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El diestro Álvaro Lorenzo da un pase a su primer toro. :: efe
Una corrida  de castigo

Una corrida de castigo

Estreno frustrante en San Isidro de los hierros de Torrehandilla y Torreherberos. Álvaro Lorenzo no puede revalidar los laureles de su reciente triunfo de abril en Las Ventas

BARQUERITO

MADRID.

Miércoles, 30 de mayo 2018, 08:11

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Los tres primeros toros de Torrehandilla, de bastas y raras hechuras, cinqueños los tres, estaban muy armados. Descarados primero y tercero, abierto y muy astifino el segundo. Ninguno de los tres tuvo mayor aire, solo que el primero, que descolgó y hasta repitió sin dejar de pegar cabezazos, tuvo, por tener, cierta bondad. Había salido batido del caballo de pica, y suelto de las dos varas. Como Daniel Luque es un virtuoso del manejo del capote, el toro pareció suave en sus manos. No lo era. David Galván salió a quitar por chicuelinas y en el remate de revolera le pegó el toro un arreón terrible.

Luque toreó de muleta en línea. A los diez viajes ya estuvo el toro pegando cabezazos al rematar viaje. Hubo una buena tanda más domada y un intento serio de, al hilo del pitón, traerse al toro por delante y por la otra mano. Y hasta una apuesta final de mano baja. Algo monótono, pero severo y sutil el trabajo. Y largo.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros Cinco toros de Alberto Morales, todos con el hierro de Torrehandilla, salvo el 4º, de Torreherberos, y un sobrero -6º bis- de Virgen María (Jean Marie Raimond).

  • uToreros Daniel Luque, saludos tras un aviso y silencio. David Galván, saludos y palmas tras un aviso. Álvaro Lorenzo, silencio tras aviso y saludos tras aviso.

  • uPlaza Madrid. 22ª de San Isidro. 14.000 almas. Primaveral, templado, fresco. Dos horas y media de función.

Después de media estocada, sonó un aviso. El primero de los cuatro que iban a escucharse en tarde interminable, espesa, de las de dos horas y media. La última media, vivida en ambiente borrascoso, de gresca intercalada con los ¡vivas! que, coreados o no, son ya tendencia en la plaza de Madrid y, de paso, señal de aburrimiento o malestar. La bronca mayor se la llevó un toro jabonero del hierro de Torreherberos, cinqueño como todos los del reparto, que, finas puntas y todo carnes -600 kilos-, tuvo muy poca fuerza, enterró un pitón al tercer lance, perdió las manos al salir de varas, parecía muy frágil y volvió a perder las manos en la reunión del segundo par de banderillas. Cuando arreció entonces la bronca, el palco devolvió el toro.

Se abrió paso un sobrero cinqueño, muy alto, del hierro de Virgen María, y del ganadero francés Jean Marie Raimond, el penúltimo ganadero romántico. De estirpe Jandilla, como los seis toros titulares. Geniudo en el caballo, arreones de toro corraleado, se movió sin darse ni encogerse y dejó hacer con sencillez y cierto aroma a Álvaro Lorenzo, que era el protagonista de la corrida. El domingo de Pascua le cortó en las Ventas las orejas a un bravo toro de Salvador Domecq y por eso lo sacaron a saludar al tercio después del paseo. De Álvaro estuvo muy pendiente la gente que acude a todas. Un quite pulido al segundo de corrida, rematado con larga, se subrayó con aprobado alto. No tanto la faena al tercero de la tarde, ensillado, levantado y larguísimo, que pegó unos cuantos tornillazos y gañafones. Pasado de tiempo el trabajo, un aviso antes de cuadrar y hasta luego. Para los naturales puros, enganchados y ligados, solo en dos tandas que Álvaro firmó con el sobrero hubo runrún de asentimiento.

Herido en el pasado Isidro por un toro de La Quinta en un percance casi accidental, David Galván tuvo que esperar tres semanas para estrenarse en el abono de este año. El toro del estreno pegó taponazos y solo taponazos y, antes de pararse, punteó con pésimo estilo. Galván se lo trajo por delante en dos tandas calmosas y caligráficas, estuvo sereno y firmó algún muletazo exquisito. Cobró una estocada excelente.

La segunda mitad de corrida no fue mejor que la primera. Al asomar el cuarto los censores pidieron la cabeza de los veterinarios y se puso el ambiente del revés. Luque fijó bien al toro y lo tapó. El toro topaba, no embistió propiamente, se derrumbó de repente en el remate de uno de pecho. Palmas de tango. La faena fue de mérito.

En mitad del desierto, el quinto de la tarde pareció un oasis: otras hechuras, pinta colorada muy golosa y otra manera de moverse. La corrida fue de las de quitar la moral a los picadores y este quinto no fue excepción. Pero tomó partido por él la gente y no contó una faena algo desigual y demasiado prolija de Galván: bellos estatuarios en el platillo, toreo bien tirado en la media altura sin obligar, asiento impecable, un coro exigente que reclamaba más de lo que había y, antes de la estocada tres pases de costadillo, de los que ya no se ven. Una estocada casi tan buena como la primera de las dos que cobró.

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