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MIGUEL ÁNGEL ALFONSO
Martes, 19 de junio 2018, 08:31
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Parecía un electrodoméstico más, pero fue una revolución para los españoles. La historia de la televisión en nuestro país, la de TVE hasta la llegada en los 90 de las cadenas comerciales, es también la de la memoria colectiva de todo un pueblo. Los vecinos se invitaban a casa para ver el televisor y sus recuerdos se medían, por ejemplo, si ocurrieron antes o después de la boda de Fabiola y Balduino de Bélgica en 1960, uno de los primeros acontecimientos internacionales retransmitidos por la cadena. Todos veían las mismas series y los niños jugaban a vaqueros si habían programado 'Bonanza' el día anterior o a policías si se trataba de 'Colombo'. Por eso llama la atención que, hasta ahora, nadie se hubiera preocupado de abordar esas cuatro décadas de un modo sistemático y completo como se plasma en 'Una televisión con dos cadenas' (Cátedra), el libro que ha escrito un equipo de veinte profesionales de diversas universidades y que está comandado por el vicerrector de Investigación de la UNIR, Julio Montero (Madrid, 1951).
Su labor ha sido tan exhaustiva que han analizado cientos de horas del archivo de RTVE, estudiado las memorias de muchos de los pioneros de aquella televisión e, incluso, las anotaciones diarias de los censores del franquismo, que desde 1966 tenían encomendada la realización de un informe diario. «En su afán de controlar, dejaban mucha documentación; es un material que abruma. La televisión es un fenómeno reciente y, aunque han muerto algunos de sus pioneros, mantiene la condición de historia viva. Por eso no resulta extraño que esta historia no se haya abordado hasta ahora. Además, en los ambientes académicos hay muchos prejuicios», explica a este periódico Julio Montero.
En sus páginas se intercalan datos estadísticos inéditos, como que en 1966 se emiteron 515 horas de ficción propia frente a las 157 de 1975; gráficos que muestran cómo era una parrilla en los años sesenta, sin emisiones matinales y con un corte a medianoche para dar paso a la carta de ajuste; o anécdotas como la de que Chicho Ibáñez Serrador no se dignó a aparecer en los créditos de su concurso 'Un, dos, tres' hasta el tercer programa. «Porque no estaba seguro de su éxito, y luego el resto de concursos bebieron de él», añade el catedrático.
- En los años noventa entra la competencia y ya se busca la máxima rentabilidad. Se cuida menos a los niños que a los adultos del 'prime time'. Antes te jugabas el cuello con las autoridades si te alejabas de lo que teóricamente había que hacer. Ahora pasa lo mismo con las audiencias; puedes innovar, pero si la cuota de pantalla cae, vas a caer tú con ella.
- Su gran limitación es su vinculación directa con los gobiernos. No es una televisión estatal, sino gubernamental. Ocurrió con el franquismo, durante la Transición y con todos los gabinetes, socialistas o populares. Se puede optar por un modelo de televisión que compita con las cadenas comerciales pero con una función que sea educar el gusto televisivo. La cinefilia en este país, por ejemplo, la hemos adquirido gracias a TVE. Debería ser un referente de calidad, como con 'El Ministerio del Tiempo', aunque luego sea un fracaso de público. Es el precio de la innovación.
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