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Rodríguez posa delante de un cuadro de rítmica.
La extraterrestre Carolina Rodríguez
Gimnasia rítmica

La extraterrestre Carolina Rodríguez

La gimnasta que explota su expresividad gracias a sus padres sordos es una de las diez mejores del mundo a pesar de ser una treintañera

Javier Bragado

Miércoles, 3 de agosto 2016, 00:20

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La pizpireta Carolina Rodríguez transmite con su carácter la sensación de observar la madurez de una niña. Se sorprende con cada novedad, se alegra con saltos y palmadas. Pero dentro de su menudo cuerpo de la gimnasta que se encuentra entre las diez primeras del ranking de rítmica se esconden varias sorpresas. «Noto cierto respeto porque cuando una entrenadora le dice a una gimnasta 'Tiene 30 años' se ríen y preguntan: '¿Pero cómo va a estar con 30 años haciendo gimnasia?'», explica la leonesa.

El mérito de la veterana se acumula a sus dificultades para ascender a la élite. «Ni en mis mejores sueños lo imaginaba. Hace diez años era la 80 o 90 del mundo. De repente, me he encontrado con esto en progresión. Hace seis años estaba dentro de las 24 y ahora estoy entre las 10 con la edad que tengo, que es como ser extraterrestre», resume la extraña en un mundo de niñas. «No pienso en la edad. Cuando entras al tapiz estás en las mismas condiciones, tengas 17 o tengas 30 como en mi caso. Me siento ágil, fuerte, bien. Voy a pelear por hacerlo lo mejor posible en Río porque estoy sorprendida de mi puesto, pero yo sabía que no era nada fácil conseguir la plaza directa en el Mundial», avisa quien competirá en el último día del calendario.

La lista de aventuras y desventuras es extensa. Después de dos experiencias olímpicas acude a la tercera gracias a su capacidad para recuperarse de cuando quedó fuera del equipo hace ocho años. «Yo ya estaba descartada del equipo, no valía para nada», cuenta entre risas. «Veo todo esto y echo la vista atrás y no me imaginaba ni en mis mejores sueños vivir dos Juegos más y encontrarme tan bien. Realmente he estirado esto de la mejor forma que podía», señala.

«Cada uno lo he vivido de una forma tan distinta. Ya sólo con estar en un sitio distinto te transmite otras sensaciones», comienza con un suspiro. «No sé lo que va a pasar hasta que llegue allí. No sé lo que voy a sentir. Fui a Atenas siendo una chavala de 18 años con un conjunto. Íbamos mucho más concentradas en competir, no mirábamos ni dos metros a la izquierda. Sin embargo, en Londres fui con mi entrenadora de toda la vida, arropada, con una competición distinta, que es la individual y sales tú sola. Además, pensaba que eran los últimos porque tenía una lesión muy gorda en el pie, me iban a operar y no sabía si iba a volver a la alta competición», recuerda sobre un periplo en el que no faltan los cambios de escenario. «Empecé entrenando en una iglesia, luego pasé a una nave de terrazos en que tenía que buscar el agujero para pisar y no torcerme el pie», añade quien ahora puede prepararse en un centro de alto rendimiento en su ciudad.

Fuera del tapiz, Carolina Rodríguez también debió superar otras contrariedades que transformó en estímulos positivos para la gimnasia rítmica. «Tengo ese don de la expresividad gracias a mis padres, que son sordos los dos y me comunico con ellos a través de la lengua de signos. Mi entrenadora busca siempre ese momento en que pueda hacer llegar a la 'patata' a los demás», explica mientras sus manos se convierten en parte del discurso. También se ha amoldado a todas las herramientas de su deporte con el tiempo. «Es complicado. Me ha costado muchos años cogerle cariño al aro y ahora me gustan todos los elementos. Me veo como aparato fuerte en las mazas, y la pelota, que es tan delicada con la música y todo que me hace sentir especial», desvela antes de abrir la puerta a sus dos mundos con la pelota. «Con la letra de Diana Navarro se transmite un poco las sensaciones que tengo hacia mi hermano en este momento porque falleció hace años. Él siempre me dijo que iba a ser olímpica y desde que falleció lo he sido tres veces. Va un poco dedicado a él porque es el adiós y para darle las gracias por confiar en mí durante todos estos años», explica la gimnasta para mostrar todo aquello que distingue a la mujer de las niñas competidoras.

Entonces, la extraterrestre con las mazas se revela como una figura delicada fuera. Si con los elementos desarrolla ejercicios sin fallo que envidian las potencias tradicionales, en casa la negatividad aflora con frecuencia. «Mi entrenadora ha sido un pieza clave. Me ha ayudado en momentos de duros. A quince días de los Juegos te digo que todavía tengo altibajos, que si no tienes ese punto de personalidad no serías deportista de alto nivel. Algo lineal, siempre bien, es imposible. Parece que somos de acero y no, los factores emocionales nos hacen así y somos muy débiles», admite. Pero mantiene su sonrisa eterna porque pide un deseo para Brasil: «Tengo ese punto de ambición que no puedo evitar y quiero estar entre las diez mejores del mundo, que es lo que llevo haciendo los dos últimos años. Optar por esa final olímpica a mí me va a saber a medalla».

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