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Alejandro Talavante da un pase a su primer toro, al que cortó la única oreja de la tarde. :: efe
Talavante, firme y seguro en Sevilla

Talavante, firme y seguro en Sevilla

Una faena de compás de Morante al séptimo de los ocho toros que este año apalabró en el abono de Sevilla. Una estocada trasera y sin muerte la deja sin premio

BARQUERITO

Viernes, 5 de mayo 2017, 09:25

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Partió plaza el toro más descarado de la corrida de Cuvillo. Bizco, una devanadera el pitón derecho, como un garfio. No hubo ningún toro tan ofensivo luego. Ni poco ni mucho. Astifinos los seis. Costaría casar lotes. El cuarto, abierto de cuerna, compensaría. El toro más recogido, el tercero, entró en lote con un sexto alto de agujas, algo montado. El lote más equilibrado fue el de Talavante.

FICHA DE LA CORRIDA

  • uToros.

  • Seis toros de Núñez del Cuvillo.

  • uToreros.

  • Morante, saludos tras dos avisos y saludos. Talavante, una oreja y silencio tras un aviso. David Mora, vuelta tras un aviso y silencio.

  • uPlaza.

  • Sevilla. 11ª de abono. Primaveral, algo ventoso. Lleno de No hay billetes, 10.400 almas. Dos horas y media de función.

El tercero, cárdeno coletero, caribello y gargantillo, fue con diferencia el mejor de los seis. Y, dentro del desfile de siete ganaderías de sangre Domecq de la última semana, uno de los tres de podio. La pinta y el remate -engatillado, cornicorto- se sintieron como una rareza en Cuvillo. Hasta que el toro empezó a embestir y repetir con riquísimo son. Fue, junto al cuarto de Victorino, el más ovacionado en el arrastre de lo que va de feria. El segundo, lidiado y jugado entre ráfagas de viento, tuvo la nobleza propia del hierro. El sexto tuvo una docena de excelentes embestidas iniciales, pero tras ellas se soltó. Sin rajarse del toro pero casi.

El cuarto, carita de bueno, colorado ojo de perdiz, se soltó antes de varas, le rasgó por la misma perpendicular de la esclavina el capote a Morante -pocos toros se han atrevido-, se largó de la cuarta de un quite por chicuelinas bien dibujado, se escupió del caballo y, luego de un segundo picotazo, desarmó por segunda vez a Morante en su último empeño por lancear a cámara lenta.

Lo original fue que Morante, para general sorpresa, decidió banderillear. Con unos rehiletes forrados de papel rubí y traídos de casa. El primer cuarteo fue sencillo y fácil, pero volvió a irse el toro. Tanto que Carretero y El Lili tuvieron que buscarlo y tratar sin éxito de convencerlo. La querencia era incierta, el toro se iba de su sombra, pero ni siquiera en la puerta de toriles o junto a la de caballos, donde se lidian en Sevilla los mansos, llegó a tenerse más de dos viajes seguidos. En la segunda reunión Morante se quedó con un palo en la mano. En la tercera tuvo la feliz ocurrencia de citar en tablas y reunirse con un quiebro arriesgado, de los de salir por dentro, los dos palos arriba y el toro a la fuga. La gente se puso de pie al ver a Morante tomar las banderillas y, a pesar de lo farragoso del tercio, volvió a hacerlo después del tercer par.

Morante había hecho un gesto de contrariedad al catar al toro primero, que, las manos por delante, volvió contrario, cabeceó en varas, echó la cara arriba y protestó no poco. No hubo quites. La faena fue, sin embargo, la mejor de una tarde que, como casi todas, duró dos horas y media. Una faena en un solo terreno, como si sobrara el resto de la plaza, frente a la Puerta del Príncipe y entre rayas. Junto a ese detalle de maestría, se dejó sentir la compostura natural de Morante y su sentido del compás y de la improvisación para ahorrar pausas, cortes y paseos. Todo fluyó sin sobresaltos, en silencio, calmadamente.

Cuando el toro dejó de puntear y cabecear, brotaron no solo tres tandas de exquisito poso -la pureza de la ligazón, ni un tirón-, sino también preciosos muletazos hilvanados según la ley de Morante: los cambios de mano por detrás y ganando un paso para coserlos con el molinete y el de pecho; el molinete perdido, el toreo a pies juntos, de perfil y por alto, muy despacioso. Una tanda de naturales salió redonda. Los muletazos de la igualada fueron distintos a cuantos suelen verse. Como la manera de andar por la plaza, de salir de suertes o de entrar en ellas. La estocada, trasera, fue de muerte lenta. Sonó un segundo aviso, se pidió la oreja. Era la cuarta y última tarde Morante en el abono. Sin fortuna en los sorteos, pero al calor de la inmensa mayoría.

Talavante estuvo firme de verdad toda la tarde. Con el toro bueno, el segundo, que se vio casi en los medios pero cuando más batía el viento; y con el quinto, cobardón, trompicado, algo geniudo. A ese toro lo tuvo siempre metido en la muleta -el detalle secreto- pero se pasó de faena. No se sabe cuántas tandas. La gente no tuvo en cuenta el esfuerzo, ni siquiera la manera en que Talavante consintió sin pestañear. La faena del otro toro tuvo la gota de toreo en catarata que tanto prodiga Alejandro -y encaje, y sentido del riesgo- y, en cambio, no vino tan metido en los vuelos el toro. La estocada, con desarme, fue letal.

El toro sobresaliente se vio en manos de David Mora, pero en faena de asiento y logros demasiado desiguales, un exceso de velocidad, un planteamiento en la corta distancia. El toro pedía más, y más, pero al cabo de treinta viajes se acabó soltando. La última tanda con la zurda fue la mejor de todas. La ocasión, ni pintada. El sexto se fue de la pelea tan pronto y tan inesperadamente que no llegó ni a ser calibrado.

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