«Siempre he creído en mí», sentenció el luso. ¿De verdad?, me pregunté, sorprendido. He debido estar muy despistado estos años. Y yo que pensaba que Cristiano no creía nada en sí mismo
Jon agiriano
Domingo, 17 de junio 2018, 00:53
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Cristiano Ronaldo rebosaba felicidad y orgullo al término del partido en Sochi. Y con razón. Había sido el héroe de Portugal con su hat trick, el hombre capaz de sostener a su selección y darle un punto de oro ante España, ese país vecino cuya Hacienda quiere mortificarle por un puñado de millones de euros de nada defraudados en paraísos fiscales. Tanta satisfacción le condujo a hacer una declaración solemne ante los micrófonos que le asediaban. «Siempre he creído en mí», sentenció. ¿De verdad?, me pregunté, sorprendido. He debido estar muy despistado estos años. Y yo que pensaba que Cristiano no creía nada en sí mismo, que su autoestima había que buscarla por las alcantarillas, que era un chaval melancólico que iba por la vida pegando patadas a los botes, cabizbajo, con las manos en los bolsillos, preguntándose a dónde van en invierno los patos de Central Park cuando se hiela el estanque. Pues no. Siempre ha creído en él.
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