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Y Mourinho vivió otra alegría atlética en su propia casa once meses después
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Y Mourinho vivió otra alegría atlética en su propia casa once meses después

Apostó por seis defensas en su once inicial y acabó castigado por su plan defensivo entre cánticos de alegría rojiblancos

Rodrigo Errasti Mendiguren

Jueves, 1 de mayo 2014, 01:03

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Como ya sucediera el pasado 17 de mayo de 2013, José Mourinho terminó la noche como espectador en su propia casa de una fiesta atlética. Esta vez no fue en el Santiago Bernabéu, fue en Stamford Bridge para quedarse otra campaña a las puertas de una final de Champions que si lograron otros como Di Matteo o Avram Grant. Un golpe duro, superior incluso al de la final de Copa con el que se despidió del Real Madrid. Fue consecuencia de una superioridad atlética ante un equipo local que pretendió defender un gol y salió atropellado. El portugués optó por sacar de inicio a sus seis mejores defensas en un 4-2-3-1, aunque ello supusiese colocarles fuera de sitio a algunos de ellos. El ejemplo es su comodín César Azpilicueta, que en apenas once días ha actuado en tres posiciones: lateral en ambas bandas y centrocampista. Por segunda vez en la campaña Mourinho usó al navarro de interior diestro: la anterior fue en la recta final del 0-0 en Old Trafford.

La cosa no empezó bien pero pese a remate al larguero de Koke, apenas le cambió el gesto. Siguió de pie, dando instrucciones en la banda gesticulando con sus brazos aunque a los once minutos se acercó al cuarto árbitro a darle la mano. Luego no estaría tan amigable con él. Antes del primer cuarto de hora ya se notaba la angustia en el banquillo inglés. William botó alta la falta por encima de la barrera, Rui Faría se mesaba el pelo y Mourinho lo veía sentado en la repisa del banquillo. Apenas torció el gesto cuando hizo la chilena David Luiz que salió rozando el palo. Estaba agarrotado, como el resto los aficionados de Stamford Bridge que vivían con tensión el partido. A diferencia de Torres, que se paró para pedir perdón, el banquillo estalló de alegría con el tanto elaborado por la dupla española: Azpilicueta para el Niño, que cumplió su trabajo con el gol.

Apenas ocho minutos después, el gran cabreo. Alinear seis defensas para que te metan goles así, debió pensar el portugués. Un centro de Tiago, el mismo que era su cerebro cuando cayó en 2005 ante el Liverpool en semifinales, al segundo palo donde Cole no cerró y Terry resbaló; la pelota se paseó por el corazón del área sin que Cahill o Ivanovic evitasen que Adrián marcara de remate mordido. Indignación del técnico, que recordaba con su mano que alguien debería haber cerrado la subida de Juanfran. En el túnel de vestuarios, después del cabreo por el gol encajado, se le pudo ver charlando un buen rato con Nicola Rizzoli durante varios segundos. Parecían hablar de la acción del 1-1. El árbitro explicaba pero José no parecía muy convencido.

Se mostró más enfadado con el error en cadena de la zaga que terminó con un remate de Arda desviada, por instinto, con las manos de Schwarzer. Suspiró cuando Arda cayó ante Azpilicueta pensando que pitaría penalti. No lo señaló pero sí lo hizo cuando, después del paradón de Courtois a cabezazo de Terry, Etoo trabó claramente a Diego Costa. El brasileño, después de agitar el corazón de todos al no encontrar el lugar ideal para patear el penalti, no perdonó desde los 11 metros. Se quedó tocado el portugués, que seguro volvió a acordarse de la cesión de Courtois cuando tras un cabezazo de David Luiz al palo fue capaz de despejar, gracias a sus increíbles reflejos, a córner. Aunque metió a Ba por Torres, la cosa no mejoró. Ni mucho menos. Encajó otro gol, después de un centro de Juafran que cabeceó Arda al larguero y él mismo aprovechó su rechace. Completó, casi por inercia, el cupo de cambios. Metió a Schurrle por William.

Terminó la eliminatoria sin un creador, ya que Óscar ni siquiera pisó el césped. El brasileño ha quedado convertido en un actor secundario, pese a que le había definido como su 10 ideal para poder justificar así la venta de un Juan Mata que había ganado el premio al mejor jugador en las dos campañas que el club logró sus primeros grandes torneos continentales: Champions y Europa League. Hasta el final de partido estuvo serio, concentrado en lo que pasaba en el césped, mientras llovía y sólo se escuchaba el himno del Atlético cantado por los casi cuatro mil hinchas del Atlético. Tras el pitido final, felicitó a Simeone esta vez sin recordarle que la suerte le había acompañado. Eso sí, al igual que hace casi un año en Chamartín, cogió el camino hacia su casa entre gritos de alegría rojiblancos. Déja vù.

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