas, se escribe un capítulo más de la historia de España. Este capítulo, en realidad, comenzó a escribirse en marzo de 2008 cuando el PSOE ganó las elecciones pese a minimizar el impacto de la crisis económica que ya sufría España. Este impacto se fue haciendo evidente durante los años siguientes y generó un caldo de cultivo que fermentó tres años después en torno al movimiento de los indignados, conocidos también como los del 15M. En aquel momento, las encuestas que hacíamos desde SIGMA DOS, nos señalaban que las ideas que este movimiento defendía, aunque fuera de manera confusa, eran compartidas por más del 80% de la población: el descrédito del gobierno socialista alcanzaba su más alta cota, dada su incapacidad para frenar la sangría económica y laboral española y por eso, y gracias a la imagen de buen gestor que el gobierno de Aznar había dejado tras sí, el Partido Popular alcanzó la mayor cuota de poder municipal y autonómico que ningún partido había tenido en democracia. Pagaron justos por pecadores y algunos ediles socialistas, que de no ser por la situación nacional hubieran ganado con claridad las elecciones, fueron desplazados por la tendencia nacional de protestar contra el gobierno socialista en sus Ayuntamientos. En Extremadura, también en línea con las encuestas publicadas por este periódico y por primera vez desde el inicio de la democracia, el PP conseguía superar en votos al PSOE y en una decisión polémica, se hacía con el gobierno al permitir los tres diputados de IU gobernar al candidato Monago.

El efecto del 15M en aquellos comicios fue mínimo aunque, en Sigma Dos detectamos una leve pero rápida subida de partidos independientes y de UPyD en varios municipios. Sin embargo, la indignación seguía presente en la sociedad española, La modificación del artículo 135 de la Constitución, aprobada el 2 de septiembre de 2011, con el apoyo de PSOE y PP, para introducir de forma urgente en la Carta Magna el principio de estabilidad financiera para limitar el déficit, es seguramente el símbolo del cambio de la política de gestos sociales a la Realpolitik, impuesta por la situación económica y las directrices europeas.

Con el Partido Socialista incapaz de lidiar de forma eficiente contra la crisis, la convocatoria electoral de noviembre de 2011 otorga una mayoría más que suficiente al PP para formar gobierno. Un PP que, en aras de la táctica y en detrimento de la estrategia a medio y largo plazo, presenta en la campaña electoral, una propuesta simple y rápida para la salida de la crisis, que los electores deseando creer y partiendo de los buenos resultados económicos obtenidos por el anterior gobierno popular, aceptan de buen grado y asumen con una expectativa de cumplimiento a corto plazo.

El problema es que la situación no sólo no mejoró de inmediato, sino que se siguió destruyendo empleo en un contexto en el que, por primera vez en décadas, las clases medias se vieron amenazadas de manera directa por la crisis, al calar en la ciudadanía la sensación de que se luchaba contra la crisis utilizando como combustible el empleo de los asalariados.

Pasados dos años, en enero de 2014, en una encuesta realizada por Sigma dos, preguntamos a los ciudadanos si preferían que los partidos siguiesen como hasta entonces, que cambiasen los líderes o que apareciesen nuevos partidos, más del 50% se definió partidario de esta última opción. Y así llegaron las elecciones europeas de mayo de 2014: las encuestas, además de indicar la pérdida de votos del PP y del PSOE, aun manteniendo su papel preponderante, mostraban la aparición de una nueva fuerza, desconocida por la mayoría de la población, llamada Podemos, que entraba en el Parlamento de Bruselas con una representación modesta pero llamativa. Al final, esta fuerza modesta se tradujo en el apoyo de casi un 8% de los electores, lo que sirvió de detonante para que un número importante de ciudadanos, cansados de la crisis, consideraran que por fin había una opción diferente y con posibilidades reales de llegar al gobierno. La bolsa de votantes dispuesta a votar al nuevo partido no se estabilizó si no que, con un perfil bastante transversal, continuó aumentando hasta conseguir, en diciembre del año pasado, una estimación de voto a las elecciones generales del 29%. Incluyendo en estas cifras a casi un 8% de antiguos votantes populares. Sin embargo, a partir de ese momento, la imagen de Podemos comenzó a cargarse más con posicionamiento izquierdaderecha que con su posicionamiento nuevo-antiguo, y en consecuencia empezó a perder electorado por su flanco más centrista. Esto les hizo perder la primera posición que habían conseguido y que les definía como una opción real de gobierno y les hacía ser sumamente atractivos.

Pero, ¿Qué pasaba con el sector de la población de centro derecha que comulgaba con la idea de cambio pero para los que Podemos, impregnado de demasiada ideología, ya no resultaba una opción válida? Pues que empezaron a mirar a su alrededor. Era época de cambio y alguien habría que encajara en la idea de promotores del mismo; ese alguien aunque tenía más de ocho años de existencia, acababa de expandirse a nivel nacional, presentaba una imagen fresca y un liderazgo joven y respondían al nombre de Ciudadanos. Gracias a esto, el partido con sede en Barcelona experimentó un crecimiento de más del 10% de los votos en las estimaciones a elecciones generales en menos de cuatro meses de enero a abril de este año.

Así se ha desarrollado este capítulo, que seguimos escribiendo hoy con nuestro voto. Un capítulo con los siguientes elementos básicos:

Un Partido Popular, que se desgasta como consecuencia de la crisis económica y que no puede aportar todavía un bagaje económico satisfactorio para la mayoría de la población.

Un Partido Socialista, que pese a haber pasado por la oposición, no parece haber penado suficiente como para ser perdonado por una parte de sus antiguos electores.

Un partido, Podemos, que siendo una referencia de lo nuevo, está ya muy marcado por su posición ideológica que le impide llegar a una parte del electorado a la que antes tenía acceso y como consecuencia ha perdido su mayor atractivo: la posibilidad de ser primera fuerza nacional.

Un partido, Ciudadanos, con una fuerte proyección electoral pero, que a día de hoy, no se perfila como alternativa de gobierno.

Por último dos partidos que llegaron a tocar el cielo antes de las Elecciones Europeas, IU, que consiguió una estimación de voto del 15% y UPyD que superó el 10% antes de las mismas, pero que actualmente se encuentran en riesgo de desaparecer. En el caso de UPyD, el riesgo es muy serio.

Todas estas tendencias son las que se cruzan en estas elecciones y a ellas se suman las clásicas de estos comicios: las tendencias locales y regionales que siendo en esta ocasión menos fuertes, no dejan de marcar los perfiles específicos de los municipios y autonomías en liza. En el caso de Extremadura, todo queda matizado por el atípico maridaje de un Gobierno del PP con apoyo de IU, que hace variar los perfiles nacionales.

En este sentido, las encuestas que hemos ido dando a conocer a lo largo de los últimos meses han facilitado a los ciudadanos una estimación de un momento temporal que debe servir para informar y no para predecir el futuro, ya que las personas que hacemos encuestas no somos adivinos ni magos. El final de este capítulo se escribirá a finales de año con la celebración de las Elecciones Generales y con la formación del primer gobierno postcrisis, un gobierno que tiene muchas posibilidades de ser distinto a los de los últimos 33 años, un gobierno de una España distinta a como era cuando empezó esta dura crisis hace siete años.

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