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Derechazo de Morenito de Aranda a uno de sus oponentes. :: afp
Pedraza de Yeltes cumple con su papel torista

Pedraza de Yeltes cumple con su papel torista

Trabajos competentes y serios de Morenito de Aranda e Iván Fandiño en la plaza francesa de Arles

BARQUERITO

Martes, 18 de abril 2017, 09:01

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arles. El cupo y el turno torista de la Pascua de Arles corrió a cargo de una muy voluminosa corrida de Pedraza de Yeltes, que dio en vivo un promedio de 570 kilos. Los dos últimos aparentaron todavía más. Serio por delante el envío entero. Dos toros particularmente ofensivos: un primero estrecho y talludo, armado por delante, y un sexto ancho y abierto de cara, atacadísimo, ensillado y largo, inmensa mole aplomada.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros. Seis toros de Pedraza de Yeltes (Luis Uranga).

  • uToreros. Morenito de Aranda, vuelta al ruedo y una oreja. Iván Fandiño, oreja tras un aviso y oreja. Román, saludos y palmas tras un aviso.

  • uPlaza. Arles. 5ª de Pascua. Primaveral. 4.000 almas. Dos horas y treinta y cinco minutos de función. Sacaron a saludar al mayoral de Pedraza al final del festejo.

Fue corrida variada de pintas. El tercero badanudo, burraco y carbonero, se salió de las capas clásicas de la ganadería. Fueron mayoría los colorados, tostados o castaños, cuatro. El único negro tizón o zaino fue el monumental sexto, que, por exceso de carnes, no dio lámina de bravo. El cuajo, las caras, la romana, la gravedad y la seriedad en conjunto del remate compusieron un mosaico del gusto del aficionado torista. Desde gradas y tendidos de sol se siguió la corrida primando al toro sin la menor reserva. El público todo supo ser generoso con los tres espadas. La presidencia, también. La exigencia con los picadores, mayor de lo habitual en la plaza francesa que sea. Salieron a picar los caballos muy pesados y domados. No hubo ni un solo derribo. Sí varios marronazos a toros que vinieron corridos.

La sorpresa fue que se les dio en varas a todos trato parecido al que se gasta en las corridas concurso. La de Arles ha tenido siempre relevancia. Solo que este año se ha caído del calendario y en septiembre ocupará su hueco una corrida de Miura. En el concurso de Arles la norma era picar en la contraquerencia geométrica, delante de la puerta de arrastre y justo frente al portón de salida o toriles. Como en el Anfiteatro no hay corrales, apenas se marcan las querencias. Y, sin embargo, el toro mansito de la tarde, el quinto, se puso a buscar el portón enseguida, y a apretar a querencia como suelen los toros que cobardean. Las distancias de suerte se graduaban en Arles casi matemáticamente. De menos a más metros de una vara a otra. Un mínimo de tres puyazos. Y, en fin, ni el matador ni un solo banderillero en escena.

No llegó a tanto el rigor. Pero los seis toros se picaron donde se pica o picaba en las concurso y, como si hubiera habido un pacto, a los seis se les puso en distancias más que respetables. En una imaginaria boca de riesgo, que aquí no hay. O en el centro del óvalo del anfiteatro. Hubo toros, los tres últimos, de tres puyazos más o menos en regla. Galopar al caballo propiamente no lo hizo ninguno, pero salvo el quinto todos se batieron. Primero y segundo fueron los de mejor nota con diferencia. Salvo tercero y sexto, todos fueron aplaudidos en el arrastre. Al final saludó el mayoral.

Los dos primeros fueron los de mejor cumplir en varas y, de paso, los más prontos en la muleta. Noble el uno, que galopó y metió la cara. Repetidor el otro, que descolgó lo que pudo porque era muy alto de agujas y corto de cuello. Con ellos se vieron las dos faenas de más calado. Distinguido y templado Morenito de Aranda en un trabajo de aliento: cites en larga distancia, dos de ellos de punta a punta, reuniones severas, airosos remates, una soberbia tanda con la izquierda. Y, ay, una estocada en los bajos. Fandiño no pudo tomarse ni un respiro con el segundo, que atacó sin desmayo y, toro a más, acabó embalado y encelado, todo lo cual revistió de emociones el trasteo firme, mandón y resuelto del torero de Orduña.

El resto de función no tuvo tanta intensidad. El toro burraco, que Román brindó a Juan Bautista, se derrumbó al cabo de cinco tandas como si lo partiera un rayo, justo cuando Román se había serenado y parecía haberle tomado la medida. El toro era más alto que él. Al cuarto le pegaron tres señores puyazos pese a soltarse y escarbar. Rebrincado y protestón, pero Morenito le dio fiesta con la mano izquierda: muletazos al hocico irresistibles. El toro tuvo nobleza.

El quinto se pegó un volatín completo al segundo muletazo y el batacazo sonó como un bombazo. Una embestida desganada, al paso, tropezada. Fandiño llegó a la gente con una faena rutinaria y machacona no carente de méritos ni de firmeza ni sitio. Una excelente estocada. Para Román, que volvía a Arles al cabo de dos años y medio, fue la negra. El sexto monumento que no metió los riñones ni una sola vez, salió con la cara alta de todos los viajes, todos ellos remoloneando, y se paró antes que ninguno. Las dos estocadas de Román fueron de arrojo y puntería notables. Al segundo intento las dos.

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