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Valeriano Domínguez, párroco del Espíritu Santo y capellán del CD Badajoz :: josé vicente arnelas
De cazar goles a cazar almas
reportaje

De cazar goles a cazar almas

Su pasión futbolera, por profunda que fuera, nunca ha mermado su dedicación a Dios y a la comunidad

Marco A. Rodríguez

Martes, 13 de octubre 2015, 07:21

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Valeriano Domínguez es claro ejemplo de que las apariencias engañan. El típico alzacuello blanco cerrando la camisa gris marengo denota que estamos ante un sacerdote, pero los vaqueros y los toques de balón junto a su iglesia desvelan que nuestro protagonista es un religioso poco convencional además de un apasionado del fútbol. El párroco del Espíritu Santo es desde hace tres años capellán del CD Badajoz y fue delantero casi cuatro temporadas en Tercera, hace veinte años en su Valdelacalzada natal y en La Estrella. El deporte rey apareció en su vida antes, cuando era un crío, pero tuvo que apartarlo por lo que de verdad le ha llenado, el sacerdocio. Con una amplia sonrisa en la cara, nos recibe orgulloso de su novedoso centro parroquial, inaugurado el pasado año. No para de organizarlo todo y la puerta de su despacho no cesa de recibir impactos de nudillos de dedo. Más que cualquier director general de una empresa, un político o un deportista.

Valeriano niega ser el arma secreta del gran arranque liguero del Badajoz, entre otras cosas, porque en todos los clubes hay quien reza y líder solo puede haber uno. «Todos rezarán, como le digo al técnico. El Señor es imparcial y ayuda a quien se lo pide y nosotros somos hombres de fe. Una prueba manifiesta y reciente la tenemos en Keylor Navas, que dio gracias a Dios por parar el penalti. Está claro que el penalti lo paró el, pero él confía y espera la fuerza de Dios para que las cosas le salgan bien y es agradecido. El inicio del Badajoz por ahora no puede ser mejor. Casi todo victorias y está desplegando un gran fútbol con independencia de los resultados. Mira el partido contra el Extremadura. Fue un cero a cero pero jugamos muy bien. Merece la pena ir al estadio a verlo. Uno a veces se deja llevar por la pasión porque es tu equipo».

Preguntado sobre si los futbolistas son religiosos, contesta que hay de todo y añade que, cuando salen al terreno de juego, muchos se santiguan y eso es una señal de religiosidad. «No todos pero algunos lo hacen y deben creer en ello aunque no sean muy practicantes. Hacerse la señal de la cruz en público manifiesta mucho. Es un gesto cristiano por el que se encomiendan a Dios para que les proteja».

Asegura respetar al máximo la intimidad del vestuario y por ello huye de ser de esos capellanes que dirigen desde allí la oración. En eso quien lleva la batuta es el técnico Óscar de Paula, feligrés de la parroquia del Espíritu Santo, en el Cerro de Viento, y amigo personal del párroco. «Me consta que él reza con los chicos antes de salir al campo. Le digo que rezo por ellos e incluso en alguna misa he dicho '¡que gane el Badajoz!', pero no me meto en el vestuario porque es un espacio reservado a jugadores y técnicos. Otra cosa es que fuera los salude y hablemos. Óscar un chico excepcional y espero que todo le salga muy bien».

Su misión en la capellanía es acompañar al equipo en los actos religiosos, como las visitas a la patrona de la Virgen de la Soledad en los hitos del club o, como esta temporada, antes del curso para pedir éxito, suerte con las lesiones -también para los contrarios- más deportividad y educación. Los insultos, cuanto más lejos del fútbol, mejor. No suele faltar a los partidos del Nuevo Vivero, alguno más en la carretera y ha viajado en citas claves como la fase de ascenso a Tercera. Es el socio número 770 porque, como defiende, «todos debemos apoyar económicamente para que el Badajos salga adelante. En una ciudad como ésta deberíamos estar pensando en un equipo como mínimo en Segunda B y peleando por la Segunda A».

Escapadas del seminario

Apenas adolescente, de Valdelacalzada se desplazó a Badajoz camino del seminario. De allí se escapaba los domingos para irse a jugar a su localidad natal porque la fiebre balompédica no 'sanaba'. Llegaba tarde y tuvo que saltar alguna valla, según reconoce ahora. «El fútbol me ha podido. Con nueve o diez años le pegaba patadas al balón y era como el motor de la vida. Era el ocio que le daba sentido a otras cosas y el deporte preferido por todos. Había ligas internas en el seminario y le daba vida. Cuando llovía estábamos amargados y el mayor castigo que podían imponerme era quitármelo», echa la vista atrás.

Una vez ordenado, en 1987 toma posesión de la parroquia de Corte de Peleas y tres días después forma un equipo con chavales de la zona y los inscribe en Primera Regional porque ya tenían su primer partido. Lo jugaron sin entrenar y estaba en las escrituras que perderían. Poco antes, los juveniles del Badajoz le tentaron, pero su padre, según recuerda, le dijo la famosa frase de «o estudios o fútbol». Aquel equipo de Corte de Peleas y Entrín Bajo ascendería a Preferente un año después, siendo él el hombre orquesta que mueve los hilos, desde presidente a entrenador, jugador o incluso utillero. Como anécdota, afirma que la gente respetaba tanto su vertiente futbolera que pudo conveniar con la familia el cambio de hora de algún entierro. «El hijo me dijo: Don Valeriano no podrá llegar al partido. Si quiere hacemos el entierro por la mañana. Quiero recordar con cariño que aquella tarde, tras enterrar a su padre, via al hijo en el fútbol. Tenía mucha confraternización con la gente de los pueblos», relata.

Siendo sacerdote ficharía por La Estrella, en Tercera, pues necesitaban un delantero. De todas formas, seguía vinculado a su destino anterior. «Me venía muy mal porque las carreteras no eran las de ahora, eran de rallye veintitantos años atrás». La temporada siguiente a la 'Yeyi' regresa a Valdelacalzada, entonces en Preferente, pero colabora en el ascenso a Tercera, el primero de su historia. En su pueblo estuvo tres años y pudo saborear la decepción de un descenso antes de retirarse con 37 años porque el físico no daba para más. Siguió viajando y ocupando parroquias, como los once años que permaneció en La Garrovilla. En 1998 aterriza en Badajoz, pronto será conocido y sale en los medios alquilando una cochera para poder celebrar cada día la Eucaristía. «No pedía ni necesitaba más. Era el hombre más feliz del mundo». Pese a que no pidió en exceso, consiguió su parroquia. Y mientras, fue el alma de aquellos partidos entre sacerdotes y toreros en los que aprendió la cara solidaria de este deporte y de paso ayudó a abrir su 'gremio' a la sociedad. En uno de esos encuentros se lesionó para desgracia de Fernando D'Amico, que le quería en el tapete.

Como su amor por el balompié no fue incondicional, jamás valoró abandonar su verdadera misión en la vida. Nunca quiso emplearse en exclusiva al fútbol por atractivo que fuera. «Mi sacerdocio siempre fue sagrado y puedo decir que he sido muy feliz y que me lo ha dado todo, especialmente por mi relación con la gente que he conocido. No podría esperar más y debo estar muy agradecido a Dios». Don Apolonio estaba retirado y mal de salud y fue el expresidente Fernando Valbuena quien pensó en él para la difícil tarea de sustituirle. «Me ha dejado el listón muy alto», comenta. «Espero ser algún día capellán en Primera». Mucho habrá que rezar.

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