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¿Qué ha pasado hoy, 28 de marzo, en Extremadura?
Enrique Ponce torea con la derecha al toro de Domingo Hernández que abrió la corrida
Clase de Ponce y susto de Paquirri en una tarde en la que el ganado no compareció

Clase de Ponce y susto de Paquirri en una tarde en la que el ganado no compareció

El aparatoso percance de Rivera Ordóñez no justificó las dos generosas orejas que pidió el público y concedió la presidencia

Pepe Orantos

Domingo, 8 de marzo 2015, 17:03

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Por suerte para alguno y desgracia para otros, la de ayer será una tarde que muchos recordarán como aquella en la que Francisco Rivera Ordóñez estuvo a punto de sufrir un serio percance con un toro de Victoriano del Río al trastabillarse en la salida de un par de banderillas. Ni toreros ni ganado hicieron mucho más para pasar a los anales de la centenaria plaza oliventina.

Cuando Paquirri declinó poner banderillas al primero de su lote y los tendidos le afearon su actitud, más de uno comentó que hacía bien, que no le veían en tipo como para competir de tú a tú con un ejemplar de casi quinientos kilos en una carrera. Aún así la vergüenza torera de este matador de estirpe le hizo tomar los palitroques en su segundo toro y afrontar un tercio para el que parece que aún le falta preparación física. Pifió en el primer intento y en el segundo, después de dejar un par en todo lo alto perdió los pies al correr hacia atrás y fue arrollado por su enemigo, con la fortuna de que éste no le llegó a empitonar y se conformó con pisotearle la cabeza y arrancar parte de la taleguilla. El momento de tensión trascendió hasta el punto de que su hermano Cayetano saltó al ruedo para auxiliarle y a continuación subió al tendido para tranquilizar a la parte de la familia allí presente. Visiblemente dolorido, Paquirri pidió un tercer par que colocó con habilidad al violín.

Impresionado por la tensión del momento y agradecido por la habilidad de Rivera Ordóñez por instrumentar algunos muletazos sueltos a pesar de las secuelas del percance, el público de Olivenza pidió los trofeos para el madrileño, después de que éste cobrara una buena estocada. La presidencia, imbuida por el espíritu positivo que festejaba que Paquirri hubiera salido indemne de la cogida, se sumó a la fiesta y concedió las dos orejas del quinto de la tarde.

En su primer turno, Paquirri se enfrentó a un toro sin fondo de Victoriano del Río, en cuya lidia, lo más destacado fue la actuación de la banda del maestro Tejera, titular de la Maestranza de Sevilla, que fue largamente ovacionada por los tendidos, antes de que Rivera Ordóñez necesitara ocho pinchazos y un descabello para dar muerte a su oponente.

Enrique Ponce fue el encargado de abrir plaza al enfrentarse a un ejemplar de Domingo Hernández, que estuvo reseñado como segundo sobrero en la corrida del sábado, y que demostró con creces su condición de octava opción entre sus compañeros de corrida, ya de por sí lamentable.

Nada pudo hacer el de Chiva por salvar la faena, a pesar de sus habituales técnicas para resucitar a aquellos toros en los que nadie confía. Sabedor el público de que, si eso no lo salvaba Ponce, no lo salva nadie, tributó una sonora pitada en el arrastre al de Domingo Hernández.

Afortunadamente la película cambió de guion en el cuarto de la tarde y, a pesar de que el de Victoriano del Río tampoco dio la talla requerida en una tarde con las expectativas como las de ayer, Ponce sí le administró su medicina y consiguió arrancar varias tandas en las que demostró que su toreo no ha pasado de moda y que, cuando se empeña, puede haber faena donde sólo él la ve. El público temeroso de irse para casa sin un triunfo que celebrar, arreció en sus ovaciones y presionó a la presidencia para que, después de una buena estocada, concediera al valenciano las dos primeras orejas de la tarde.

Lo de Morante, como casi siempre, no es de este mundo. Dispuesto y entregado como pocas veces, no tuvo opción en ninguno de sus dos toros para salvar una tarde en la que dejará para el recuerdo cuatro series de verónicas, culminadas en medias de cartel de toros, que administró a cada uno de sus dos enemigos de Victoriano del Río.

En esta ocasión, el uso de la figura literaria utilizada para nombrar enemigo a los toros con los que se enfrenta un torero cobró una segunda dimensión. Los toros de Victoriano del Río fueron auténticos enemigos para el lucimiento del maestro de la Puebla.

Aún así, el público reconoció su entrega y le obligó a saludar desde el tercio a la muerte del tercer y sexto astado.

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