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BARQUERITO
MADRID.
Miércoles, 9 de mayo 2018, 08:30
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No se había anunciado ningún torero ecuatoriano en los setenta años de historia de la feria de San Isidro. Ni el célebre Armando Conde, que tuvo gran cartel de novillero en la España de 1960, ni Guillermo Albán, quien más tardes tiene toreadas en Las Ventas: cinco, dos de ellas de novillero y tres de matador de alternativa, la de la confirmación hace quince años.
Abierto el abono de 2018 a toreros de todas las naciones donde la tauromaquia se mantiene en vigor, se abrió de paso un huequecito para un novillero ecuatoriano, David Garzón. veinticinco primaveras, de Quito y de familia taurina, educado taurinamente en España, donde reside. Con Garzón, y con un novillo Lagartillo, de Guadaíra -sangre Jandilla-, se vino a inaugurar San Isidro esta vez. Un novillo largo, serio y flaco, geniudo en varas, y falto de fijeza, pero con recorrido en la muleta por una mano, la izquierda.
uNovillos Seis novillos de Guadaíra (Manuel Cañaveral).
uNovilleros David Garzón, de Quito (Ecuador), nuevo en esta plaza, silencio en los dos. Carlos Ochoa, silencio tras un aviso y silencio. Ángel Téllez, silencio y silencio tras un aviso.
uCuadrilla Jesús Vicente picó certero al segundo. Buenos pares de Andrés Revuelta y Juan Navazo.
uPlaza Madrid. 1ª de San Isidro. 12.000 almas. Primaveral, amago de tormenta en los tres últimos toros. Dos horas y cinco minutos de función.
El primer brindis de la feria: de Garzón a su apoderado, Caco Senante, el gran trovador canario, excelente aficionado, defensor de la causa taurina en foros difíciles. Un arranque resuelto, seguro y decidido de faena, las ideas justas, un trabajito deshilvanado, una estocada delantera y perpendicular. Silencio. El primero de los seis con que se sellaron las seis faenas de este festejo inaugural. Las hubo de sentido y estilo distintos. Como los novillos de Guadaíra, de cuajo y cara muy respetables. Los tres últimos, de muy serias hechuras. Segundo, cuarto y sexto, los más en el tipo propio de Jandilla. El segundo fue el mejor de la corrida. El cuarto, el único que se descompuso mientras se barruntaba una tormenta que no llegó a descargar. El sexto, que hizo cosas de manso -pelearse con un capote caído en los medios tras un desarme, atender más a una banderilla caída que a engaño-, pasó sin más y sin volver nunca. El tercero, redondito y pechugón, muy brioso y noble, se cayó; el quinto, castigado en exceso en varas, sangrado hasta la pezuña. Se paró.
Como el expediente de Guadaíra en Madrid es notable, la novillada decepcionó. No los novilleros. Carlos Ochoa y Ángel Téllez mejoraron el nivel de su última aparición en Madrid. Fue hace justamente un mes con una notable novillada de Fuente Ymbro, más propicia que esta otra. Ochoa, que tiene muchas tablas y sentido del temple, toreó bien con la mano izquierda al mejor novillo de la tarde, el segundo, y lo hizo en faena de menos a más en todo: en ajuste, encaje y gobierno. Perdiendo pasos primero, ligando en serio después. Por y para fuera cuando empezó a estirarse; más puro luego. No entró la espada. La manera de recoger el toro de salida fue notable. También su empeño con el capote en quites varios: saltilleras, chicuelinas, revoleras. Anduvo sobrado, pero no breve con el agónico quinto.
Como el tercero rodó después de haber cobrado un volatín, no tuvo Téllez más opción que la de saber estar y andar. Detalles buenos con la capa: lances suaves, un descarado quite por saltilleras al quinto, soltura. Y una faena al distraído sexto que tuvo, sobre el modelo de José Tomás -quietud, muletazo traído por delante, buen vuelo-, aplomo, asiento y sello de valor. Solo que el novillo se abría tanto que se acababa yendo de suerte. Garzón, en fin, se puso terco con el complicado cuarto.
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