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FERNANDO GALLEGO
Domingo, 1 de mayo 2016, 17:58
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Imaginaos un viernes por la tarde: habéis rematado el trabajo que os encargó el jefe y aún os quedan dos horas para fichar. Pues justo ahí se encuentra este Mérida tras empatar ayer a uno en el Romano frente a La Balona. Se pondrá a molestar con chistes malos a compañeros, enredará en Amazon un rato para encapricharse con algo que no necesita, pondrá un tuit populista para provocar y creerse auténtico y llamará a la señora para hacerla perder el tiempo y la paciencia. Todo muy guay pero estéril.
Con la salvación matemática en el matasuegra y el Cartagena a cuatro puntos a falta de seis por jugarse, los próximos partidos ante Sevilla Atlético y Almería B no servirán para nada. Tal vez para intentar el milagro... pero el milagro significa ganar los dos partidos y que el Cartagena pierda ante Melilla y San Roque de Lepe. Lo dicho.
Y para ganar esos dos partidos, el equipo de Antonio Gómez tiene que cambiar mucho en el Romano, donde no es capaz de imponerse a nadie, se juegue el rival mucho, poco o nada. A saber, y de mayor a menor importancia...
A) Las salidas con el balón controlado desde atrás. Ayer el Mérida hizo unas cuantas de esas que acabaron en pérdidas muy tontas. Una de ellas, de Zamora, acabó en una falta en el balcón del área. Y esa falta en penalti, por manos de Pedro Conde al cubrirse la nariz. Un domingo más tuvo que remar el conjunto emeritense en contra, porque Juampe Rico no falló la pena máxima.
B) El dichoso césped del Romano. No ya terreno de juego, campo o similares. No. Césped. Confesaba Antonio Gómez que, hace quince días, los jugadores del Linares se mofaban antes del partido. «¿Hay aquí máquina de cortar o no?», dice que se preguntaban. Ayer, Manolo Ruiz confesó que el pasto (ojo, no césped... pasto) estaba muy alto y muy seco y que así no podían desplegar el fútbol que habitualmente vienen realizando. Así que en la segunda parte se metieron atrás a ser prácticos porque el punto les valía. Y por concatenación, igual de perjudicados se sienten tipos como Troi, Borja, Moscardó, Iván Matas, Aitor o Joaqui. Tener el balón es cine gore.
Y c) El escaso peligro que crea cerca del área. En el último tramo de la primera parte y durante toda la segunda mitad, el Mérida se marcó un monólogo con balón. Y nada. Lo intentaban, lo buscaban, se movían, intercambiaban posiciones, entraban por banda, por el centro, en corto, en largo, córners, faltas laterales y frontales, entrada desde el banquillo de jugadores más ofensivos... y en serio: nada. De hecho, la ocasión más clara, gol aparte, la tuvo Aitor García corriendo: se aprovechó de un mal control de Manu Palancar para plantarse mano a mano con Mateo y lanzarle una vaselina al larguero en el 39'.
Dos jugadas discutidas
El partido fue de esos que usted ya ha olvidado, que revivirá leyendo esto y que se volverá a olvidar cuando pase de página. El Mérida necesitaba ganar y lo intentó sin fortuna y el Linense necesitaba un punto y cuando lo encontró dejó de jugar. Porque arrancó mejor el partido el conjunto azulino, como cada visitante que se presenta últimamente en el Romano, gustándose en el toque corte y generando peligro desde la zona de tres cuartos. Pero nada más marcar Juampe Rico el penalti en el 28', le dio el partido al Mérida, que se recompuso.
Se olvidó del árbitro, que en el 10' mostró cartulina amarilla al guardameta del Linense por unas manos fuera del área que los emeritenses creyeron roja y luego señaló penalti por manos de Pedro Conde en una barrera, y empezó a correr. Aitor García presionó una salida controlada de los andaluces, robó, la puso de fábula al segundo palo y por allí apareció la cabeza de Pedro Conde para enviar el cuero a la escuadra.
Y a partir de ahí siguió creciendo: más presión, más balón, más dominio, más llegadas... pero ninguna lo demasiado clara como para asegurar que mereció algo más que el empate. Por insistencia tal vez sí, por ocasiones seguramente no. La Balona solo inquietó en la segunda parte con dos tiros lejanos, pero peligrosos, de Juampe Rico y José Ramón. Pero al menos inquietó. Pero poco más. Porque le valía el empate, porque el césped no facilitaba su estilo y porque sabía que con balón el Mérida hace menos daño que sin él. Pero ya saben... nunca dejen de creer.
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