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BARQUERITO
Miércoles, 17 de agosto 2016, 08:40
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Tardó un mundo en calentarse la cosa. Arrastrado el cuarto, no quedaba huella de nada que no fueran imponderables. El primer toro de Juan Pedro, buen aire de salida, demasiados capotazos, renqueó antes de varas, suelto de la primera, se empleó en la segunda pero se sentó como los inválidos. Las protestas previas a las varas crecieron con fuerza. Pañuelo verde. El toro se arrancó con fiereza a los bueyes. Siguió luego suelto su guía.
uToros. Seis toros de Juan Pedro Domecq. El primero, sobrero.
uToreros.
Enrique Ponce, silencio y silencio tras un aviso. José María Manzanares, saludos y una oreja. López Simón, silencio y dos orejas.
uPlaza.
San Sebastián. 4ª de Semana Grande. 10.000 almas. No hay billetes. Encapotado. Casi cerrada la pestaña de cubierta. Dos horas y veinte minutos de función. Luz artificial en la segunda mitad.
Un sobrero de Juan Pedro, vivaz galope, alguna claudicación, mucha capa, un primer puyazo encelado de meter los riñones y recargar, y un segundo del que salió batido pero vivo. Ponce se lo tomó con calma y sin demasiada gana. Muletazos de abajo arriba, pasos perdidos, todo despegado, monotonía. Justo antes de la igualada, el toro se rompió una mano por la pezuña, que le colgaba. Antes del accidente, el toro se había apoyado en las manos con gesto de tullido. Mucha gente se asustó al ver la mano rota. Un pinchazo, dos descabellos.
No estaba preparada la cartela con los datos del segundo -nombre, hierro, divisa, peso, edad, número- y se perdieron casi tres minutos. El toro salió acalambrado, no tanto como el devuelto. Barroso pico lo justito. Distracciones y bramidos, dos arreones en banderillas, no se supo si de manso. Se sostuvo el toro, pero, ligeramente gazapón, adelantaba por la mano derecha. Un problema. Manzanares acompañó viajes sin gobernarlos propiamente. Pasos perdidos para no dejar al toro ganar ventaja, toreo en línea, una tanda muy vistosa de redondos rehilados en los medios y un raro final: tres manoletinas y el del desdén. Una estocada trasera.
El bache mayor vino en seguida: un tercero trastabillado que, apenas picado, se derrumbó al cuarto viaje de muleta y no llegó a remontar. Embestida mortecina. López Simón trató de arreglar en los medios el asunto. Pretendió adornarse con un circular cambiado. El toro renunció antes de tomar la primera curva. Una estocada a paso de banderillas atacando el torero de Barajas desde muy largo.
Los dos únicos toros colorados del envío fueron ese tercero, pitado en el arrastre, y un cuarto de parecida conducta. No podía con su alma. Enterró pitones, mugió. Se pasó la tarde en cuadras relinchando uno de los caballos de pica de Bonijol. Barruntaría tormenta. Una faena de marear la perdiz, pero con cuatro muletazos cambiados a última hora de linda traza. A espada cambiada Ponce hizo ademán de seguir. No le dejaron. Tres pinchazos, una estocada trasera a paso de banderillas y un descabello. Un aviso. El tiro de caballos estaba mal engrasado, estuvo a punto de soltarse uno.
No había sonado la música. Lo hizo después. En el quinto toro -el culopollo clásico de Juan Pedro, armado por delante, finos el hocico, las puntas y los cabos- y con un pasodoble precioso: Cielo Andaluz, de Pascual Marquina. El pasodoble que Manzanares pide que le toquen en Sevilla, donde suena de otra manera. Esta versión de Illumbe fue excelente -les gritaron un merecido bravo a los músicos- pero la acústica de la Maestranza es insuperable.
Aunque el toro tenía un punto temperamental -escarbó, parecía medir y tardear-, a Manzanares debió de gustarle. Se había lucido con el capote en tres chicuelinas muy envueltas, y su revolera, y galleando por chicuelinas llevó a toro al caballo. Una tafalleras y media. Y un puyazo bien cobrado por Pedro Chocolate. Al segundo puyazo vino el toro atacando de bravo. Antes de asentarse en los medios, se rebrincó y claudicó como casi todos pero no tanto. Era la primera y única tarde de Manzanares este año en el viejo Norte -ni Bilbao, ni Pamplona- y tocó apostar en serio.
La apuesta fue firmeza. Más determinación que resolución. También pausas interminables entre tanda y tanda, tiempos muertos, subrayados por la música de Marquina. De pronto parecía que la banda sostenía la faena más que nadie. La gente se dejó llevar del compás. No tanto el toro, que pesaba en el engaño, y Manzanares abusó del toreo a suerte descargada. Hasta una última tanda redonda, templada y ajustada, de cuatro en redondo, un cambio de mano y uno de pecho monumental. En la suerte de recibir, media estocada tendida con vómito y por eso mortal. Habían cambiado de pronto el signo y el color de este cierre de Semana Grande tan nublado.
Y más que cambió después, porque el sexto juampedro, que empujó en varas y atacó en banderillas, fue el toro de la corrida, y, en calidad, uno de los tres mejores de la Semana. No hubo que esperar. En la apertura de faena -López Simón abrochó una tanda de banderas con la trincherilla y el de pecho- ya descolgó el toro y pidió marcha. La hubo. La firmeza de López Simón, clavadas las zapatillas, reuniones de perfecto ajuste, no siempre fino el juego de brazos pero certeros los toques. De largo el toro quiso mucho mejor que en corto. De largo una primera mitad de faena de rica resolución, muy segura, trabada y ligada, una emotiva tanda de naturales; y en corto la segunda, espectacular, casi de choque, abierta en pausas algo cargantes, intentos de completar un circular cambiado -no pudo ser- y el logro menor de una trenza sin espada y cambiándose de mano para torear con la vueltas. Y la guinda perfecta: en los medios una estocada hasta la bola cobrada con ciega fe. La muerte del toro, muy de bravo, fue espectacular y se subrayó con una ovación larga y cerrada. Dos orejas.
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