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E diestro Miguel Angel Perea da la vuelta al ruedo tras cortar una oreja en la corrida de toros celebrada en Castellón con motivo de la feria de la Magdalena. EFE/Domenech Castelló
Hermosa faena de Perera

Hermosa faena de Perera

El extremeño se templa, esmera y deja ir con el toro de mejor son de una corrida de cuatro hierros distintos y solo un encaste común, el de Jandilla, en Castellón

BARQUERITO

CASTELLÓN.

Viernes, 9 de marzo 2018, 08:53

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El primero de los 24 toros en puntas programados en Magdalena dio en báscula 640 kilos. Una mole colosal. Pudo con el peso mejor de lo imaginado y, aunque tardo, fue toro suavón. Se llamaba Carcelero, llevaba el hierro de Peña de Francia y, como el resto de la corrida, de cuatro hierros, era de procedencia Jandilla. Una corrida sin mayor relevancia, de no ser por la manifiesta desigualdad de trazo y hechuras de los cuatro toros primeros del sorteo, de los tres hierros de la familia Matilla, y por lo diverso, a su vez, del aire y la pinta de los dos toros de José Luis Marca que completaron sexteto.

Más en el tipo jandilla clásico los dos de Marca. El quinto, corto de manos, enmorrillado, poderoso pecho, fue el mejor rematado de la corrida, pero duró un suspiro. Al undécimo tomó engaño regañando, tropezándose, sin gana. El sexto, castaño, tan corto de manos como el quinto, fue el de peor son de todos: rebrincado, bruto, distraído, no llegó a meter la cara en regla ni una vez. Ese sexto de tan pobre prestación y mala nota se llevó puesto el puyazo de la tarde. El mérito del puyazo fue del veterano y siempre certero picador extremeño Ignacio Rodríguez, que se agarró arriba en el único arreón del toro al caballo y supo sujetarlo con impecable destreza.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros. Cuatro toros de la familia Matilla, que se jugaron por delante, y dos de José Luis Marca que cerraron festejo. Los de Matilla, de los 3 hierros de la casa Peña de Francia -1º y 3º-, Olga Jiménez -2º- y Hermanos García Jiménez, que hizo tercero.

  • uToreros Juan José Padilla, vuelta al ruedo y una oreja. Juan Bautista, saludos en los dos. Miguel Ángel Perera, una oreja y ovación.

  • uPlaza Castellón de la Plana. Tercera de feria. 3.500 almas.

Perera le había hecho la faena de la tarde al tercero, el de mejor son de los seis. Un toro burraco, zancudo y estrecho, largo, ligeramente ensillado. La imagen de la mole de 650 kilos estaba viva cuando asomó pizpireto y con pies ligeros ese tercero, que, con sus dos cuernos reglamentarios, era, sin embargo, menos ofensivo que cualquier otro. Fue, por eso, protestado de salida. Perera se encargó de darle la medicina adecuada. Tras una linda tanda de tanteo por abajo, templada y bien tirada, vino una primera en redondo de caro dominio y rica ligazón. Y entonces pareció el toro otra cosa. Faena de las que rompen sin demora ni ventajas. Perera dueño del toro, que tuvo en la mano desde el principio y con una autoridad nada común. El gesto severo tan propiamente suyo, pero seriedad risueña en este caso al sentir el torero el vuelco del público con tan solo media docena de rigurosos muletazos. Y el vuelco del toro. La faena, que tuvo final trepidante, vivió entre las tres primeras tandas y ese broche espectacular un ligero bache plano. Tiempo muerto. La cosa pareció enfriarse. Hasta que Perera volvió a encender el fuego sagrado de la tauromaquia ojedista que conoce e interpreta con seguridad y suficiencia. Una estocada. Aplaudieron en el arrastre a ese toro tan bien manejado.

El primero del lote de Juan Bautista, abierto de cuerna, remató de salida, cobró una vara dura de Alberto Sandoval y rodó rotito a los diez viajes. Buen aire al tomar engaño por la mano derecha, y Juan Bautista lo pasó con buen compás, pero toro rebrincado por la zurda. Después de rebrincarse, plegó velas el toro. La faena, bien planteada, perdió vuelo. La espada infalible de Juan Bautista solo entró entera al segundo viaje en una reunión al encuentro o en dos tiempos. Casi idéntica muerte tuvo el quinto, el bello toro de Marca que se vino abajo de repente.

Padilla se pegó un baño de masas y casi agotó su repertorio habitual: largas cambiadas de rodillas en el saludo en tablas, aparente arrebato, excelente forma física, muletazos sueltos, tandas desiguales y espaciadas, pausas y cortes, un diálogo mudo pero no sordo con los tendidos, un desplante frontal de rodillas cuando la faena al manejable cuarto se había ido de tiempo y brillo, dos estocadas de efecto fulminante, dos vueltas al ruedo no del todo apoteósicas pero sí muy celebradas. Y la bandera pirata. La patente de corso.

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