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Muletazo del matador francés Sebastián Castella a uno de los toros que lidió ayer en Bayona. :: afp
Castella en estado puro

Castella en estado puro

El francés interpretó su repertorio con valor y una gota de imaginación y cobró un generoso botín de cuatro orejas. Ferrera y Garrido se fueron de vacío

BARQUERITO

BAYONA.

Lunes, 4 de septiembre 2017, 08:55

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El ritmo de la primera parte del espectáculo fue lentísimo. Los gaiteros de Bayona, que hacen las veces de los clarines, han adaptado una veintena de aires populares vascos y los interpretan con tanto compás que cada uno de los toques de cambio de tercio parece una diana. Ni así. Los tres primeros toros de Bañuelos acabaron siendo cuatro. En decisión precipitada el palco devolvió el tercero sin haber siquiera salido el caballo de pica. Solo por acalambrado, quién sabe si descaderado. Cuando asomó el pañuelo verde, la gente de José Garrido apenas disimuló su enfado.

El sobrero, atacado de carnes, sin cuello, feo con ganas, desigualaba un sexteto que, no sin matices, formaba corrida pareja o igualada por pares. El sobrero, un toraco, escarbó, pareció no obedecer a engaño y buscó puertas de salida. Lo picó con habilidad Óscar Bernal y a caballo casi vuelto. En la muleta el toro volvió a escarbar, reculó y le pegó a Garrido un varetazo en el muslo en un viaje descompuesto. En tablas acabó rajado. Garrido comprobó que no es sencillo tocarle los costados al manso que se defiende. La estocada, cobrada con fe, fue letal.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros Seis toros de Antonio Bañuelos. El tercero, sobrero. El quinto, Vellosón, 482 kilos, premiado con la vuelta al ruedo.

  • uToreros Antonio Ferrera, silencio tras dos avisos y silencio. Sebastián Castella, dos orejas tras aviso y dos orejas tras aviso. José Garrido, saludos y silencio tras un aviso. Pepe Doblado picó al quinto a modo y fue muy ovacionado. José Chacón, Raphael Viotti y Vicente Herrera prendieron pares de mérito. Saludaron los tres.

  • uPlaza Bayona. 3ª de la Feria del Atlántico. Nubes y claros, templado. 7.000 almas. Dos horas y cuarenta minutos de función.

Antes del sobrero, Ferrera y Castella se lo habían tomado con calma. El toro de Ferrera, muy castigado en dos varas, fue de poco y decreciente celo. Iba y venía y se acabó yendo a tablas. Ferrera pecó de parsimonioso o de darse importancia con un toro que no tenía mayor misterio. Los remates de pecho fueron los grandes detalles de una faena fría y plana, demasiado espaciada. Tras una estocada trasera, un aviso. Después una y otro, el toro se fue a las tablas y a barbearlas sin pararse ni en la puerta de toriles. Ferrera pensó que el toro iba a echarse pero calculó mal y le tocó seguir la pista de la agonía. La gente se impacientó, el toro no descubría, tres intentos con el verduguillo, un segundo aviso y, al borde del tercero, en el sexto golpe de cruceta rodó el toro.

El segundo fue uno de los dos bañuelos buenos. Los dos en el lote de Castella. Este segundo llegó a planear pero terminó parándose cuando Castella lo sometió a tratamiento de choque en dos tandas cobradas en agobiante distancia y resueltas con trenzas como juegos malabares. La apertura de faena por estatuarios fue espléndida. La primera tanda en redondo, de largo y en los medios, vibrante. El remate de esa tanda con un muletazos a pies juntos sacado del repertorio gráfico de Manolete, una preciosidad. El toreo en ovillo y péndulos calentó bastante. Una estocada caída y con vómito. Un aviso. Se le fue la mano al palco: dos orejas.

El toro más astifino fue el cuarto, bizco del izquierdo, una lezna afiladísima el pitón derecho. No quiso banderillear Ferrera, lo hizo la cuadrilla sin brillo y ahora sí fue breve el trabajo de Antonio. Incierto y desganado el toro en medios viajes. Ferrera tiró líneas sin disimulo y se fue por la espada en seguida. Se echó fuera sin cruzar, un pinchazo, media atravesada y tres descabellos.

La guinda de la corrida la puso el quinto toro, no tan astifino como el cuarto, pero veleto, bizco también. Castella le pegó de salida siete lances rodilla en tierra del repertorio de Ordóñez. Había toreado a placer en Ronda la goyesca del sábado. En ese aire fue el saludo. Pepe Doblado se agarró de maravilla en dos puyazos perfectos. Bravo en banderillas el toro. José Chacón cerró el tercio con un par de ajuste formidable, Castella brindó al público con mucha ceremonia y abrió faena de largo con una tanda a pies juntos de cambiados por la espalda conjugados con banderas en los viajes de vuelta y cosido el paquete con un manojo de trincheras, naturales y el de pecho. Espectacular. Castella en estado puro. La banda se arrancó con la Ópera Flamenca y ya no paró.

Fue faena prolija y, dentro de un orden, salpicada de improvisaciones porque Castella abundó en los cambios de mano intercalados en una misma tanda. La mano zurda dibujó con primor. Muletazos embraguetados. La serenidad jupiterina del torero de Béziers que, cuando el invento perdió gas, se metió entre pitones y, como decían los clásicos, se dejó acariciar los muslos. Más descaro, imposible. El toro fue de singular nobleza. Remate de la historia fue, en los medios, un descaro frontal a puro huevo, soltando Sebastián las armas y saliendo de la suerte camino del burladero a paso lento y sin volver al vista atrás. Se caía la plaza.

Una estocada desprendida o ladeada, un aviso, que se tomó por ofensa, ruedas de peones, resistencia a doblar del toro que al fin rodó. Un clamor. Dos orejas, la vuelta al toro. En la suya propia Castella tuvo el detalle de abrazar a Pepe Doblado, que lleva en su cuadrilla desde el mismo día en que Sebastián debutó en 1998 con picadores, y de pegarle a Bañuelos otro abrazo un poco después.

El sexto no fue como el quinto sino casi todo lo contrario. Cabezón, tronchó en dos una vara de picar y, aplomado pero la antena puesta, cortó y se metió por las dos manos sin descolgar ni darse. Toro con guasa. Hasta tres desarmes en la cuenta. El primero, de tirar el engaño porque el toro vino al cuerpo. Los otros dos, en cabezazos. Mérito fue pegarle Garrido tres ligados y poderosos antes de ir por la espada y a toro casi rajado. Un aviso.

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