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El diestro Iván Fandiño da un pase de muleta en su segundo toro. :: efe
Bañuelos se estrella en su debut

Bañuelos se estrella en su debut

Por todo impropia de Bilbao, la corrida desata protestas sonoras y la fiesta acaba con una bronca

BARQUERITO

Sábado, 29 de agosto 2015, 14:35

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El debut de Antonio Bañuelos como ganadero en Bilbao fue decepcionante. El promedio de pesos cumplió con los mínimos: casi 540 kilos. Tanto como la de Jandilla del pasado martes. Solo que ni uno solo de los seis toros del estreno estaba propiamente rematado. No solo fue cuestión de falta de trapío. Remangado y astifino, el quinto de la tarde, el más hermoso de los seis, fue el único que se acercó pero de lejos a la pauta de Bilbao. A los tres primeros les faltó culata y en ninguno de ellos se dejó ver el golpe de riñón que retrata una embestida de bravo. El primero pegó muchos cabezazos y no por defenderse sino por falta de fuerza. Y el segundo, que metía la cara al tomar engaño, lo mismo: antes de salir de suerte se rebotaba como un saltimbanqui. Gacho y cornicorto, muy sacudido, el tercero fue recibido con bastantes pitos al hacerse en plaza con un galopito ligero. Entonces pareció echada la suerte de la corrida toda.

FICHA DEL FESTEJO

  • Toros.

  • Seis de Antonio Bañuelos.

  • uToreros. Finito de Córdoba, silencio en los dos. Iván Fandiño, vuelta y ovación. Alejandro Talavante, silencio y pitos.

  • uPlaza. Bilbao. 7ª de las Corridas Generales. Más de media plaza.

Finito de Córdoba le pegó al primero, tambaleante, mugidor, claudicante, muletazos de muy bella traza. Torero de exquisita caligrafía Finito. Era misión imposible armar una faena al uso. El toro estaba para el tinte a los diez viajes y desparramaba la vista antes de soltar el taponazo. A pesar de todo, Finito encontró la manera de firmar una docena de muletazos de rica compostura, y hasta una tanda en redondo que el toro, frágil y andarín, se tragó sin protestar. Un pinchazo, una entera tendida y dos descabellos.

Pitaron al toro en el arrastre. Pero no tanto como al tercero, al cuarto y al sexto, que fue, por cierto, el rigor de las desdichas y el blanco de una bronca desatada como no se recordaba en Bilbao. Antes de salir los caballos de pica en ese último turno, rompió un coro de palmas de tango y de reclamación -«¡To-ros, to-ros!»- que nunca se había dejado escuchar en Vista Alegre. Un toro derrengado de cuartos traseros, astifino pero solo eso, que no es poco pero tampoco suficiente. El toro culopollo, dicen camperos y toreros, que abunda o abundaba en el encaste Juan Pedro. Aquí llevaba sin verse muchos años. Y estalló una cólera que venía gestándose desde el arranque de corrida.

Talavante no se dio la menor coba y salió a faenar con la espada de acero. Después de la tercera o cuarta claudicación, ambiente de bronca contagiosa y creciente, montó Talavante la espada para sorpresa de todo el mundo. Al segundo viaje estaba el toro herido de muerte. Iban a cumplirse dos horas justas de festejo. La idea de Talavante de cortar por lo sano, que es una manera de abreviar, fue en el fondo la solución más razonable.

Solo que muchos tomaron tan sabia decisión por un renuncio y por eso se cruzaron dos broncas: una por los toros y otra por Talavante, que había cumplido de sobra el expediente con el tercero de la tarde. Una larga afarolada de pie en el saludo, buenos lances a pies juntos, capote muy desplegado, vuelo cadencioso, una lidia desenfadada y solo dos picotazos porque el toro no habría resistido ni medio más.

Talavante abrió faena en el platillo, de largo y con la izquierda, y se templó a gusto. Ni un olé. Un ambiente glacial entonces. Dos tandas más. El toro empezó a rendirse y en un cabezazo le partió a Talavante el palillo de la muleta en dos. Y se apagó casi de repente, como la llama de una vela en un soplido. Una estocada desprendida y atravesada.

La mayoría de la gente estaba en los toros por ver a Fandiño, por rendirle honores, prestarle apoyo y jalearlo. Se oyeron voces de aliento. Fandiño correspondió a tanto afecto incondicional con dos entregas sin reserva. Una faena al segundo de la tarde, el de más movilidad y motor de todos, abierta por sorpresa con muletazos cambiados por la espalda en tablas, que no suelen verse en ese terreno ni en ese momento y que suelen resultar contraproducentes. Y, luego, en el tercio o entre rayas, en paralelo a tablas, dos, tres, cuatro y cinco tandas de buen encaje, dibujadas casi a latigazos por corregir los cabezazos del toro y sortearlos, circulares invertidos, un bucle, un final por sedicentes manoletinas. Una estocada trasera, rueda de peones. No cundió la petición de oreja, fue faena sin música y Fandiño se tomó la licencia de darse a paso ligero una vuelta al ruedo.

El cuarto de la tarde hizo lo que ningún otro: rajarse en toda regla al cabo de una docena de viajes. Se fue a las tablas como el toro goloso en busca del comedero. Finito no tuvo más opción que la de montar la espada y, alargando el brazo y dando adentros, cobrar al segundo intento una estocada muy defectuosa. En su turno, Fandiño salió a quitar por tapatías, el guiño de echarse el capote a la espalda en el cite primero, y se ajustó en tres de los cuatro lances del quite. Una buena revolera de recurso. Buen golpe.

Al quinto de la tarde lo recibió en tablas con una larga cambiada de rodillas, muy apurada la reunión, incompleta la suerte, y, luego, otra, y en la vertical y a pies juntos, seis mandiles ganando terreno. Y media verónica moderna, aflamencada, las manos bajas, la suerte descargada. Antes de varas el toro empezó a lanzarse y a echar la cara arriba, después de picado claudicó y pegó en banderillas dos arreones. Fandiño quiso, se puso, perdió pasos, trató de gobernar el toro por fuera hasta que se le paró casi en seco. Soltando el engaño, una brillante estocada al salto. Y, en seguida, el escándalo.

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