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Ginés Marín sale por la puerta grande de la plaza de Cuatro Caminos de Santander. :: efe
La voluntad de Ginés Marín le abre la puerta grande en Santander

La voluntad de Ginés Marín le abre la puerta grande en Santander

La clave del triunfo del torero extremeño estuvo en el sexto, un toro manso que apenas fue picado y que se movió mucho en el último tercio

JUAN ANTONIO SANDOVAL

Martes, 26 de julio 2016, 08:48

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El joven espada extremeño Ginés Marín cortó ayer tres orejas en Santander del lote más potable de una corrida mal presentada, sin raza ni clase de Núñez del Cuvillo, y salió a hombros en una tarde en la que el también extremeño Alejandro Talavante obtuvo un trofeo, mientras que Morante de la Puebla se fue de vacío.

FICHA DEL FESTEJO

  • uToros.

  • Toros de Núñez del Cuvillo, el segundo como sobrero, de presentación muy pobre, sin expresión por delante, sin poder ni clase.

  • uToreros.

  • José Antonio 'Morante de la Puebla', silencio y silencio. Alejandro Talavante, ovación tras leve petición y oreja. Ginés Marín, oreja y dos orejas.

  • uPlaza.

  • La plaza de Santander registró tres cuartos de entrada en tarde algo ventosa.

La voluntad de ser, el apostar fuerte dejándose los toros crudos en el caballo y la actitud le valieron a Ginés Marín para abrir la puerta grande de la Plaza de Cuatro Caminos.

La clave del triunfo estuvo en el sexto, un toro manso que apenas fue picado y que se movió mucho en el último tercio. Un quite por chicuelinas más media verónica muy cadenciosa fueron toque de atención. La faena de muleta se desarrolló en todos los terrenos habidos y por haber de la plaza, señal de que no hubo un mando pleno sobre el animal. Por momentos, Marín hizo fluir el toreo bueno en las series de derechazos iniciales, ligados, con la figura asentada, corriendo la mano con largura y componiendo la figura con estética apreciable.

Por el pitón izquierdo, sin embargo, el de Núñez del Cuvillo le desbordó. Desde ahí las series se sucedieron desiguales y luchando contra la tendencia a la huida del mansote. Un espadazo con derrame liberó las ansias triunfalistas del público que pidió las dos orejas, a lo que accedió el presidente con exceso de generosidad.

Marín ya atrapó la atención desde el saludo por verónicas con ambas rodillas en tierras al jabonero que hizo tercero, bajo y chico. Era contado el poder del «cuvillo», que tras el inicio muletero, nuevamente de rodillas, prácticamente se apagó.

Marín trató de empujarlo y hacerlo deslizar dándole mucho sitio y echándole los vuelos adelante, pero la res echaba el freno en el segundo muletazo de cada serie. Lo pinchó atracándose de toro y lo mató luego bien. Oreja a las ganas y a la voluntad.

El jabonero quinto fue potable dentro de su escasa duración. Empujó bien en varas. Se le midió el castigo. Talavante empezó golpeando fuerte con un cambio de mano por el pitón izquierdo que duró una eternidad. Cuando se vino a menos el astado, se metió entre los pitones como única opción.

Terminó haciendo retroceder al animal, recordando al Paco Ojeda más carismático en muletazos ejecutados a milímetros de los pitones. Fue labor valiente y temeraria por momentos, de las de embestir cuando ya no embiste el toro. No le ayudó en la suerte suprema y cobró una estocada entera un punto desprendida. Oreja.

El segundo se lesionó tras hundir el pitón izquierdo en la arena y el presidente lo devolvió a los corrales. Salió en su lugar un sobrero del mismo hierro titular, bien armado. Talavante soportó dos coladas escalofriantes en el recibo a la verónica. No era uniforme la embestida, siempre pensándoselo, a topetazos, sin clase ni entrega por el izquierdo y colándose descaradamente por el derecho.

El extremeño se puso por ambos lados y logró lo que parecía un imposible, cuatro naturales a pies juntos rematados con un molinete invertido ligados, hondos y con ritmo. Además se entregó en la suerte suprema, que ejecutó muy despacio.

Morante no tuvo toros. El primero fue mansote, apretando para adentro y de pocas fuerzas. Tras una lidia muy desordenada en los primeros tercios y un puyazo excesivo, quedó defendiéndose, sin ritmo y perdiendo las manos cuando se les exigió. Abrevió y lo mató muy bien.

El cuarto era precioso de lámina, bajo y con cuello. Consumió todo su depósito en un puyazo recargando con la cara abajo. El de La Puebla del Río sólo pudo arrancar destellos en las chicuelinas del quite. Con la franela, cada vez que le apretaba por abajo perdía las manos.

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